Le tomó un rato darse cuenta de que su salchipapa no le sabía a nada.
Al comandante en retiro Pedro Rejas Tataje le tomó otro rato más darse cuenta de que tampoco estaba oliendo nada. Entonces se asustó.
Llamó a un amigo doctor. No al «Doctor» con el que tenía semanas conversando. Al que tenía semanas grabando. No. Esta vez tenía que hablar con un doctor de verdad. Su amigo médico lo escuchó y le dijo vente al toque a mi casa, Pedrito, no hay tiempo que perder. Pero, cuando llegó, no le abrió la puerta. Por una rejita, le alcanzó un oxímetro.
–Oye, pero yo me siento bien –protestó el excomandante, mientras se colocaba el aparato en el dedo.
–Eso no tiene nada que ver –le dijo el doctor de verdad, al otro lado de la puerta cerrada–. Este bicho es raro. Hay gente que parece sanísima, le medimos el oxígeno y resulta que ya está en 90… O menos, incluso. 88, 87. Bajísimo. Y en cuestión de horas lo tenemos que estar intubando en una UCI. ¿Oye, ya? ¿Cuánto te marca?
–Ochenta –susurró Pedro.
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Aquí es cuando desaparece Pedro Rejas Tataje de esta historia. En nuestro universo, grabó sus conversaciones con Vladimiro Montesinos planificando corromper a unos magistrados del Jurado Nacional de Elecciones, empezando por Luis Arce Córdova, implicado en el caso de los Cuellos Blancos. Luego entregaría esas conversaciones a Popy Olivera.
Pero en este otro universo, a fines de junio, en vez de contactar con Olivera se dedicaba a buscar una cama UCI. Como resultado, nuestra Historia tomó un rumbo alternativo.
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En la primera semana de julio, contra todo pronóstico de los expertos, el JNE empezó a fallar a favor de Fuerza Popular. Las sentencias fueron muy cuestionadas: uno tras otro, los resultados de los Jurados Electorales Especiales –que se tiraban abajo la hipótesis del fraude– eran descartados por la instancia superior. A este ritmo, calcularon los que sabían, Keiko ganaría la elección por 100 mil votos.
El antifujimorismo salió a romper las calles. Ronderos, universitarios y gente llegada de cada rincón del Perú intentaron tomar una y otra vez la Plaza San Martín, colindante con el local del JNE. Hubo varios enfrentamientos con la policía, que insistió en desalojarlos, lo que fue tomado por la izquierda tuitera como una prueba de que el gobierno de Sagasti “también se había coludido con la mafia”.
Los ánimos se exacerbaron aún más cuando las diversas misiones de observadores electorales emitieron un comunicado “manifestando su extrañeza” ante las resoluciones del JNE, que contradecían todo lo que ellos habían observado. Y empeoró más cuando Alfredo Torres, en una declaración que solo se difundió en Internet, dijo desconcertado que nada de esto cuadraba con sus números.
Así, una misión de políticos fujimoristas fue recibida en la OEA con gran expectativa internacional. Fueron atendidos en persona por su secretario general y aprovecharon las múltiples cámaras de los medios para felicitar que “la verdad” se imponga en un país en el que “finalmente está imperando el estado de derecho”.
Pocos días después, con una velocidad insólita, el JNE declaró ganadora a Fujimori.
«Esto sí es un fraude en mesa», editorializó Hildebrandt y lo acusaron de radical y de jugar a favor de las marchas antidemocráticas. En cambio, Mario Vargas Llosa escribió una columna celebrando que “se había conjurado” lo que “muchos amigos” le explicaron que había sido un intento de fraude comunista “aprovechando la premodernidad de los pequeños pueblitos de nuestra serranía”.
Resignado, Pedro Castillo se acercó al local de Fuerza Popular a saludar a la ganadora pero no fue recibido. Su imagen solitaria, esperando afuera de la puerta, con el sombrero chotano más enorme que nunca, ocupó la portada entera de un regocijado Peru21. Vladimir Cerrón la tuiteó dándole la razón al diario y agregando que el profesor había protagonizado “un ridículo histórico que el pueblo sabrá evaluar y repudiar”. Pocos días después, quince congresistas electos de Perú Libre anunciaban que rompían con el lapicito para formar su propia “Bancada Magisterial”.
Y cuando todos pensaban que, quizás, Keiko se iba a moderar, ocurrió todo lo contrario. En una ceremonia de “reconciliación”, montada por Carlos Raffo, se presentó al futuro gabinete. Uno por uno, con música melcochona, a media luz, portando velas, aparecieron los futuros ministros. Y al final, después de un efecto de luces, el nuevo premier, recién llegado de su gira triunfal en la OEA: Daniel Córdova.
