Lo dicen en toda la prensa extranjera: SE CONFIRMÓ QUE NO HUBO FRAUDE. En cambio, en el Perú, el silencio es un tsunami.
El viernes tuve una duda con el programa de ese día. Había que elegir una imagen de portada. Normalmente, aquí uno quiere destacar algún contenido propio, novedoso, que se distinga del resto. O, si la jornada ha sido pródiga, la imagen impactante del día.
Con muchas dudas, elegí esta:
A veces, una noticia es tan importante que no hay forma que no vayas en tu portada con ella. Puede no haber una imagen nueva o impactante, pero periodísticamente es lo que corresponde. Sí, incluso si es tan evidente que, con toda seguridad, todos los otros medios vayan a dedicarle también imagen principal. Dudé, pero, bueno, a veces uno se tiene que dejar llevar nomás por la coyuntura…
Pueden imaginar mi cara de 🤡 cuando revisé las portadas de ese día. Y las del sábado. Salvo La República sabatina, nadie más había, ni siquiera, tocado el tema. O sea, no es que le dedicaban una nota de tres párrafos llena de legalismos, diseñada para aburrir y que pases a otra cosa. No. Ni siquiera eso, que hubiera sido algo. Estamos hablando de N A D A.
Y podría seguir…
Como vieron en la primera imagen de este post, sí hay dónde informarse: en la prensa extranjera.
¿Cómo explicar el silencio? Estamos hablando de un asunto que mantuvo en vilo a 30 millones de peruanos durante un buen par de meses. De un tema que movilizó a miles de personas en mítines y manifestaciones –algunas muy violentas–, que causó acoso y agresiones a funcionarios electorales, que llevó congresistas hasta la (puerta trasera de la) OEA, que fue discutido en la Asamblea de Madrid, que se puso como ejemplo de la degradación de la política global en The Atlantic y el New York Times, y, sobre todo, que acusó a más de dos mil miembros de mesa de las zonas más pobres del Perú de ser cómplices de un crimen.
Todo eso, olvidado de pronto.
No quiero dejar pasar el dato de las más de 800 mesas señaladas por Fuerza Popular y sus ayayeros como sospechosas de fraude. Cada mesa tiene tres miembros. Esas son unas 2400 personas que aún hoy están respondiendo ante diversas fiscalías que han estado investigando la denuncia.
Porque no es UNA investigación. No es UN fiscal. Son seis resoluciones de distintas fiscalías provinciales, independientes entre sí. Desde Áncash, San Martín, Cajamarca y Arequipa. En todos los casos, se convocó a los sospechosos o de haber sido suplantados o de haber suplantado. Todos reconocieron sus firmas y demostraron haber acudido a cumplir su deber cívico. Quedan 17 investigaciones que están en investigación preliminar pero difícilmente lograrán, siquiera pasar a fase preparatoria.
Con esto se zanja, oficialmente, el engaño masivo más grande que haya sufrido el Perú desde la caída de Vladimiro Montesinos.
No tendría que haber sido necesario, era cuestión de simple sentido común (y de no hacer alarde de ignorancia sobre el funcionamiento del sistema electoral). ¿Más de dos mil cómplices que, siete meses después, siguen absolutamente todos en silencio? Peor aún: ¿más de dos mil cómplices movilizados por gente que, una vez en el gobierno, ha demostrado que no puede ni gestionar una bodega?
Ya pues.
Pero el sentido común nunca fue suficiente. Se necesitaba una conclusión oficial. Los pretendidos agravados pidieron una investigación. Se les dio la investigación. Y, ahora que la investigación no les gusta, hacen como si no existiera.
La democracia liberal está basada en algo que es más una aspiración que una realidad: que todos los ciudadanos somos iguales. Esa igualdad, a su vez, se debe construir con una serie de prerrequisitos, entre ellos, la libre circulación de la información. Se asume que el ciudadano debe tener acceso a información veraz y de calidad, que asegure que sus decisiones hayan ponderado de manera racional todos los factores en juego. Cada decisión de cada ciudadano, colectivamente, forma la democracia.
A esto nos referimos cuando decimos que la libertad de expresión es esencial para la democracia. Porque no se trata de un simple derecho individual. Sino que tiene consecuencias brutales a nivel colectivo, a nivel del funcionamiento mismo de la sociedad. Es como la salud: la vacuna te salva a ti, personalmente, sí. Pero también fortalece la salud del colectivo.
Por eso es importante defender a los buenos periodistas de gente como Acuña. Y también, por eso mismo, cuando los medios ocultan la información –como hoy– o como cuando directamente la distorsionan –como pasó en campaña y postcampaña–, es necesario que defendamos a la prensa de ella misma.
Y, en tercer lugar, es necesario que se señale directamente cuando un personaje público miente. Porque se trata de gente con incidencia en la formación no solo de la opinión pública, sino de la percepción misma de la realidad. Una cosa es opinar que Keiko o Castillo sean mejores o peores; y otra cosa, muy distinta, es convencerse de que sucedió algo fantasioso. En estos tiempos –para los que no estaban preparados los griegos cuando inventaron la democracia–, no solo hay diferencias de opinión, sino de realidad. Y esto es grave.
Si vivimos en realidades distintas, no hay democracia posible.
Y estas personas arrastraron a miles de personas a una realidad alternativa:
En un país utópico, los 2400 peruanos acusados de ser cómplices de un fraude ficticio –personas que aún hoy tienen que estar respondiendo preguntas absurdas ante las fiscalías–, podrían demandar a todas estas personas y ganarles. Pero como eso ya sería muy alucinante, al menos, deberían recibir disculpas públicas. Sería como ponerle un curita a nuestra democracia fracturada. Pero sería algo.
No pasará. Los abogados de Keiko pusieron en la mira a las zonas más pobres del Perú. Gente sin la capacidad que tuvieron estos personajes para movilizar a las ignorantes élites limeñas que pedían anular sus votos. Al final, las resoluciones de las fiscalías solo sirven para recordarnos que en la democracia peruana, unos son más iguales que otros.