Imagino que muchos de quienes temían una Dictadura Comunista™, ahora mismo deben estar casi rogando por la materialización de sus paranoias. Aunque sea, dirán, una dictadura es, por lo menos, ordenada.
En cambio, tal como se advirtió desde la evidencia, lo que se tiene es, más bien, el Gobierno de la Improvisación.
Para no ahondar en todo lo que ya se sabe y se sufre, listemos solo los casos de esta semana: los nombramientos de Indecopi, Servir, Petroperú y el viceministerio de Comunicaciones; la bronca entre Aníbal Torres y Vladimir Cerrón; el peloteo por los restos de Abimael con su propio gabinete y su propia bancada, etcétera. Las distintas fuerzas que han llegado al poder se debaten entre pagar favores políticos y serruchar al resto. ¿Asumir las riendas, tomar decisiones, empezar a gobernar? Para qué. Mientras, la sensación de desgobierno es casi unánime al menos en Lima que, mal que nos pese, sigue siendo el centro de los poderes fácticos.
El piloto automático le funcionó a Humala porque sus aguas internacionales estuvieron calmadas. Pero ahora el mundo entero es un huracán. La ausencia de rumbo y piloto ya zamaquean el barco.
Este tendría que ser el momento de la oposición.
El problema es que ese barco tampoco tiene a nadie que comande el timón. Imagínense, lo más cercano a una oposición activa es esto:
Allí, bajo sus mascarillas, pueden reconocer al eterno ministeriable Juan Sheput, al antivacunas vacunado hijo de Ghersi, a Lourdes Flores salando la camiseta, a Jorge del Castillo intentando encontrarse y a otros personajes que solo un televidente habitual de Willax podría identificar.
Esta es la misma gente que sumergió al país en la incertidumbre durante más de un mes por culpa de una pataleta. Acostumbrados a salirse siempre con la suya, se inventaron un fraude descomunal del que jamás pudieron presentar ni una sola prueba o testimonio. Y así, convirtieron lo que debería haber sido un momento de respiro y recuperación de fuerzas en la prolongación desgastante de los eternos seis meses de campaña anteriores.
Algunos se preguntan por qué la gente no sale a protestar contra el filosenderismo por momentos descarado, la misoginia rampante y el desorden del actual régimen. ¿Dónde está la ciudadanía vigilante? La respuesta es sencilla: agotada.
Pero hay gente que no puede darse ese lujo. En teoría, al menos: nuestros líderes políticos.
Y, miren, la gente de la foto de arriba lo sabe bien. El problema sigue siendo el agotamiento. Su propuesta de vacancia solo logra que la gente se agote solo de imaginarla. ¿Otra vez la incertidumbre? ¿Otra vez las elecciones? Y, por otro lado, los políticos también están agotados. No ellos personalmente, seguro, allí los ven marchando muy enérgicos, sino sus imágenes. Nada más agotado que el capital político del Apra, el PPC y cualquiera de sus compañeros de ruta ahora mismo.
En una situación normal, la oposición tiene varios mecanismos para intentar corregir el rumbo de un gobierno descarrilado. Uno son las marchas, sí. ¿Pero ahora quién tiene fuerzas para eso, salvo que vivas de eso? Hay otros mecanismos, menos desgastantes. Por ejemplo, es ofrecer un análisis de la situación en el que se puedan reconocer e identificar aquellos insatisfechos con el presidente de turno. Así se va construyendo ese fenómeno intangible pero muy real que es el «capital político«.
Pero el análisis de los pretendidos líderes de la oposición se limita a esto:
Los tres candidatos de la derecha más dura no tienen idea de cómo reaccionar. López Aliaga, ya lo ven, prefiere pasar el tiempo alimentando los peores prejuicios de sus electores limeños, en un afán de conseguir la alcaldía de la capital el próximo años. Hernando de Soto ni siquiera lidera el partido por el que postuló y parece más interesado en adornar de fantasía su página de Wikipedia que en verse obligado a leer un diario peruano. Y Keiko Fujimori…
Bettsy tiene razón. La derecha empresarial lo sabe y por eso no apostó por Keiko en la primera vuelta. En la segunda no les quedó otra. Y, en la tercera, durante el cuento del fraude, terminaron abandonándola hasta tal punto que Erasmo Wong la excluyó de sus mítines de protesta. La saben perdedora. Desacreditada. Agotada.
Keiko es una operadora política hábil. Por algo ha llegado al ballotage tres veces, a pesar de todo. Pero, como se lo ha recordado el Perú esas mismas tres veces, tiene un techo. No de cristal: de concreto armado.
A la derecha de ellos tres está toda esa amalgama de grupetes violentistas, fascistoides, hispanistas, provida, lejía lovers, antivacunas y demás causas extremas. Ellos no descansan y cuando no hay marchas, salen solitos a la calle. Tenían vínculos con Keiko, luego con López Aliaga, y ahora mismo están viendo por dónde orientarse. Su radicalismo limita mucho su campo de acción, a nivel de convencimiento. Pero pueden pasar a la acción.
También está lo que algunos medios llaman «el centro» aunque es un error clasificarlos bajo coordenadas ideológicas. Los Acuña, los Telesup, los Acción Popular están allí para ver qué les conviene más. Como lo hicieron en el Congreso anterior, son capaces de votar las propuestas más populistas hacia la izquierda y, en una misma sesión, darle los votos a la última jugarreta derechista. Mientras puedan avanzar sus agendas particulares y los intereses de sus caciques, ellos serán felices.
Ahora mismo la única oposición es la prensa. El problema es que se encuentra, también, agotada, desacreditada, gracias a sus representantes más extremistas aterrados por sus propios fantasmas o enredándose en sus ridículos prejuicios. A pesar de eso, el buen trabajo de varios periodistas ha sido clave en estas semanas para señalar los múltiples desatinos (reales) del régimen. Pero justos pagan por pecadores. Una tercera parte de la población, según Ipsos, cree que los destapes periodísticos contra Bellido o Maraví son falsos.
El panorama, entonces, es el de un vacío de poder. Tanto para un lado como para el otro. Eso no significa que no existan ahora mismo dos proyectos autoritarios en conflicto: el golpista y el cerronista. Allí están y son evidentes para cualquiera. Y, de hecho, ahora mismo son lo único que hay. Lo único sólido. Debilitados, agotados, disminuidos por el conflicto. Pero están allí. Por suerte, el vacío los anula: en medio de ellos sopla mucho aire como para que una de sus chispas logre prender.
Aún así, tarde o temprano –pasa en la física, pasa en la política–, los vacíos se llenan. Si no se construyen espacios moderados ya sea desde el gobierno o desde la oposición… el vacío se llenará con lo que ya existe.