Con la inminencia de un segundo fracaso vacador contra Vizcarra, podemos ir pensando –ya con un mínimo grado de certeza– en el 2021.
Este jueves sabremos con un poco más de precisión cuántos candidatos presidenciales competirán el próximo año. Ese será el último día para inscribir las alianzas electorales, pero ya se puede ir haciendo un cálculo: en el mejor de los casos, poco menos de una veintena de aspirantes al sillón presidencial. Y, de esa veintena, solo cuatro o cinco tienen una relación relativamente orgánica con su partido. Los demás, son invitados; es decir, líderes fácilmente abandonables por sus militantes.
¿Qué significa todo esto?
Que tendremos un Congreso fragmentado hasta la fractalización.
Como el actual.
Y que tendremos un presidente, en la práctica, sin bancada.
Como el actual.
Es decir, tenemos todos los ingredientes para convertir al próximo mandatario en un segundo Vizcarra, en el peor sentido de la expresión: un presidente constantemente vapuleado desde el Congreso, obligado a desactivar bombas legislativas, cuando no someterse a ellas, y desesperado por mantener su única garantía de estabilidad: la popularidad.
Este es el momento de la auto-cita, si me disculpan la falta de elegancia.
Esta es una de mis últimas columnas en La República, en el lejano y literalmente antediluviano febrero de este año. Allí comparaba los dos mayores fenómenos de popularidad de autoridades electas en funciones en el siglo XXI: Vizcarra como presidente y Castañeda como alcalde.
A pesar de sus evidentes limitaciones, tanto Castañeda como Vizcarra supieron reconocer a su público y enganchar con sus demandas.
El alcalde se encontró con una Lima que asociaba el cemento a la modernidad y procedió en consecuencia, a pesar de que eso solo garantizaba terminar con una capital inviable y colapsada como la que tenemos ahora.
El presidente se encontró con un país con ganas de ajusticiar a la dirigencia que había traicionado la promesa del Perú post-vladivideos. Y Vizcarra también ha procedido en consecuencia, a pesar de que sus aspavientos por evitar cualquier salpicadura de corrupción ha generado una crisis ministerial perpetua….
Para mantener su popularidad, Castañeda contó con la ventaja de una prensa que eligió silbar mirando al techo siempre y cuando las utilidades de Graña y Montero siguieran al alza. Esto le duró tres elecciones.
Vizcarra no ha tenido esa suerte. Su única ventaja es que sus adversarios (políticos y mediáticos) tienen mucho peor imagen que él. Y, aún así, se ha visto beneficiado por eventos bombásticos que le sirvieron de gasolina. Algunos incitados por él (la disolución del Congreso); otros, olas coyunturales bien surfeadas (Cuellos Blancos, el estallido de la pandemia). El caso es que esto ha sido desgastante. Lo que a Castañeda le duró tres elecciones, a Vizcarra se le está acabando en tres años.
Visto así: ¿Quién quiere ser el próximo Vizcarra?
Sobre todo porque estos antecedentes asumen que eres popular. MUY popular. O sea, que puedes ser Vizcarra. O Castañeda, en su momento. Pero la popularidad en el Perú, ya sabe, es una lotería. Nada le garantiza aprobación ciudadana al próximo presidente, más allá de los primeros seis meses de popularidad que manda la tradición.
Por ponerlo en términos simples:
Presidente – bancada + popularidad = Vizcarra
Presidente – bancada – popularidad = PPK
Ser un PPK significa ser vacado por el Congreso. Incluso si el Tribunal Constitucional delimitara –como debería– los alcances de la figura de vacancia, un Congreso mayoritariamente opositor, no lo duden, se las ingeniarán para deshacerse del PPK de turno.
Ser un Vizcarra significa disolver el Congreso. Una alternativa que podría ser aprobada en su momento pero que significaría –como en el caso de Vizcarra– ganarse enemigos de por vida. Enemigos que, una vez cumplido el períodos presidencial, podría sortear si fuese respaldado por un aparato partidario, que es, a estas alturas, tan improbable como un unicornio.
La columna sobre el símil Castañeda – Vizcarra apareció en febrero, cuando el exalcalde fue enviado a prisión preventiva.
Vizcarra debería verse con atención en el reflejo de Castañeda. No estoy comparando legajos judiciales, sino legados políticos. Castañeda pudo haber sido muy popular como funcionario pero jamás lo fue como candidato (y menos, como acusado). Una cosa es reconocer que fuiste útil para un tema determinado y otra, muy distinta, es generar seguidores. Y eso es algo que Vizcarra empezará a probar el 29 de julio de 2021.
En resumen: en el peor de los casos, al próximo presidente le aguarda la suerte de PPK. En el mejor, el destino de Vizcarra, cuyo 2021 se proyecta cada vez más sombrío.
Amigo pre-candidato: aún estás a tiempo. Retírate de una vez. Seguro que lo estás haciendo sin la menor esperanza de ganar, sino por otras razones (vigencia, ego, dinero). No es el momento. No contribuyas a la fragmentación del próximo Congreso, a la desestabilización de los próximos ¿cinco? años, al caos. Cualesquiera que sean tus pequeñas motivaciones para competir, no se comparan con el escenario terrible que tu sola presencia generará. Es hora de que seas responsable y desistas. Bájate del caballo de une vez. Ten en cuenta algo: en el Perú puede pasar cualquier cosa. Puede pasarte cualquier cosa. Incluso, podría pasarte lo peor: ganar.