La «inocencia racial» o cómo el camino del racismo en Latinoamérica está lleno de buenas intenciones.
En unos días se estrenará oficialmente la nueva versión en live action de “La Sirenita”. Se trata de un remake de la renombrada cinta de Disney que ha acompañado las infancias de millones de treintañeras como yo, que hoy tienen la posibilidad de ver este clásico llevado a la vida real gracias a Halle Bailey, una talentosa actriz que logró obtener el rol fruto de su indudable talento.
La película no solo ha recibido atención por el suceso importante que representa sino por un rasgo particular que la hizo objeto de críticas incluso desde antes que empezara su producción: Halle Bailey es una mujer negra, y eso parece ser más relevante que su talento, su idoneidad para el rol y su reconocida carrera. Apenas se anunció la elección de Bailey como la actriz que interpretaría a la clásica princesa Disney, el rechazo no se hizo esperar y se habló inclusive de un boicot a la película por atreverse a desafiar las características de la conocida sirena que, hasta ese entonces se supo, eran determinantes para su popularidad.
El rechazo que generó esta decisión de Disney también se explicó desde lo ideológico cuando miles de personas adultas sustentaron su desaprobación argumentando que este cambio era una demostración más de la inclusión forzada que ciertos grupos están tratando de proponer para generar el odio racial entre personas. La inclusión forzada no es otra cosa más que la firme creencia que asume que las acciones que se vienen impulsando desde las empresas, los medios de comunicación y otros espacios responden a una intención de forzar el reconocimiento de personas que rompen con lo históricamente establecido. Esto resulta en un argumento incompleto, si tenemos en cuenta que la diversidad no se ha creado hace poco, sino que siempre ha existido y ha sido ignorada por quienes aún piensan que todos somos iguales y hablar de diferencias nos pone en riesgo.
El argumento de la inclusión forzada se suma a otros que forman parte de las estrategias discursivas que tenemos para reproducir el racismo de manera indirecta. Y debo reconocer que es una habilidad desarrollada a nivel regional que se suma a otras que tenemos para continuar asumiendo que una conversación sobre el racismo no es necesaria.
Un claro ejemplo de esto es lo que acaba de pasar hace algunos días con una entrevista que se le hizo a la actriz que interpreta a “La Sirenita” en un programa mexicano, como parte del tour de prensa de la película. En un segmento de la conversación con la actriz, el conductor a cargo de la entrevista miró a Bailey y con música melancólica de fondo le aseguró que nadie se había fijado en el color de su piel. ¿Dónde está lo problemático? Precisamente en asumir que ver el color de piel de las personas es algo negativo, y que decir “no veo colores” nos libera de la responsabilidad individual que tenemos en la reproducción del racismo.
Estas muestras de inocencia racial –concepto desarrollado recientemente por la profesora Tanya Katerí Hernandez– no son nuevas, pero encuentran nuevas maneras de manifestarse y justificarse. Según Hernandez, las sociedades latinoamericanas que reproducen permanentemente el racismo usan la inocencia racial como una justificación para asumirse como agentes pasivos y como víctimas de un sistema racista, actuando únicamente desde la inocencia y la benevolencia sin incurrir en conductas racistas voluntarias.
Este concepto se puede encontrar en el pronunciamiento del conductor Patricio Borghetti a través de su cuenta de Twitter, donde mencionó que lamentaba la interpretación que se le había dado a un comentario que venía desde «el amor» y que actriz recibió con «agradecimiento». Sin embargo, luego de unos días se conoció que Halle Bailey había hecho una queja formal con los ejecutivos de Disney a partir de esta experiencia, solicitando que se tenga en cuenta la preparación de las personas que la entrevistaban. Las acciones de Borgetti evidencian que el camino del racismo en Latinoamérica está lleno de buenas intenciones que finalmente terminan generando incomodidad, microagresiones y rechazo de las personas que están expuestas a este tipo de situaciones.
Halle Bailey ha sido sujeta de críticas, bullying y racismo durante los cuatro años de grabación de la película. Y aún después de verla, escucharla y comprobar su talento existe un grupo de personas adultas que ya vivieron su época de princesa y siguen enfocadas el daño que le ha hecho el personaje a sus infancias tradicionales, sin pensar en la posibilidad que la película tiene de crear un precedente nuevo para generaciones que están construyendo su propio universo de imágenes, estímulos y valoraciones.
La importancia de darnos el permiso de reescribir historias y generar mejores referentes fieles a una diversidad que siempre ha existido fuera de las pantallas es algo que necesitamos mucho más. Y sobre todo en el Perú, donde nos sigue pareciendo gracioso que comediantes se pinten la cara para representar a personas con distintos colores de piel, o seguimos pensando que las sirenas no pueden ser negras. Repensar a las princesas y construir mejores imágenes quizás resulte en una mejor generación futura, dispuesta a hacer el trabajo para cuestionar su propio racismo y reconocer la belleza en todas las pieles.
Ana Lucía Mosquera Rosado es comunicadora e investigadora especializada en temas de diversidad, interculturalidad, género y no discriminación.