Resulta que paralizar la economía mundial casi medio año no fue suficiente.
Según un informe de Climate Action Tracker, publicado por CNN, estos meses en los que la humanidad entera decidió reducir al mínimo su consumo de petróleo y combustibles derivados, no sirvieron de mucho.
Como se ve en el cuadro, las proyecciones actuales de emisiones actuales de carbono sí se redujeron. Pero ni siquiera lo suficiente como para alcanzar las metas establecidas en acuerdos internacionales, metas que ya son francamente irrisorias en comparación a lo que debería ocurrir. Si es que queremos estar vivos dentro de 30 años, claro.
Lo que ustedes ven en verde oscuro es lo que tendríamos que lograr para evitar un catástrofe global en el 2050, que incluiría el desplazamiento migratorio de la décima parte de la población, potencialmente poniéndolos en contacto con enfermedades para las que tienen poca inmunidad. Sí, más epidemias. Los desplazamientos ocurrirán por múltiples causas, como la desaparición bajo el agua de muchas ciudades. Y sí, esto también ocurrirá en el Perú, y no solo en ciudades costeras.
Entonces, a pesar de todas esas imágenes de animalitos corriendo libres por las ciudades, que se hicieron tan populares al inicio de la pandemia, todo indica que guardar bajo llave a la humanidad entera no fue suficiente.
La cultura imperante del individualismo buenista nos dice que cada esfuerzo cuenta, que cada cañita que no pides, es una tortuga salvada. Que cada vez que eliges comprar una bicicleta en vez de un carro, eres el Capitán Planeta. Y, bueno, en parte es cierto. Todo aporta, ¿no? Es, literalmente, tu granito de arena.
Pero jamás un granito de arena ha detenido a ninguna ola.
De hecho, la idea de enfocar la lucha contra el cambio climático en los esfuerzos individuales partió de BP, antes conocida como British Petroleum. Ellos le encargaron una campaña a Ogilvy & Mather para promover la idea de que el cambio climático es culpa tuya, no de ningún gigante petrolero. Así nació la idea, ahora tan popular, de «la huella de carbono».
Pero lo cierto es que una tercera parte de todas las emisiones de carbono son responsabilidad de solo veinte empresas (públicas y privadas). Y esto, solo para hablar de la industria de combustible fósil.
Ha tenido que llegar una pandemia para que la evidencia del engaño de la responsabilidad individual esté al alcance de la mano.
Lo que existe es una responsabilidad colectiva. La única salida sería solo un cambio absolutamente radical –con todas sus letras, revolucionario– de modelo y de costumbres. Con más de siete mil millones de habitantes convertidos en “consumidores”, actividades al parecer inocuas como la agricultura o la ganadería se han vuelto tan graves como la producción de plástico. La gran mayoría de situaciones que damos por sentadas o «normales» tendrán que desaparecer o nos desaparecerán: desde la importación y exportación de alimentos hasta mantener helada tu chela en la refrigeradora, pasando por el costo ambiental de los servidores que conectan el celular en el que rotarás el enlace de este artículo.
Pero el cambio que implicaría salvar el planeta es demasiado costoso para economías que ya están sufriendo caídas sin precedente y para psicologías como la humana, que tiende a normalizar este tipo de situaciones. Ni siquiera imágenes apocalípticas como esta, por ejemplo, han servido para que el país afectado no esté a punto de reelegir al negacionista climático más famoso del mundo.
Pero no solo hay sesgos de supervivencia económicos o psicológicos. También ha existido una campaña para asociar estas preocupaciones como algo «de izquierda» o, directamente, para poner en cuestionamiento la ciencia detrás de las alertas. Un cuestionamiento a la ciencia que lleva décadas, que fue minándola año tras años, y cuyas consecuencias nefastas hemos vivido en esta pandemia, rodeados de gente que no «cree» en la ciencia.
Ahora se sabe que durante décadas, ExxonMobil, el Instituto Americano del Petróleo (API), Industrias Koch y otras, se dedicaron a financiar think tanks que desacreditaran el vínculo entre el cambio climático y el combustible fósil. Hace un par de meses, el fiscal general de Minnessota, Keith Ellison denunció a estas empresas por haber financiado a «estrategias de comunicación públicas que no solo eran falsas, sino también altamente efectivas», que servían para «deliberadamente restar importancia a la ciencia» detrás del cambio climático. Se ha detectado millonarias transferencias a 91 instituciones «prestigiosas» que negaron o minimizaron riesgos del cambio climático, incluyendo al Instituto Cato, tótem de la derecha mundial.
Así fue como la supervivencia de la especie –un asunto sobre el que no caben divergencias ideológicas– se volvió una majadería de hippies o, peor aún, parte de la agenda izquierdistas internacional.
Esto lo estamos viviendo ya mismo en el Perú con el rechazo al Acuerdo de Escazú por parte de las voces más influyentes en el empresariado local. No importa que medios como Gestión o La Ley –a los que difícilmente se puede acusar de caviares– hayan desmentido una y otra vez los pretendidos «peligros» del Acuerdo. Lo que importa es que todo lo que suena «verde» es, en realidad, «rojo» y debe ser combatido.
El Perú, en el gran contexto de las cosas, no puede hacer mucho para combatir la emergencia climática. Pero, dentro lo poco que puede hacer, el Acuerdo de Escazú ya es bastante. Este tratado es precisamente el tipo de iniciativas colectivas en las que podemos hacer algo más que poner un granito de arena. Es una acción política. No soluciona los problemas de fondo pero al menos crea un entorno en el que será más favorable abordar esos problemas de fondo.
Chile acaba de salirse de Escazú y eso, con seguridad, envalentonará a nuestros talibanes locales. No puede permitirse que el Perú siga ese camino.
Vayámonos haciéndonos a la idea de que nuestras acciones individuales cada vez importan menos. Tanto la pandemia como el cambio climático requieren presiones colectivas para que los liderazgos (políticos, económicos, globales) tomen las riendas. Yo soy muy pesimista respecto a cómo terminará todo esto pero aquí me tienen, pataleando y tratando de que ustedes pataleen también. Para que los que tienen hijos –o quieran tenerlos– puedan decirles, en el 2050, que, al menos, lo intentamos.