«La promesa de una ciudad que sería potencia mundial se desvanece para convertirse en un sueño colonial y tradicional que estigmatiza.»
A inicios de esta semana, el (ya no tan) flamante alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, propuso como una estrategia turística que las personas que se dedican a la venta de emoliente en el centro histórico de Lima, vistan con “ropas coloniales”, para así construir una Lima Monumental que sea más atractiva a visitantes. Este anuncio pasó inadvertido entre el caos político y otras prioridades que su gestión debería tomar en cuenta para solucionar problemas urgentes que afectan la ciudad.
Sin embargo, quisiera detenerme en estas últimas declaraciones, que se suman a muchas otras dadas en los últimos meses que nos advierten del posicionamiento peligroso de ideas conservadoras que se están instalando en su gestión. Ideas que no solo se limitan al cierre y censura de locales “inapropiados” como sex shops, centros especializados en salud sexual y reproductiva y un lugar dedicado a reflexionar sobre los efectos del conflicto interno, sino que también se extienden hacia una lectura más tradicional de la clase e inclusive la raza y que se asocian con esta visión colonial de las personas que se dedican a la venta de alimentos y bebidas en el centro histórico de la ciudad.
El conservadurismo que propone López Aliaga no solo está ligado a los controversiales temas de género o a los temas religiosos, sino que aquí se combinan con una visión tradicional del orden social en Lima: la mirada monumental que propone el alcalde también contempla la reproducción de jerarquías coloniales mediante las cuales se distribuían espacios y oficios en función de categorías asociadas a la raza y la clase, y que se manifestaban también a través de la vestimenta para “ubicar” a cada grupo en su lugar.
La colonialidad del poder fue estudiada por el sociólogo peruano Anibal Quijano, quien se dedicó durante gran parte de su carrera académica a estudiar las transformaciones y formas modernas de reproducir el orden social colonial a través del establecimiento de nuevas categorías raciales y de clase para estructurar la sociedad. La finalidad: perpetuar las desigualdades existentes, en función de categorías aparentemente extintas.
La propuesta del alcalde, entonces, no es solo una manera bonita de hacer la ciudad más pintoresca y atractiva, es una muestra más de la intención por restaurar una Lima tradicional. Esto implica también reconstruir sus categorías sociales y colocar a las personas que desarrollan oficios relacionados al sector de servicios –categoría entre la que se incluye el oficio de venta de alimentos– en posiciones de subalternidad para cumplir con un rol específico de esta nueva ciudad. Las personas que se dedican a la venta de alimentos y bebidas, bajo la mirada del alcalde, se convierten en una remembranza a la etapa colonial que los construye como seres de un pasado que se anhela bajo la mirada conservadora que tan presente se ha hecho en estos últimos meses.
Lo dicho por López Aliaga es consecuente con una serie de declaraciones que muestran que el tradicionalismo bajo la mirada extremadamente religiosa también se extienden hacia esa mirada nostálgica de un régimen colonial que devuelve a hombres y mujeres, ricos y pobres, blancos y racializados, a un espacio rígido limitante. El mismo espacio que fue aquel en el que se gestaron y se justificaron las desigualdades que aún hoy intentamos desterrar de la estructura más subyacente de nuestra sociedad. La promesa de una ciudad que sería potencia mundial se desvanece para convertirse en un sueño colonial y tradicional que estigmatiza, y despoja de posibilidades a las personas más vulnerables en el proceso.
Ana Lucía Mosquera Rosado es comunicadora e investigadora especializada en temas de diversidad, interculturalidad, género y no discriminación.