Un perfil de Facebook de cuyo nombre no quiero acordarme –pero que asegura ser médico– publicó esto hace unas semanas:
Los termómetros láser matan las neuronas. Hay estudios 👽
Ese parece haber sido el inicio. El bulo en cuestión ha agarrado viada en múltiples plataformas –especialmente en WhatsApp, otra aplicación de Facebook– y se ha convertido en un asunto de salud pública en varios países de habla hispana.
No es la primera vez, por supuesto, que Facebook contribuye a esparcir falsedades. Ni siquiera es la primera vez que su impacto puede tener consecuencias de vida o muerte.
Pero esta pandemia sí es la primera vez que esas consecuencias, de carambola, le han costado miles de millones de dólares a la empresa de Mark Zuckerberg.
Y de esta historia podríamos sacar algunas lecciones para las elecciones del próximo año.
Empecemos por el inicio.
Con varios países en cuarentena, Facebook vio cómo varios usuarios que lo habían ido abandonando por aburrimiento o indignación, volvían al rebaño. Solo en abril, sus productos fueron utilizados por 400 millones de personas más de lo normal, a lo largo del mundo.
Entonces tomaron una decisión: había que cuidar la salud de la gente.
Implantaron una política bastante dura de fact-checking. No solo a nivel norteamericano, que es lo usual en estos casos, sino en todo el mundo, incluido el Perú, como pueden atestiguar nuestros charlatanes locales. No fueron los únicos, por supuesto. El otro imperio, Google, también lanzó una campaña muy notoria de intervención en el contenido vinculado con la pandemia. Algunas medidas fueron drásticas: desmonetizar cualquier video que hablara del tema en YouTube, por ejemplo.
Así, las plataformas que vinculan nuestras vidas online abandonaron sus falsas pretensiones de «neutralidad» y tomaron acciones. Por una vez, se hicieron cargo.
Y entonces pasó esto.
A fines de mayo, Twitter consideró Trump había violado sus términos y condiciones de uso en uno de sus tuits contra los manifestantes de Black Lives Matter. Era el paso lógico. Si ya estás aplicando tus reglas a nivel de información sobre salud, deberías empezar a aplicarlas en todos los otros ámbitos. A Twitter esto le venía bien, a nivel reputacional. Después de todo, su núcleo de usuarios son periodistas y activistas.
De inmediato todos miraron al vecino del frente. Y Facebook –de usuarios más viejos y potencialmente más conservadores– se negó a aplicarle nada a Trump. Le sacaron en cara el hecho de que sí estaba aplicando las reglas a quienes mentían sobre la pandemia. ¿Por qué no a Trump? ¿Por qué tampoco a cientos de grupos de white supremacists que inundan su plataforma?
Pero Zuckerberg volvió a su postura anterior: no quería ser árbitro de nada.
Un mes después, ha pagado caro su zafada de cintura.
Un grupo de activistas afroamericanos canalizó la ira contra Facebook y lanzó #StopHateForProfit (Basta de Odio por Ganancia). Resultado: esta semana Coca-Cola, Diageo (Johnny Walker, Tanqueray, Guiness, etc), Unilever (Rexona, Hellmann’s, tu té McCollin’s, etc), Honda, Verizon y decenas de marcas anunciaron que dejarían de pagar publicidad en Facebook.
Algunas fueron más lejos y retiraron sus anuncios de todas las redes sociales. Unas, por un mes. Otras, hasta fin de año. Zuckerberg acaba de perder su puesto como tercer hombre más rico del mundo (junto a Jeff Bezos y Bill Gates).
Ahora cambiemos de ejemplo:
Esto Es Guerra es el programa emblema del odio de las redes sociales. Lo detestan, como la gente detesta Facebook. Pero sigue y seguirá allí, como Facebook. Porque tiene rating, como Facebook. Es más, con la gente encerrada en su casa seguro tiene más rating que nunca, como Facebook.
