«Prácticamente es necesario que te maten en vivo para que pueda ser más o menos aceptado como posible. Y acá nadie se disculpa.»
La comunicación oficial, en tiempos convulsos, es todo menos inocente. Lo sabe bien casi todo el mundo. Cuanto más álgido el momento, si la crisis llega a ser honda, esta comunicación pasa a ser cada vez más controlada. El gobierno y sus aliados tendrán como aspiración ser el único emisor, o como mínimo, ser el rasero por el cual deben pasar los demás mensajes que circulan por la sociedad. Evaluados de este modo, algunos serán positivos, otros negativos; otros peligrosos y otros constructivos; aquellos democráticos y por la contra, estos otros vandálicos e incluso terroristas. Este tipo de comunicación intentará establecer estas clasificaciones constantemente.
Pero estamos acostumbrados, en el Perú y en el mundo. Por ello no nos sorprende tanto, que, ante asesinatos y violaciones de derechos humanos, el gobierno responda con discursos que diluyen su responsabilidad, dan la vuelta a la tortilla y hacen culpable a la ciudadanía que protesta, y ensaye diversas fórmulas para mantener en la inercia o la apatía a la mayor parte de la población que puedan.
El objetivo de esta comunicación no es establecer verdad alguna. Su objetivo es administrar y sostener el poder.
Por ello podemos encontrarnos con piezas casi surreales, como las que comparte por redes constantemente el Ministerio de Cultura, valorando la diversidad cultural, o dizque luchando contra la discriminación, mientras miles de pobladores de pueblos originarios son agredidos por el mismo gobierno que los celebra de modo abstracto. O los del Ministerio de la Mujer, que logra en sus informes defender a una mujer simbólica, de papel, y agredir a las reales, que se asfixian del gas que les lanzan enfrente de sus oficinas.
Es lo cotidiano. Convivimos con la mentira.
Estos meses de crisis en el Perú nos han llevado a miles de la calle a las mesas, de las conversaciones y el consumir gas, a pensar, discutir y compartir, buscando maneras de sentir que se tiene algún nivel de participación en la realidad, que cada vez parece más impermeable a nuestras acciones.
Por momentos, parece que lo que hacemos como ciudadanía —creyendo estar asistidos por una combinación más o menos justa de razón, sentimientos e indignación, rebota— es rechazado de un espacio completamente extraño, completamente ajeno a nuestro discurrir. Como si sobre la realidad evidente, calurosa y crujiente de las marchas, la represión y las muertes, se impusiera otra, ajena, ordenada, oficial y limpia de nosotros.
Esta realidad alternativa, ya lo han dicho otros, se construye en gran parte sobre la base de la propaganda. No importa si ante los ojos, videos y teléfonos de millones las fuerzas de seguridad asesinan prácticamente en vivo a la ciudadanía que protesta. Las autoridades, los llamados “líderes de opinión”, la gran prensa corporativa y todos sus ecos, esos replicantes que se expresan en las redes sociales, dirán sin rubor que las muertes no se han producido, o que la gente se ha matado sola, o que la culpa es de los violentistas. Y que acá no ha pasado nada. ¡El Perú no puede parar!
Y en cierto modo, es cierto, no ha pasado nada. No pasa nada. El asesinato, incluso la ejecución extrajudicial masiva, como la ocurrida en Juliaca el 9 de enero, no tiene impactos en esta realidad alternativa. Nadie es sancionado, ni siquiera amonestado. No hay ministro de Defensa, o Interior o Justicia que se haya sentido en la obligación de renunciar. Por el contrario, todos parecen encontrar la situación de lo más corriente. Sus decisiones adecuadamente fundamentadas. Ninguna cuestión que los ponga a reflexionar.
¿Cómo se logra imponer una realidad falsa, pero, aunque falsa, igualmente actuante?
Uno de los modos de lograr tal efecto es la repetición. La saturación con un solo mensaje, dirigido a suspender el juicio crítico, casi a hipnotizar al que escucha, sobre todo al que está acostumbrado a consumir los productos de los grandes medios. Miles de horas oyendo sobre vándalos y terroristas, van a hacer que, en cierto modo, estos existan. Lograr que, en lo posible, este mensaje sea homogéneo, que no sea interrumpido por otros alternativos, es otro mecanismo eficaz. Por lo menos en los grandes canales de televisión, las emisoras de radio de alcance nacional, y los formadores de opinión más cercanos a lo que antes se llamaban “los famosos” o “los ilustres” (dependiendo del tipo de público), no hay espacio alguno para la divergencia.
