–Ustedes no han comprendido todavía –observó Rambert alzando los hombros.
–¿Qué?
–La peste.
– ¡Ah! –dijo Rieux.
–No, ustedes no han comprendido que su mecanismo es recomenzar.
(Albert Camus – La peste)
El viernes, por primera vez, nos animamos a almorzar en una terraza. Desde hace una semana (¿o más?), ya se puede, aquí donde vivo. Pero fuimos prudentes y esperamos a venir a un pueblo cercano que tuvo cero casos. Aún así, la mesera tenía mascarilla y ya no te dan una carta, sino que el restaurante exhibe un código QR que te manda el menú a tu teléfono. Todo muy seguro, todo muy rico.
Al volver a casa no me lavé las manos.
Moría de ganas de una siesta y directamente me aventé a la cama. Después me desperté, hice mi día normal y caí en la cuenta de la lavada de manos ya de noche, antes de cenar.
Ese mismo viernes, probablemente al despertar de la siesta, mandé esta encuesta a uno de los grupos de Telegram.
Eran tres posibles temas –que me andan rondando la cabeza– para la columna de hoy, para esto que están leyendo. Los tres temas tienen algo en común: ninguno está directamente relacionado con la pandemia (lo de Sacha Barrio habría tenido más que ver con el nocivo sesgo periodístico del falso «equilibro»).
Ese viernes, tanto a nivel personal como periodístico, caí en la trampa del retorno a la normalidad.
Sí, claro que pasan más cosas en el mundo. Cosas de las que se deben hablar. Seguramente mañana La Encerrona tendrá un Beba Army para Principiantes. Quizás uno de estos días escriba un hilo en Twitter sobre lo de las películas. Pero hay una pandemia allá afuera. Y aquí dentro, en nuestras cabezas, hay otro problema: está dejando de importarnos.
Que deje de importarnos se puede traducir en una falsa sensación de seguridad. Que es comprensible. Nadie puede vivir todo el tiempo preocupado.
De hecho, algunos estudios indican que mientras más tiempo dure la cuarentena, más se instalará en la gente esa falsa sensación de seguridad.
Hablando de forma general, el comportamiento humano se rige por el principio de recompensa y esta pandemia no es la excepción. Al contrario.
¿Cuál es el refuerzo positivo de seguir las reglas? No enfermarse, claro. No enfermar a los demás, también. Pero conforme pasa el tiempo la sensación de recompensa se diluye: después de todo, la mayoría de nosotros no estábamos enfermos en primer lugar. El «refuerzo» nos llega como información racional, no como una sensación visceral.
Y lo racional –lo hemos visto una y otra vez en estos días– no convence a nadie de nada.
Por eso tienes a tantos «líderes de opinión» (lo que en millennial se conoce como «influencer») tuiteando contra la cuarentena, argumentando –a pesar de toda la evidencia científica– que no salva vidas. Se trata, en realidad, de la falta de refuerzo positivo de su encierro. Paradójicamente, el hecho de que la cuarentena funcione mejor en los sectores pudientes les genera la sensación de que el encierro no cambió las cosas. Y no cambió porque no se enfermaron.
Y «no enfermarse», insisto, es una situación demasiado abstracta como para ser asimilada como un resultado positivo.
Fuera de la burbuja de Lima Moderna, la historia es otra:
La quinta parte de los hogares peruanos (hogares, no personas) viven en condiciones de hacinamiento. A los seguidores de esta columna no tengo que recordarles que una casa hacinada cumple con las tres C que hay que evitar: cerradas, concurridas, cercanas. La gente que ha tenido acceso a la data abierta del gobierno, confirma la sospecha: a más densidad de la vivienda, mayor contagio. Lo que es lo mismo que decir: a más pobreza, más covid.
Y esta es una situación que se va a agravar con la llegada del frío a la costa peruana.
Siempre hemos sabido que existe una relación directa entre las enfermedades víricas, como la gripe, y el invierno. No se trata de que los virus mueran con el sol o el calor. La explicación es más sencilla: en invierno, las personas tienden a pasar más tiempo en el interior de sus casas, agrupadas, con menos ventilación y menos espacio personal que en verano.
De hecho, cada vez más evidencia apunta a que la mayoría de contagios ocurren durante exposiciones prolongadas en espacios cerrados.
Esta sería la razón, al parecer, por la cual las protestas en Estados Unidos no han generado un despunte de la pandemia. Los casos siguen subiendo en ese país, pero no se encuentra correlación entre las zonas de protestas y ningún pico de contagios. La situación es la misma respecto de la manifestación por el Día de la Mujer y el brote español: contra lo que se creía, no provocó una disparada de casos. Esto no significa que nadie se haya contagiado protestando, sino que no hay más contagios de lo normal, a pesar de la aglomeración. Todo indica que hay más probabilidades de infectarse en el transporte público, sin ventilación, que en una protesta al aire libre.
Así que el nuevo enemigo ya es la humedad: Que cuela el frío sin importar cuántas capas de abrigo lleves encima. Que te hace cerrar las ventanas en la combi y en la casa. Que obliga a reciclar el aire en los cines y centros comerciales que abrirán en pleno invierno.
Hay dos cosas que el gobierno puede hacer antes de la llegada en serio del invierno.
La primera, intentar disminuir al máximo el tiempo de los desplazamientos en el insalubre transporte colectivo. Sobre todo en la gigantesca Lima, que sigue siendo el epicentro de la pandemia. Esto implica una gestión muy fuerte de toda la movilidad. Escalar las horas de entrada y salida de los distintos centros laborales; regular el transporte privado para disminuir el tráfico; exigir más de los concesionarios del Metropolitano y el Tren Eléctrico; fiscalizar el aforo de los vehículos autorizados.
La segunda: así como se fue a los mercados cuando, finalmente, se los detectó como focos de contagios, ahora toca ir a los barrios con mayor densidad habitacional y problemas de humedad. Se sabe cuáles son, es cuestión de revisar la data del INEI. Las viviendas más susceptibles al frío son identificables por el material de construcción. Miren la diferencia entre temperatura interior (verde) y exterior (roja).
Parece mucho y quizás lo es. Pero el invierno del hemisferio sur ya ha encendido las alertas de los expertos. No se puede bajar los brazos. No podemos enfriarnos. No podemos caer en la trampa del retorno a la normalidad.
Sí, podemos discutir y debatir y pensar en muchas otras cosas que no sean la pandemia. Y en el programa lo seguiremos haciendo. Pero hoy quise alertarme a mí mismo, y también a ustedes, de que la prioridad debe seguir siendo el enemigo. Esto sigue siendo una guerra. Y las guerras más importantes, pregúntenle a Napoleón o a Hitler, se pierden en invierno.