Si no somos conscientes que las encuestas tienen estos tres límites, estas van a ser generadoras de sesgos de confirmación. Aprenderemos poco.
La encuesta de abril 2023 de Ipsos Perú para Cuarto Poder ha generado un revuelo particular especialmente por las cifras que –aparentemente– sitúan al expresidente Castillo como una figura víctima de circunstancias que generaron que abandone el gobierno.
De inmediato, apenas conocidas las cifras, se montó una guerra en redes sociales entre castillistas o cercanos y entre los detractores de Castillo. Basados en interpretaciones de dudosa rigurosidad no solo estadística sino también lógica, abonaban a sus intereses.
Para unos, Castillo fue víctima de un golpe y la opinión pública lo refrendaba.
Para otros, la opinión pública es un tejido de ignorantes que han sido contaminados por discursos de odio.
Al medio, las cifras. Las cifras de una encuesta que están allí y que pocos se toman el trabajo de considerar seriamente.
En el fondo, lo que ocurre, es que estamos utilizando los resultados de una encuesta como un dato más, una sentencia, una oración que sirve para sostener un punto. No como un resultado ni como producto de un hecho relevante, sino como un elemento sin contexto y sin razón. Es lo que Hernan Chaparro denomina “polarización afectiva”, un tema sobre el que viene escribiendo regularmente, que además encuentra un correlato importante en redes sociales, como señala en su última columna en La República: “los medios digitales vinculados a ciertas posiciones políticas o ideológicas, así como activistas digitales, quienes favorecen la polarización publicando historias o comentarios que fomentan el etiquetamiento divisivo reforzando y amplificando, vía los algoritmos de los mismos medios sociales, un debate que en realidad no es tal o no tiene la dimensión que muestra en el espacio digital.”
Es que el efecto de la repetición de ideas simples sin sustento es poderoso. Pillai y Fazio en el 2021 analizaron el tema sosteniendo que: “Cuando las personas confían en señales periféricas para la verdad, como la familiaridad y la fluidez, son más susceptibles de creer información falsa, particularmente cuando esa información se repite. Por el contrario, cuando las personas confían en señales esforzadas como recordar el contexto original de la afirmación (por ejemplo, como proveniente de una voz poco confiable) o consultar su conocimiento previo, los efectos negativos de la repetición se reducen”. En este escenario de polarización, la cifra es lo referente, no el contexto ni el motivo que la explica.
Poca gente –incluso dentro de la industria– ha mostrado espíritu docente y sensatez para exponer cómo aprovechar este contenido y cómo tener una lectura de esta información de manera adecuada. Es lo que queremos tratar de plantear en estas líneas.
¿Cómo se decide una encuesta?
Es que hay que situar los límites de una encuesta. El primero es que se trata de un proceso de consulta ficticio que pregunta por temas que son definidos previamente por la empresa que la va a realizar y que arroja un resultado a partir de ello. No es una conversación espontánea o colectiva que arroja un resultado que es parte de una demanda urgente o mucho menos. Es la respuesta a una pregunta predeterminada, cuya respuesta no puede ser analizada desde las razones que la determinan, sino desde la respuesta misma. Por eso es tan importante que el análisis de las respuestas no sea solo estadístico o metodológico, sino también se lean desde marcos de referencia específicos.
Recordamos así el revuelo por el tema de la aceptación a la idea de la Asamblea Constituyente o del cambio de la Constitución del 93. De tener una baja aceptación a ser una “demanda mayoritaria”. Pues ni uno ni lo otro. No es que no se quiera cambiar la Constitución –las cifras confirman esta idea más bien– sino que el tema no está en la agenda cotidiana de las personas. Que tienen opinión e ideas que están moldeadas por las circunstancias y contextos, pero que no representan los temas urgentes sobre los que intervenir.
Lo mismo pasa con esta percepción sobre Castillo. De pronto, meses después de ese fallido y tragicómico intento de golpe de Estado de diciembre, la opinión pública se muestra dividida entre los que consideran que el golpe lo dio Castillo o lo dio el Congreso. Esta es la gráfica en cuestión, reportada por Ipsos:
Lo que hemos visto como “debate” son a los defensores del 46% o del 49%. Ni siquiera hay una diferencia significativa entre ambas respuestas.
