El viernes, en el programa, mencioné un dato al pasar: que el 96% de víctimas confirmadas de covid-19 en el Perú se habían registrado debajo de los 1000 metros sobre el nivel del mar.
Muchos tuiteros –que suele ser la comunidad más puntillosa con la información– me pidieron que ampliara esa información. Entonces publiqué este tuit…
…y obtuve, entre otras, esta respuesta.
[Debajo de sus prejuicios, el tuitero de la imagen esboza una intuición que podría apuntar en sentido correcto: la densidad poblacional es también un factor a considerar. Seguramente. Pero, por ejemplo, el área metropolitana de Cusco tiene una densidad (1,136 hab/km2) varias veces superior a la del área metropolitana de Piura (152 hab/km2) y no necesito explicar la situación de Piura versus la de Cusco.
Justo ayer, El País de España apuntó lo mismo: las situaciones de contagio graves en Ecuador y Bolvia se han dado en Guayaquil y Santa Cruz, ciudades con poca altura. El famoso estudio de abril que halló la correlación se basó en esos dos países y en el Tíbet, y no consideró al Perú. Aún así, los números de Perú refuerzan su hipótesis.
Hay contrajemplos notables, por supuesto: Bogotá se encuentra a más de 2600 metros de altura y es el epicentro en Colombia. Pero también es una de las ciudades más densamente pobladas del mundo (24,643 hab/km2). Quizás la densidad le gana a la altura a partir de cierto umbral.
Tampoco sabemos si la causa de la correlación está en el virus mismo o en la adaptación humana a la altura. Ya lo sabremos en el futuro pero, por mientras, lo concreto sigue siendo que la pandemia no es tan virulenta en las ciudades andinas.
Pero me estoy desviando del tema…
Volvamos al tuitero de la imagen.]
La respuesta de la imagen no fue la única que reflejaba un prejucio bucólico acerca la población andina peruana. A muchos limeños, cuando piensan en los Andes, se les viene a la cabeza la postal de Promperú de un niño solitario pastoreando sus llamas, rodeado de la inmensidad de los Apus. Una imagen que existe, ciertamente, pero que dista mucho de ser representativa de una realidad que hace mucho es cada vez más urbana.
Quiero creer que ese tuit tampoco es representativo de la realidad mayoritaria de limeños, pero no lo sé. En general, muchas de las medidas tomadas –tanto por el Ejecutivo como por el Legislativo– durante la emergencia han reflejado un centralismo que no está muy alejado del amigo tuitero de la imagen:
- El corte abrupto e inmediato del transporte interprovincial, que dejó varados a decenas de miles y generó la tragedia de los «caminantes«.
- La suspensión de vuelos a Iquitos, la ciudad más grande del mundo que no es accesible por carretera, que desabasteció la ciudad de medicamentos y oxígeno.
- La exclusión solo de Lima y Callao de la ley a favor de los colectiveros, como si la capital fuera la única ciudad del país con el tránsito colapsado.
- Las estrategias de mitigación de pobreza pensadas para una población bancarizada y conectada a Internet, convirtiendo a las colas de los bancos en unos de los principales focos de infección.
- Los pedidos de «quedarse en casa» a una población que vive de lo que gana cada día y, por tanto, suele comprar su comida cada día y, por tanto, nunca necesitó refrigeradoras y, por tanto, en plena pandemia ha tenido que acudir diariamente a unos mercados que se volvieron los otros principales focos de infección.
Y puedo seguir.
Y sí, yo sé que es muy fácil ser general después de la batalla. Pero no sé si se han dado cuenta de una cosa: la batalla continúa. Si queremos seguir peleando, no podemos negarnos a entender por qué la cuarentena ha fracasado.
Y sí, ha fracasado: un cálculo conservador indica que el 99,4% de casos confirmados de covid19 en el Perú se contagiaron después del inicio de la cuarentena.