En Canal N, un panel integrado por Pedro Cateriano y Jorge del Castillo destacó la “independencia” de un gabinete en el que “muy pocos eran fujimoristas”. Por ejemplo, ni Juan Sheput ni Cayetana Aljovín ni Martín Ruggiero eran miembros de Fuerza Popular. Incluso el futuro Canciller, Francisco Tudela, sí, claro, había sido vicepresidente de Alberto Fujimori, pero en esta elección había apoyado a Avanza País. Obviamente contaba como figura independiente.
Lo mismo se podía decir del futuro premier. Buena parte de la artillería opositora se concentró sobre él. Algunos medios digitales rescataron viejos tuits suyos abiertamente machistas o vulgares o burlándose abiertamente de víctimas de la violencia política, como Pedro Huilca, pero la prensa masiva ignoró el caso después de que Córdova afirmara que él no había escrito nada de eso.
Indignada, Verónika Mendoza declaró que un gabinete con “solo tres ministras” era “inaceptable” y un “retroceso histórico en la lucha de las mujeres de todo el Perú”. La futura ministra Rosángela Barabarán contestó que esas eran “caviaradas” y que, más bien, este gabinete “representaba la diversidad de nuestro país”.
La inminencia del gabinete Córdova –y sus declaraciones cada vez más destempladas– solo exacerbó más las protestas, que se volvieron inmanejables. Se convocó una marcha gigante para el 28 de julio. Sindicatos, frentes de lucha, organizaciones indígenas y todo tipo de agrupación social se movilizó. El Comercio publicó seguimientos en video de algunos de sus organizadores, realizados por la Dircote. Lo que no impidió que, efectivamente, el 28 de julio estallase el caos en las calles mientras Keiko Fujimori juramentaba en el Congreso.
Fujimori inició su discurso con un breve saludo en quechua, lo que fue aplaudido a rabiar por su bancada y saludado por los medios masivos como “una rama de olivo para los pueblos olvidados del Perú”. En la calle, el saludo desconcertó a los hispanistas que, blandiendo escudos de cartón con la cruz de Borgoña, andaban buscando la bronca con cualquiera de los manifestantes que habían inundado el Centro de Lima. Por suerte para ellos, la policía los separó. Los antifujimoristas eran decenas de miles.
Así, el Perú recibió su bicentenario sumergido en gases lacrimógenos. Ni en noviembre se había visto algo así en la capital. Trabajadores agrícolas bloquearon la Panamericana Sur y la Norte. Los mineros tomaron la Carretera Central. Nada podía entrar ni salir de Lima. Tres días después, el ministro del Interior, Fernando Rospigliosi, recuperaba las carreteras con suma violencia. Pero ya era muy tarde: el dólar había roto la barrera de los 4 soles.
El ministro de Economía, Luis Carranza, se paseó por todos los medios explicando que la subida del dólar no tenía nada que ver con el nuevo gobierno, sino con la coyuntura internacional. “Los precios están subiendo en toda América Latina”, afirmaba una y otra vez. Y, efectivamente, Cuarto Poder emitió una edición especial, enviando reporteros a los mercados de Chile, Bolivia, Argentina, Ecuador y Colombia a preguntar cuánto habían subido las cosas. En Willax, los entrevistados negaban que los precios estuviesen subiendo de verdad: todo se trataba, obviamente, de especulación de las federaciones de agricultores infiltradas por el comunismo.
En la otra orilla, en Twitter, acusaron a Alicorp de estar manteniendo estables sus precios artificialmente, para favorecer a la nueva presidenta. Para compensar, el ministro Carranza anunció un paquete de bonos, duramente criticado como “populista”, por Pedro Francke.
Por su lado, Rospigliosi tampoco demoró en allanar los locales de Perú Libre y la casa de Vladimir Cerrón. Algunos medios digitales dijeron que, si bien algunos plazos se habían acelerado, esto era parte del proceso regular del caso de Los Dinámicos del Centro, en el que parecía haber evidencia razonable. Esos periodistas fueron acusados de buscar la mermelada del nuevo gobierno. Un congresista cerronista, un desconocido de apellido Bellido, denunció en su Facebook una persecución política “similar a la que sufrieron los valientes que emprendieron la lucha armada”. Obtuvo 23 likes.
Se acercaba el pedido de confianza del nuevo gabinete y la crispación no podía ser mayor. Las redes se llenaban, cada vez más, de viejas declaraciones del canciller Francisco Tudela a favor de la amnistía al Grupo Colina, diciendo que “mal que bien trataron de defender a la colectividad peruana”. Las izquierdas plantearon una moción de censura contra él –que los medios criticaron por “apresurada”y «obstruccionista» contra un gobierno «que no tiene ni un mes»– pero ni siquiera lograron los votos necesarios para poder discutirlo en el Pleno.
