Atención, zapatillas: Las líneas políticas más notorias del gobierno de Castillo son, en buena parte, las mismas que Merino quiso imponer.
En el Perú, el debate político es mucho más sofisticado que su objeto de discusión. Lo que ya es decir bastante, teniendo en cuenta el nivel encefalográficamente plano de dicho debate. Pero lo cierto es que resulta francamente desmedida o candorosa la pretensión de categorizar o explicar nuestra política bajo ejes ideológicos.
La prensa –que no piensa demasiado las cosas– sobreentiende casi de forma automática que el origen de tal o cual situación se explica por la afiliación de determinados actores a la derecha o a la izquierda.
Las redes sociales –que sobrepiensan demasiado las cosas– emplean todo el ancho de banda posible en discutir qué es exactamente un caviar o en determinar quién es el mejor representante congresal de los ideales libertarios o en exponer que tal opinólogo encaja más dentro de la socialdemocracia o en la inagotable pasarela de los yo-soy-más-de-izquierda-que-tú.
El error de base es evidente para cualquiera que haya prestado atención desde el año 2016: asumir que nuestros políticos guían sus decisiones sobre la base de consideraciones ideológicas. Esto deriva en situaciones tan normalizadas y cómicas a la vez, como la insistencia en referirse a Acción Popular o Podemos Perú o Alianza para el Progreso como –y esto se dice abiertamente en televisión sin que nadie se altere– «partidos de centro».
Un poquito de por favor, pues.
Buena parte del desconcierto de los peruanos frente a las actitudes irracionales o contradictorias de sus políticos proviene de esta disonancia cognitiva. Asumimos que ellos actúan en función de ideologías gruesamente identificadas como de derecha o izquierda, a nivel económico, o, a lo más, como conservadores o liberales, a nivel social.
Primicia, chocherita: los políticos no se mueven solo sobre esos ejes.
Hay un tercer eje. El que explica, por ejemplo, el apoyo del 86% de peruanos a las marchas contra Merino, hace un año. O el que convirtió al antifujimorismo en el «partido» con más militancia y más éxitos electorales del siglo. Ese eje es el autoritario – democrático.
Quizás es optimista llamar «democrático» a uno de los lados. Quizás son las simples ganas (bien noventeras) de que el Estado no se meta en mis asuntos, de que me deje hacer mi vida. Quizás es la simple desconfianza ante la acumulación de poder. Sea como sea, ese lado pro-auto-determinación es muy potente en el Perú y viene reventando nuestras calles, desde hace décadas, cada vez que se considera necesario. Incluso las marchas anti «fraude» (con todo lo equivocadas que estaban) se colgaron de ese sentimiento: el derecho a decidir sobre tu propio futuro.
Este eje también explica uno de los reclamos más ardidos de la derecha:
Nos encontramos ante un gobierno que ha demostrado, en solo cien días, ser quizás el más dañino y desastroso de nuestra historia reciente. «¿Por qué entonces los jóvenes no salen a las calles?» se preguntan los que ignoran que en las marchas de hace un año participaron tres millones de peruanos de todas las ciudades y de todas las edades (ciertamente, fueron los jóvenes los más avezados, los que fueron al Centro de Lima y se toparon la represión policial; pero no solo marcharon ellos).
Pero el fondo de la pregunta se mantiene: ¿por qué no salen ahora?
Porque resulta evidente para la mayoría de personas que Pedro Castillo no representa ninguna amenaza autoritaria real. Este pobre señor que lleva tres meses y medio sin dar una sola entrevista, que es pechado pública y constantemente por aliados y subordinados, que pierde un ministro cada 11 días, que anuncia la venta de un avión viejo como el último concolón de radicalismo que le queda… ¿ese señor va a instalar un régimen comunista dictatorial?
Ya pues.
La mayoría de gente sabe o intuye esto y, por tanto, los ánimos sublevantes necesarios para convocar a manifestaciones multitudinarias están, por el momento, dormidos.
