Cómo entender la alianza entre el Táper y el Tapir
«En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia». Así empieza Borges su breve cuento Del rigor en la ciencia, en el que, al final, el mapa del reino alcanza tal grado de exactitud que ocupa el mismo tamaño que el propio reino.
Hace unos días, Hugo Ñopo recordó este relato para explicar que ninguna de las categorías que usamos para intentar analizar la realidad serán jamás tan exactas como la propia realidad.
Y eso está bien.
La realidad es tan inabarcable que solo podemos explicar un espacio muy limitado de sus aristas al mismo tiempo. Intentar mostrarla toda sería tan impráctico o irracional como una mapa a escala 1/1.
Recordé el mapa de Borges al ver sesudos y muy indignados análisis renegando de la precisión analítica de lo que se ha denominado el fujicerronismo. Han sido tantos, tan sesudos y tan indignados estos análisis sobre algo que no pasaba de ser más que una chapa con espíritu troll y han sido tan desmesuradas las reacciones de los aludidos que quizás valga la pena entender por qué el término prendió y ardió tanto.
Y para entender esta nueva categoría tenemos que hablar de su antecedente espiritual: el aprofujimorismo.
Retrocedamos juntos, entonces, al año 2007. Gobernaba Alan García con un programa cada vez más de derecha dura. Su vicepresidente era el sueño húmedo de muchos hoy: un almirante de la Marina. El extractivismo a toda costa pronto daría lugar a la doctrina del Perro del Hortelano y, trágicamente, al Baguazo. El terruqueo se volvió política de Estado.
Es decir, el aprismo asumió políticas que –dentro de las categorías vigentes en ese momento– se identificaban como fujimoristas. Muy lejos de lo prometido por el propio García en su campaña del año anterior y, por supuesto, lejísimos de lo que normalmente se entendía como aprismo.
Ante tal radicalización del gobierno (radicalización para los estándares de entonces; la radicalizaciones actuales son mucho más pronunciadas), la izquierda intelectual/oenegera/bloguera del momento empezó a explicarse la situación bajo la hipótesis de una «alianza» apro-fujimorista.
Veamos dos usos del término de esos años, provenientes de personajes hoy cercanos a Fuerza Popular o a Perú Libre:
Nótese que los personajes en cuestión le atribuyeron «aprofujimorismo» a personajes tan disímiles como Mercedes Aráoz y Martín Tanaka (!?).
Ciertamente fue Martín Tanaka, desde la Ciencia Política, descartó la existencia de una «alianza» y, con su calma habitual, explicó lo que hoy, en retrospectiva, resulta evidente: que no era que Keiko y Alan hubiesen firmando un pacto de sangre bajo el centellar de relámpagos, sino que, simplemente, tenían coincidencias programáticas que los acercaban en aspectos puntuales.
En ese momento, los argumentos de Tanaka me convencieron de no utilizar lo que me parecía más bien un término que combinaba la teoría de la conspiración con la propaganda. Un meme, vamos. Utilizar «aprofujimorismo» era, creía yo, algo tan poco riguroso y tan sectario que decidí no entrar a ese debate, por estéril, y más bien, obviar la palabreja.
Con el tiempo, la presencia en la política peruana del fujimorismo creció y la del Apra disminuyó, lo que se vio reflejado en la inversión de sufijos: se viralizó el uso de fujiaprismo.
Pero no solo eso. Para la elección del 2016, el fujiaprismo como concepto ya había dado el salto de las redes al uso popular, reflejando un fenómeno cada vez más notorio: que las coincidencias programáticas ya no los acercaban en aspectos puntuales, sino que eran casi absolutas. Y conforme avanzaban los hallazgos de Lava Jato esas coincidencias ya no eran solo programáticas, sino también de lucha por su propia supervivencia.
Era una lucha no solo política, sino también judicial (y, fatalmente, en el caso de García, vital). Lo que en el 2007 era un meme, en el 2016 se volvió una realidad inobjetable. Basta recordar cómo, después de la elección de PPK, bombardearon –al unísono– el sistema político peruano hasta dejar los escombros en los que ahora vivimos.
¿Cuál es la moraleja de esta historia?
¿Los que nos resistimos, en su momento, a hablar de aprofujimorismo estábamos equivocados? ¿O no lo estábamos pero el tiempo y el uso convirtieron a la palabreja en una profecía autocumplida? ¿O es que, en nuestro país, una vez más, la realidad imitó al meme?