Pero, a diferencia de Facebook, sus anunciantes siguen allí. Nadie les ha puesto los reflectores. A diferencia de lo que pasa con las marcas norteamericanas que dejaron de invertir en Facebook, anunciar en Esto Es Guerra sigue siendo costo-efectivo.
La fórmula es muy sencilla pero EEG tiene suerte: ninguno de los supuestos activistas por una televisión limpia se ha animado a ejecutarla: ¿Quiénes auspician este programa? Una lista de todas y cada una de las marcas que aparecen validando el show de marras. Las condiciones están dadas, diría un marxista.
Solo falta que alguien recoja el guante.
Digo Esto Es Guerra como podría decir cualquier otro programa de señal abierta. Después de todo, el espectro electromagnético está okupado por un oligopolio que incumple una y otra vez los términos y condiciones del Estado peruano sin que nadie los sancione. Pero digo Esto Es Guerra, en particular, porque este programa –suertudo aún– reúne dos requisitos esenciales para una protesta efectiva: 1. Muchos detractores; y 2. Mucha conchudez.
¿Y saben quién más reunió estos dos requisitos en estos días? El sistema privado de salud.
Después del drama de los últimos días, la Clínica San Felipe anunció que devolverá o condonará todos los montos que excedan la tarifa acordada por el Gobierno (S/ 55 mil) a los pacientes asegurados del SIS o EsSalud. Mientras, las aseguradoras Pacífico, Rímac y Mapfre anunciaron cobertura al 100% por covid-19, aplicando copago cero.
La indignación funcionó.
El boicot es una herramienta legítima del libre mercado. Y el boicot no solo implica dejar de consumir algo. En el caso de las clínicas, de las aseguradoras, de la televisión abierta o de Facebook, dejar de utilizarlos no es una opción realista para muchos. Pero la reputación es uno de los activos de cualquier marca. Si el costo reputacional de, por ejemplo, seguir auspiciando determinado espacio les resulta demasiado, las marcas no lo piensan dos veces. Existen antecedentes en el Perú.
Con un poco de suerte, el resto de clínicas privadas tendrá que evaluar el costo reputacional de no seguir los pasos de la San Felipe. La puerta ya está abierta, y las redes sociales tendrán que seguir presionando hasta que las otras clínicas entren en razón.
A primera vista, parecería que la guerra contra la angurria de las clínicas ha sido –y sigue siendo– un movimiento espontáneo, generalizado, pero basado en el elemental sentido común de que nadie debería pagar medio millón de soles por seguir viviendo. A primera vista, parecería que no se necesitó nada como lo que ha golpeado a Zuckerberg o como lo que deberían hacer los que quieren guerra con Esto Es Guerra.
Pero, en realidad, sí se necesito algo: que el presidente Vizcarra recogiera el guante.
Y aquí llegamos al 2021.
Al empresariado no le gustan las regulaciones ni la fiscalización. Quieren un Estado-Zuckerberg, que les deje hacer lo que les dé la gana. Pero no se dan cuenta de que su absoluta falta de cualquier atisbo de empatía o humanidad en esta pandemia les jugará en contra. Las elecciones de 2021 están a la vuelta de la esquina y todas las indolencias de estos 100 días serán esgrimidas por candidatos tan intervencionistas que Vizcarra parecerá Ronald Reagan a su lado.
A pesar de lo que digan todos los adoctrinados por el análisis económico del derecho, la gente exige un mínimo de regulación. Se lo exige a Zuckerberg y se lo exige al Estado peruano. La exigencia existe en la medida de los abusos que cometen actores antes los cuales el individuo, por sí solo, no tiene defensa.
Y el individuo entiende que él no es suficiente para detener esos abusos. Necesita representación. Necesita organización. Necesita que alguien recoja el guante. La política se trata precisamente de eso: de recoger el guante. A veces, es uno quirúrgico. Otras, uno de box. La elección entre uno u otro dependerá del comportamiento del empresariado –de su capacidad de auto evaluación– en estos días. Pero no lo duden: el 2021, de todas formas, ese guante existirá. No todos pueden tener la suerte de Esto Es Guerra.