Pero podrían despertar si se entendiera que existe un cuarto eje. Un eje que explica, mejor que los anteriores, la mayor parte de decisiones de los actores políticos en los últimos cinco años: el orden legal vs la supervivencia personal:
Keiko dinamitando su capital político contra Kenji y PPK. Vizcarra traicionando a todo lo que se mueva. El Congreso del año pasado colocando a Merino en la presidencia. Los nombramientos disparatados del actual gobierno.
Todo esto resultaría inexplicable bajo una lógica política pura: tomas medidas que aseguren el bienestar de los ciudadanos y eso te asegurará los votos de dichos ciudadanos en el futuro.
Pero resulta más que comprensible si recordamos que son organizaciones o personajes con agendas subalternas sometidas a grupos de presión (desde las grandes constructoras hasta los sindicatos de maestros, pasando por el circuito de la coca) o que son estructuras partidarias creadas con el fin de afianzar sus propios negocios (Luna, Acuña) o que viven aterrados por los guardaditos que la justicia, tarde o temprano, destapa (Keiko, Vizcarra, Cerrón).
Así, entender la política peruana sobre la base de ideología es una distorsión infantil de la realidad:
El Estado está tomado por una serie de organizaciones de intereses particulares que solo responden a su propia supervivencia. Envuelven sus actos de justificaciones políticas o ideológicas pero se les cae la careta cada vez que tienen que tomar decisiones políticamente inexplicables. Lo de Pedro Castillo y el Fenate es, quizás, el ejemplo más extremo.
Por eso han resultado particularmente críticas las dos últimas semanas. En un gobierno que no tiene logros qué exhibir, resulta que hay un solo aspecto en el que sí parece estar avanzando de manera más que decidida: las contrarreformas.
Las reformas del transporte, la magisterial y la universitaria son procesos apoyados decididamente por un sector muy presente de la ciudadanía. Las tres pretenden combatir un estado actual de cosas que solo beneficia a unos cuantos enquistados que viven de sumergir en el caos y la ignorancia a todos los demás.
Y, por supuesto, las tres han sido muy combatidas desde el establishment político. Hace ya unos años, el fujimorismo se alió con el propio Pedro Castillo para intentar boicotear la reforma magisterial. El año pasado, los transportistas informales colocaron un congresista de Acción Popular, con el que Fuerza Popular jugó en pared; todos ellos votaron por la vacancia. Hace un año, los aliados de Merino no esperaron ni 48 horas del régimen de facto para amenazar a la Sunedu.
Es decir, el pretendido outsider del sombrerito, el hombre que no es un político tradicional, en el fondo, está consiguiendo lo que sus opositores-políticos-tradicionales han intentado durante años.
Lo poco que está logrando el actual gobierno –esas tres contrarreformas– se parecen demasiado a lo que hubiesen intentado Manuel Merino y la Coordinadora Republicana.
¿Merino hubiese intentado apaciguar la calle dándole por su lado a los sindicatos magisteriales más extremistas? Sin dudarlo. ¿Acción Popular y varios otros partidos no tienen en sus filas a transportistas informales? Por supuesto, chau ATU, chau Sutran. ¿Merino no llegó al poder de la mano de Luna, Acuña y otros empresarios de la educación bamba? A desmantelar la Sunedu.
Si viésemos la política solo desde el eje izquierda – derecha, estas coincidencias no tendría sentido. Pero se entienden desde el eje en el que el orden legal se encuentra en contraposición a la supervivencia de estos actores. Y tenemos pocos políticos del lado del orden legal. Pocos políticos sin guardaditos. En eso coinciden casi todos.
Un año después, la moraleja es desalentadora. Resulta que las marchas evitaron que un grupo específico nos hiciera retroceder en aspectos en los que el actual gobierno ya nos está haciendo retroceder.