Pero lo más relevante es: ¿esto es algo que se explique por sí solo? Hemos visto respuestas de tipo: la opinión pública ya está entrando en razón y ahora entiende que a Castillo le dieron el golpe. Y también del tipo: la opinión pública es ignorante y se deja llevar por discursos comunistas de odio.
Pero nadie entiende qué puede haber detrás de estas cifras: lo que puede victimizar a un expresidente estar en prisión; la torpeza de la oposición de Castillo para evitar esto; la marcada y permanente acción absurda del Congreso que lo vuelve culpable de todo lo que preguntemos.
Finalmente, nadie cuestiona por qué seguimos preguntando por Castillo hoy y no por las líneas de gobierno de Boluarte, de sus ministros, de la Fiscal de la Nación. ¿Qué motiva a que las pocas preguntas de una encuesta que es cara las sigamos destinando a algo que ya puede ser considerado un refrito?
Volvemos así a la intención de las encuestas como algo predeterminado. La decisión sobre qué preguntar y qué no, ¿a qué criterios obedece? Es allí donde debemos encontrar espacios de debate también.
¿Desde dónde respondemos?
Un segundo límite relevante para discutir los resultados de una encuesta es las asunciones que tiene como punto de partida. En particular, que somos sujetos que respondemos las preguntas de modo racional. Volvemos al inicio. Responder una pregunta que exacerba las discusiones más agrias y violentas de los últimos años, siempre va a llevar a una respuesta más militante que racional. El terreno de la opinión pública hoy se asemeja más a consultarle a barrabravas por su equipo de preferencia antes que a ciudadanos que de manera objetiva y precisa elaboran una respuesta atendiendo a consideraciones contextuales.
No me gusta “algo”, entonces no me gusta “nada”. Las atribuciones que pretendemos hacer ahora son categorías globales antes que elementos particulares. Los ejes de partidarios – oposición ahora son más tangibles. Hemos perdido la posibilidad de ser autónomos para nuestras propias consideraciones. Como transitamos entre comunidades que aplauden lo que queremos sea aplaudido, el respaldo a esa visceralidad está asegurado.
Como señala Emilio Venegas sobre las consideraciones para comprender las encuestas: “El sondeo es expresivo de las opiniones de ciudadanos racionales, que cuentan con información, que se preocupan de la ‘cosa pública’ y que pueden exponer opiniones con sentido sobre ella”. Lo que vemos hoy es que esta consideración hay que someterla al juicio actual y entender más desde donde elaboramos nuestro raciocinio y las respuestas que le siguen. La sensación es que nada de este supuesto hoy es condición para analizarlas.
¿Quién dijo qué?
La tercera limitante que nos parece relevante discutir en este texto es el sentido del análisis que nos proponen desde los medios y encuestadoras. El resultado es desolador. En realidad, todo pasa por decisiones editoriales para ver cómo se exponen los resultados. Allí hay un problema central, de pedagogía y de direccionamiento.
* Pedagógico, porque hay un nulo interés en comprender que los lectores de resultados solo vamos a ver numeritos y esos numeritos nos van a significar poco sin un marco de lectura. Muy pocas veces encontramos históricos, cuadros de cruces de variables, ya pedir algo de cómo se relacionan los datos es ciencia ficción. No es por tiempo, cargar esos cruces en un software estadístico demora segundos. Ayudarían mucho a la comprensión de los numeritos.
Como señalábamos hace un tiempo: “El sesgo ocurre cuando tratamos de justificar todo con los números que las encuestas arrojan, que generan una concepción de ‘verdad’ indubitable e incuestionable. Sin embargo, esto genera muchas zonas grises. Primero porque un dato numérico es una parte de una complejidad más grande. El número nos muestra una característica, pero no da una explicación en sí misma.” Sin mayor análisis, sacralizamos al número, no lo comprendemos.
* De direccionamiento, porque finalmente se toman decisiones sobre cómo presentar la información. Este es un problema clave porque una respuesta específica puede llevar a conclusiones diferentes según la queramos ver. Por eso es importante estar sujetos a las interpretaciones más amplias posibles. Desde la data, no solo desde quien la lee ya publicada.
Si no somos conscientes de estos tres límites,
las encuestas van a ser generadoras de sesgos de confirmación y van a ayudar poco a la comprensión de temas relevantes. Aprendemos poco o nada en este camino. Abrir los ojos puede ser el primer puente.
Mauricio Saravia. Psicólogo social, investigador de mercados, especialista en opinión pública.