A fines de los 80 se hizo muy popular un dibujo animado llamado Inspector Gadget (traducido, a veces, como Inspector Truquini). El protagonista era un torpe y seguramente mal diagnosticado agente de la ley cuyo cuerpo semi cibernético tenía incorporado –casi siempre dentro de su sombrero– un fabuloso arsenal de aparatos que pocas veces atinaba a utilizar de manera eficaz. Siendo justos, en cada capítulo merecería haber muerto en manos de la organización terrorista a la que se enfrentaba.
Pero sobrevivía.
Como sucede en los dibujos animados, le bastaba con estar del lado correcto para que la suerte esté de su lado (la suerte solía estar encarnada en sus indesmayables sobrina y perro). Para sus pequeños teleespectadores, resultaba patente que el incompetente Gadget no merecía ganar. No por merecimientos propios, al menos.
Pero ganaba.
Y ganaba porque estaba del lado de «los buenos», requisito suficiente para la victoria en este tipo de ficciones. Así, al final de cada episodio, mientras el protagonista ganador celebraba haber cumplido su misión, su archienemigo en la sombra –el líder criminal solo conocido como Doctor Garra– lo contemplaba, impotente, a través de una pantalla exclamando lo mismo una y otra vez:
– ¡Te atraparé la próxima vez, Gadget! ¡La próxima vez!
Queda claro que Vizcarra viene teniendo una suerte de dibujos animados. Ha tenido la intuición –que la vida real corrobora en libros como Ciudadanos sin república de Alberto Vergara– que el Perú, como el país de ficción que es, suele premiar a quien se pone «del lado correcto». Así han sido todas las segundas vueltas desde el 2001, por ejemplo. Vizcarra no fue parte de ninguna segunda vuelta pero del sombrero le salieron múltiples dilemas que se convirtieron en oportunidades de posicionamiento: Se puso del lado correcto frente a los audios de los Cuellos Blancos, frente a Chávarry, frente al Congreso fujimorista, incluso podemos contar aquí su reacción inicial frente a la pandemia (que lo catapultó hasta un 83% de popularidad).
¿Se merecía esas victorias? Sin duda NO, como puede atestiguar cualquier inspección de los hechos, más allá de las reacciones iniciales de Vizcarra en cada situación. La reforma política post-audios del CNM no tiene dientes. Su negativa a presentar una bancada para este Congreso nos tiene sumidos en este crisis. Y la gestión de la pandemia no puede haber sido peor.
De hecho, si fuera tan solo una cuestión de merecimientos, ahora mismo Vizcarra tendría que estar terminando de desalojar Palacio. Las evidencias en su contra –evidencias de una maniobra torpe de ocultar las visitas personales que le realizó un cantante de medio pelo– se siguen acumulando, una encima de otra. Su credibilidad está mellada y, ahora, todas las acusaciones en su contra cobran una verosimilitud que antes no tenían ante la opinión pública.
Pero el Perú, ya lo dije, es un país de ficción en el que «los buenos» aún se llevan la victoria. Nuestro Presidente Gadget se ha salvado del abismo, para alivio de los teleespectadores ya suficientemente afectados por la doble crisis histórica que se vive en el Perú Real como para soportar la incertidumbre de una victoria de los Doctores Garra que manipulan a este Congreso.
Vizcarra debería enfrentar estos ataques con las armas de la honestidad total. Pero no puede. Es evidente que no puede. Sean cuales sean los esqueletos que guarda en el sombrero le resulta demasiado importante mantenerlos ocultos. Quizás sean tan ridículos como Richard Swing. O quizás sean pasibles de consecuencias penales. No lo sabemos aún. Lo único de lo que podemos estar seguros que ni siquiera la posibilidad muy real de perder el poder ha logrado que se sincere ante el Perú.
Su única ventaja, aún, es que los Doctores Garra están condenados a seguir perdiendo.
Por ahora.
El Perú está cambiando. Las reglas de juego están cambiando.
El principal villano de los últimos 30 años, el fujimorismo, languidece junto a sus viejos aliados y en esa fosa común también lo acompañan sus antiguos enemigos. El vacío se ha llenado con gente incluso más desestructurada a la que –a diferencia de sus antecesores– ya no les importa lo que digan los medios limeños. Les importa lo que se diga en esas cajas de resonancia que son las burbujas de redes sociales que les sirven de anteojeras y refugio. Fuera de ellas, no tienen referentes ni convicciones. Son hijos de la post-verdad. Los analistas no tienen calle. Los medios te mienten. Las encuestas están compradas. Solo los memes reflejan la realidad.
El principal héroe de esa misma etapa, el Crecimiento Macroeconómico, también parece enterrado. Nadie le tienen ningún respeto ni a él ni su encarnación en la Tierra que es el ministro de Economía. Hace unos años, Edgar Alarcón grabó a Alfredo Thorne, rompiendo con el pacto tácito de no hacer peligrar la estabilidad del MEF. Dos años después, en medio de nuestra peor crisis económica desde la Guerra con Chile, viene sucediendo todo esto: se intenta la primera censura a una ministra de Economía en lo que va del siglo; se promulgan leyes insólitas que se tiran abajo la caja fiscal; se plantean abiertamente propuestas demagógicas sin ningún rubor.
Ese es el Perú en el que algunos –no muchos, pero los suficientes– ya acarician a sus gatos mientras piensan en la segunda moción de vacancia. En vencer, ahora sí, al torpe protagonista que evidentemente no merece ganar. El Presidente Gadget al que se le están acabando los trucos. El hombre al que la suerte ha acompañado, hasta ahora, gracias a que se ubicó del lado correcto.
Todas las ficciones sobre el Perú se están desarmando en esta pandemia. Todos los acuerdos, las convenciones, las ideas de nuestro país se vienen revelando tan reales como un dibujo animado. Vizcarra tiene que entender que le ha tocado ser presidente de esa transición: del Perú que vuelve a la normalidad, a la realidad. De un Perú en el que, ahora más que nunca, todo puede suceder. Incluso que los «buenos» pierdan la próxima vez. La próxima vez.