Evidentemente, estamos mejor de lo que habríamos estado sin cuarentena. La mejor muestra de ello son Reino Unido y Suecia –países del primer mundo con brotes tan o más graves que el nuestro–, que están pagando las consecuencias de su capricho.
Pero el Perú es un país muy, muy grande. Demasiado grande como para decretar medidas uniformes y esperar que tengan el mismo resultado en todos lados.
Miren qué tan grande:
Ámsterdam queda por Tumbes; Bruselas, en Piura; Copenhague, cerca de la triple frontera; Varsovia, en Leticia; Milán, frente a la costa de Barranca; Roma, en Marcona; Sarajevo, en el Manu; Munich, en Tocache… y así.
Resulta delirante pretender uniformidad en un territorio que se extiende desde Escandinavia hasta el Mar Jónico.
Pero eso es lo que se viene intentando desde hace 80 días. Y los resultados a mediano plazo pueden ser francamente catastróficos.
El economista de la Pacífico, Pablo Lavado, es uno de los autores de un exhaustivo informe sobre el impacto de la pandemia en el crecimiento de la pobreza y desigualdad en el Perú. En una reciente entrevista, indicó que entre los departamentos más empobrecidos estarán Huánuco, Cusco y Puno, regiones andinas en donde, sumadas las tres, no se ha llegado ni a la treintena de fallecidos oficiales.
¿Tiene algún sentido para ellos el costo que van a pagar por una cuarentena tan prolongada? La data nos dice que no. Que el costo/beneficio de soportar unas medidas decretadas casi a ciegas desde Lima no les sale a cuenta. Allí debería haberse empezado, hace semanas, una campaña de retorno a lo que el gobierno llama «la nueva convivencia». La cuarentena focalizada que tantos países, más pequeños y uniformes que el Perú, están aplicando.
Pero tal parece que, en el mejor de los casos, la dirigencia capitalina del país es la versión un poco más informada del tuitero de la imagen. Pero solo poco más.
Los factores que determinan esta desconexión son múltiples y ninguno resulta solucionable a corto plazo. Ni los medios que se denominan nacionales pero son limeños. Ni los partidos que en teoría tienen representación en todo el territorio. Ni la burocracia que debería procesar la información desde cada rincón del país. Ninguno de ellos cumple su función de ser correa de transmisión de las necesidades ciudadanas reales hacia las élites del poder. Se limitan a ver todo desde sus propios sesgos y terminan contagiando de estos a quienes toman las decisiones.
Digamos que el tuitero de la imagen no es el único responsable de creer lo que cree. El orden social peruano está diseñado para que todo se digite desde Lima con criterios limeños.
Hace un mes, Carlos León Moya publicó una columna en Hildebrandt en sus trece que todos deberían leer con atención porque sigue siendo vigente.
…sabemos poco de cómo nos comportamos porque el financiamiento (público y privado) [a las ciencias sociales] ha sido casi nulo. Sin financiamiento, no hay investigación; y sin investigación, no hay conocimiento: solo conjeturas. Y ahora, nos ha llevado a ser caminantes a ciegas.
Las ciencias sociales no buscan “predecir” comportamientos futuros, sino entender por qué estos han ocurrido, pero ese entendimiento es un gran insumo para predecir esos posibles comportamientos.
No podemos seguir basando las decisiones que afectan a todo el Perú en lo que nos muestran los medios o proponen los partidos o dictaminan los burócratas. Solo ofrecen prejuicios y no evidencia. Así como esta crisis nos ha hecho revalorar el criterio de los expertos en salud, debería ocurrir lo mismo con las ciencias sociales. Recurramos a los expertos que existen y reforcémoslos, en vez de creer que todo el Perú se parece a lo que veo desde mi ventana.
Durante su apogeo, los griegos colocaron un lema en la entrada del templo de Apolo en Delfos: «Conócete a ti mismo«. Dos mil quinientos años después, los peruanos podríamos empezar a seguir ese consejo.