Es posible que todas las respuestas a esas preguntas sean positivas. Las coincidencias eran más profundas de lo que pensábamos. Pero también es posible que la chapa haya alentado cercanías posteriores o naturalizado el hecho que ambas agrupaciones se volvieran, para todo efecto práctico, indistinguibles. Sin perder de vista el factor, tan peruano, del yaquechuchismo: ah, tanto joden, pues, si dicen que lo soy, lo seré.
¿Y esto que tiene que ver con el fujicerronismo?
Como ocurrió inicialmente con la palabreja que lo antecedió, el fujicerronismo es una categoría inevitablemente inexacta y que tiene mucho de propaganda, pero que es ÚTIL. Como un mapa. Sirve para explicar de forma rápida las coincidencias programáticas que acercan en aspectos puntuales a movimientos tan aparentemente tan disímiles como el fujimorismo y el cerronismo.
Ciertamente la palabra deja fuera a Renovación y Avanza País pero se sobreentiende que las engloba también. Después de todo –como ocurrió con el Partido Aprista–, las coincidencias ambas agrupaciones y Fuerza Popular son casi absolutas. A la hora de votar una ley o declarar ante los medios, Montoya, Tudela o Barbarán son perfectamente intercambiables.
Pero el lenguaje tiene a economizar: es más fácil decir fujicerronismo que fujiporkychibocerronismo. Lo que no significa que el lenguaje no tienda a la precisión: decir simplemente, por ejemplo, extremismo sería demasiado vago y no trae a la mente ciertas particularidades que sí llegan con fujicerronismo.
Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de fujicerronismo?
De un fenómeno inusual para alguien acostumbrado a solo pensar la política sobre la base de los ejes económicos de izquierda – derecha. Ambos grupos se ubican en los extremos opuestos de esas categorías y, sin embargo, los vemos aliarse con cada vez más frecuencia. Esa sorpresa, esa disonancia cognitiva, creo, explica el éxito de la palabreja.
El caso es que existen más ejes en el análisis político. Y allí sí que hay coincidencias.
El eje conservador – liberal; en el que tanto la derecha tripartita como Perú Libre se ubican claramente en las coordenadas conservadoras. Es más, tanto Cerrón como Bellido han tenido expresiones inaceptables de conservadurismo extremo y rancio que habrían merecido la cancelación absoluta por parte de sus aliados de la izquierda tuitera, si es que hubiesen sido proferidas por alguien de derecha.
El eje autoritario – democrático; en el que tanto la derecha tripartita como Perú Libre se ubican claramente en las coordenadas más autoritarias. Cuando estaban en el gobierno, los cerronistas pretendían disolver el Congreso. Ahora, en la oposición, pocos descartan que voten por la vacancia. Es decir, ambos grupos pretenden usar al extremo las reglas de juego de la democracia para imponer sus agendas.
El eje orden legal – supervivencia; en el que tanto Fuerza Popular como Perú Libre se juegan el pellejo. Tanto a nivel político (han afianzado sus propios cacicazgos al eliminar las primarias y empoderar sus cúpulas partidarias) como a nivel judicial (ambos acusados directamente de ser organizaciones criminales). Lo que el fujimorismo llama «persecución política», Cerrón denomina lawfare. El caso es que Fuerza Popular ya ha demostrado que es capaz de sumergir al país en el caos con tal de conseguir algo de oxígeno. ¿Será Perú Libre muy diferente?
En este último eje, como verán, sí excluimos a Avanza País y a Renovación, que no tienen problemas de ese tipo. Aquí el término recupera su especificidad. Pero también podríamos incluir a organizaciones, también en problemas, como Podemos Perú («Los Gángsters de la Política») como, en cierta medida, Alianza para el Progreso. Lo que nos muestra algunos aliados potenciales para el fujicerronismo en el futuro.
Hay que decir que en muchas coordenadas, también hay coincidencias con lo poco que se puede apreciar del pensamiento de Pedro Castillo. El antagonismo es coyuntural. Esto es algo que no hay que perder de vista. Por tanto, el término también denomina a cierto tipo de oposición al Ejecutivo (y muchos podrían utilizarlo para exculpar al principal responsable del caos político: el propio presidente).
Pero entonces, ¿existe o no el fujicerronismo?
Existe de la misma forma que existe «el centro» o «los caviares«, como una denominación más o menos vaga que describe un fenómeno hasta cierto punto inasible y que corre el riesgo de tomarse demasiado en serio a sí misma. Úsese, entonces, con precaución. Mientras la palabreja no pretenda tener una escala 1/1, como la cartografía de Borges, será útil para mapear determinadas circunstancias.
Y también para trollear, claro.