Los medios de comunicación, los anunciantes y las audiencias han dejado pasar lo dicho por Gonzalo Núñez, Erick Osores y Erick Delgado.
Han pasado algunos días desde que se hiciera público un video de tres periodistas deportivos peruanos haciendo comentarios sobre lo que ellos creen que es el racismo. En un extracto que dura un poco más de un minuto y medio Gonzalo Núñez, Erick Osores y Erick Delgado discutían alrededor de una anécdota personal para luego hacer públicas sus opiniones sobre la creciente sensibilidad que genera el hablar del racismo, para luego decir que esta visión responde a cuestiones políticas o a una agenda progresista y que tiene a todo el mundo muy susceptible.
A pesar de que este video se hizo público y viral, hasta el momento ninguna de las tres personas involucradas se ha pronunciado al respecto, ni asumido responsabilidad por lo dicho. Más aún, el silencio del mundo deportivo ha sido increíblemente ruidoso: no han habido comentarios de periodistas deportivos –la única que se ha pronunciado hasta el momento es la periodista Sofía Carrillo, que ha trabajado durante muchos años en el mundo deportivo– y mucho menos de futbolistas, a pesar que han sido traídos a la conversación para justificar algunos de los argumentos en la conversación antes mencionada. Y esa pasividad es potente en una sociedad que permite, justifica y argumenta a favor de la reproducción del racismo todos los días pero que, paradójicamente, reconoce que el país es racista y que se tiene que hacer algo para cambiar.
Esa pasividad también es una pasividad que se reproduce desde los medios de comunicación, los anunciantes y las audiencias que no solo dejan pasar, sino que evitan sancionar o pronunciarse al respecto para ahorrarse el mal rato. Recordemos, por ejemplo, que no es la primera vez que Erick Osores está asociado a comentarios racistas y que en 2019 se refirió a los dirigentes de las ligas departamentales como “cholitos que no saben defenderse”, “malaspectosos”, “gente sin clase”, “débiles y torpes”. ¿Qué pasó? Nada, salvo unos segundos en pantalla en los que, entre lágrimas, Osores buscaba apelar a la emoción de la audiencia diciendo que sólo quería ayudar. Aún así, su carrera televisiva no se ha detenido y ha sido parte de programas deportivos en cadenas como ESPN y América Televisión.
Y aquí es necesario preguntarnos si a los medios de comunicación realmente les importa que el racismo se siga esparciendo a través de ellos, y si debemos seguir hablando de inocencia racial o podemos, en cambio, evidenciar la intencionalidad de los medios para hacer y dejar hacer sin asumir ninguna responsabilidad. Pensemos, para ese fin, en la penosa secuencia de un programa concurso en el que “casualmente” se le puso la palabra MONO a una persona afrodescendiente y “casualmente” se permitió que se hiciera una secuencia en la que interactuaron diciéndole que ese era su apodo. Después de justos reclamos, solamente un participante pidió disculpas y se emitió un comunicado despersonalizado que repite que no fue su intención que esto pasara y que respetan la diversidad cultural del Perú. ¿Se habló de la responsabilidad de la producción en estas “casualidades”? No. Y, según comentarios de la audiencia del programa, no es la primera vez que estas situaciones y comentarios se hacen sobre el participante afectado por esta secuencia en particular.
Se hace urgente, entonces, centrar la conversación del racismo en el Perú en el “dejar pasar” desde todos los frentes, y esto también involucra a los medios de comunicación que permiten que contenidos, comentarios e inclusive personajes que reproducen el racismo continúan teniendo tiempo en pantalla. En otros países, el blackface está en la sección histórica de los museos para hablar del legado del racismo; en Perú, está en la televisión una vez por semana.
Y siempre hablamos de la falta de intención del racismo, como si fuera involuntario y difícil de evitar porque nace del inconsciente, pero a través de lo que viene pasando de manera permanente en los medios de comunicación es evidente que el “dejar pasar” es intencional, y eso convierte a los medios en reproductores activos de un sistema perverso que continúa reproduciendo imaginarios ante millones de personas y que se hace perfecto en tanto sigan gracias a la pasividad de las instituciones.