Los defensores de Tudela alegaban que había sido “sacado de contexto”, que todo eso había sido declarado antes de ser nombrado Canciller y que, además, históricamente era correcto porque la CVR nunca había reconocido la existencia de terrorismo de Estado. Se desenterraron más declaraciones de archivo, en las que alertaba sobre “el nuevo orden mundial” impuesto por la “progresía” que “recortaba nuestras libertades” con la excusa del “virus originado en China”. Esto último mereció una protesta de la embajada de nuestro aliado comercial más importante… a la que se sumó otro hecho que sacó gente a la calle: la suspensión de la vacunación.
En la primera semana de agosto, el ministro de Salud en persona, Ernesto Bustamante, supervisó la retención del primer lote grande de Sinopharm. Un millón de dosis quedaron varadas en la aduana “mientras se investigaban los convenidos del Lagarto Vizcarra” (a pesar de que la compra había sido realizada por Sagasti). Como resultado, toda la población menor de 40 años tendría que esperar por su dosis un par de meses más. Para compensar, se anunció una compra masiva de ivermectina. La jefa de EsSalud, la eterna Fiorella Molinelli, felicitó la decisión gubernamental, durante un viaje de distribución de kits con el desparasitante. Willax inició una campaña para colocar máquinas dispensadoras de ivermectina en la puerta de todo local comercial. El lobby funcionó: el almirante Montoya lanzó un proyecto de ley para que nadie pueda subir a una combi o entrar a un centro comercial si no antes no tomaba ivermectina.
Enrique Castillo entrevistó a la flamante jefa de la Secretaría de Gobierno Digital de la PCM, Vanya Thais, que aclaró que las imágenes en las que se le veía haciendo el saludo nazi no era nazi porque los nazis eran socialistas y, además, por último, “mataron menos que los comunistas”.
El ministro de Educación –y también congresista de Renovación y también dirigente de Con Mis Hijos No Te Metas–, Esras Medina, defendió las declaraciones de Thays y atribuyó el escándalo a “la distorsión educativa de la actual currícula caviar”. Fue aún más lejos y anunció una ley para «evitar el adoctrinamiento político en los colegios».
(Mientras, discretamente, la Marina renovó el convenio con el INPE para mantener el centro de reclusión de la Base Naval. Salvo una nota críptica en IDL-Reporteros, nadie más lo notó ni le dio ninguna importancia.)
En este ambiente irrespirable, se presentó Daniel Córdova para pedir la confianza del Congreso. No le costó mucho. Obtuvo 75 votos a favor. Votaron en contra las bancadas de izquierda y también el Partido Morado, provocando indignación en las redes, que los llamaron higos: morados por fuera, rojos por dentro. “Un voto anti democrático”, editorializó El Comercio, criticando a los morados por haber votado “con odio”, ignorando la “amenaza comunista que aún mantiene en zozobra al país”.
Lo cierto es que la amenaza era cada vez menos amenaza. Las marchas eran cada vez más raleadas. El gobierno tenía todos los medios masivos consigo. En Internet, cualquier información contraria era sepultada por una fábrica de trolls instalada en la PCM. Los empresarios aparecían a diario asegurándole a la población que todo andaba espléndido.
Y, lo más importante: tenían todos los votos en el Congreso para asegurarse que se aprobaran sus leyes. La presidenta del Congreso, Patricia Juárez, se encargaba de eso. ¿Vacancia? Eso era un sueño de opio. La trilogía gobernante (Fuerza Popular – Avanza País – Renovación) tenía los votos justos (43) para bloquear una vacancia. Si a ellos se les sumaban sus aliados Acuña y Luna, la primera presidenta del Perú podía darse el lujo de esperar a que las cosas se calmaran. Todo esto tendía que pasar. Ya llegaría el respiro necesario para poder, por fin, cumplir la promesa de indultar a su padre.
Era solo cuestión de tiempo.
***
–¡Mi celular! ¿Dónde está mi celular? –fue lo primero que exigió Pedro Rejas Tataje cuando despertó en la UCI.
Le dijeron que tenía que esperar, que todavía tenía que recuperarse. Había estado casi tres meses luchando. Pero Pedro solo decía mi celular, quién tiene mi celular. Durante dos días averiguó y pataleó hasta que consiguió que le devolvieran el aparato. Ansioso, lo prendió. Puso el PIN. Puso otra clave extra. Puso una más. Allí estaban. Todos sus archivos. Sonrió.
En la agenda, buscó la O de Olivera.