Otros modos son controlar el vocabulario. No todo se puede decir. O no todos pueden ocupar las mismas palabras. Otro recurso es desalojar toda consideración moral en favor de la eficacia: mentir, tergiversar, ocultar, falsear, desinformar, inventar, crear caos y confusión, dejan de ser malas prácticas. Lo importante es el resultado.
A todo este proceso, hace unos años, Noam Chomsky lo llamaba “manufacturar el consenso”:
La lógica es clara y sencilla: la propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al Estado totalitario. Ello resulta acertado y conveniente dado que, de nuevo, los intereses públicos escapan a la capacidad de comprensión del rebaño desconcertado (…)
Los individuos capaces de fabricar consenso son los que tienen los recursos y el poder de hacerlo —la comunidad financiera y empresarial— y para ellos trabajamos.
Sagaz el amigo Chomsky. No se le escapa que, detrás de esta fábrica de pensamiento sin disidencias, está una idea elitista sobre el uso del poder y el funcionamiento de la democracia. La democracia está bien, mientras permita a los que gobiernan ejercer su función de liderazgo sin muchos tropiezos. Los gobernados, siendo gente llana y dada a las emociones o la ignorancia, deben permanecer al margen de las decisiones relevantes. Para lograrlo, es necesario que crean que son sus ideas las que están siendo llevadas a la práctica por las élites.
El círculo
Un mecanismo interesante para lograr este efecto de realidad alternativa, es el de la referencia mutua que practican los actores en el poder. Si uno dice o hace algo, el aliado lo repite, el tercero lo refrenda, el cuarto lo amplifica y el primer emisor se refiere a todo esto como si fuera externo a sí. De este modo se construye una realidad, casi una cosa del lenguaje, que se impone como un elemento natural de la vida social.
Por ser circular, este “objeto” acaba por transmitir la imagen de estar completo, ser coherente y cerrado. Es una trampa narrativa que ha mostrado su valor estos días.
Vamos con un ejemplo. Cuando se produjo la muerte de Víctor Santisteban Yacsavilca, el 28 de enero, se produjo más o menos esta secuencia:
º Se da la noticia a través de medios alternativos y redes sociales.
º Los testigos de los hechos, incluidos brigadistas voluntarios de salud, señalan que la herida ha sido producida por un disparo policial. Muy posiblemente, una granada de gas a corta distancia.
º La noticia es recogida por los medios corporativos, que ponen en duda esta versión. Algunos llegan a decir que el causante es alguien de la propia marcha.
º En redes algunos “formadores de opinión” lanzan la hipótesis de la muerte producida por los propios vándalos.
º Un primer comunicado de Essalud señala que el señor Santisteban llegó “policontuso y con traumatismo encéfalo craneano grave”.
º Un segundo comunicado del mismo día cambia su redacción a una más ambigua: “herida contuso cortante en región retroarticular derecha… producto de un golpe”.
º El Ministerio del interior, basándose en este segundo comunicado, también cambia el suyo, pasando de “traumatismo encéfalo craneano grave” a “herida contuso cortante detrás de la oreja producto de un golpe”.
º La ministra de Salud, Rosa Gutiérrez, tomando como base este segundo comunicado, y poniendo en juego su condición de experta, da a entender que esa herida no puede ser provocada por una granada de gas: “Yo le hablo cómo médico. El objeto contuso puede ser una piedra. Es objeto contuso. No está diciendo proyectil arma de fuego. Te está diciendo objeto contuso…”
º Al día siguiente, el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga declara en otra entrevista: «O sea, muere un señor —que yo lamento muchísimo que haya muerto— de una pedrada, ¿no? Esa pedrada no la lanza la Policía, por si acaso».
º Otras autoridades y medios replican esta duda. Como ejemplo de cuán diverso es este coro, no sólo tomado por trolls, el reconocido escritor Mirko Lauer se adhiere a esta explicación y escribe en su columna: “El presidente de EsSalud ha precisado que murió de un golpe en la cabeza. Sería interesante descubrir quién y cómo organizaron el falso balazo”.
º Pese a la evidencia, las autoridades encargadas de administrar justicia y las del ejecutivo, señalan que es lamentable la muerte, pero que no pueden atribuir la responsabilidad a la policía. ¡Que se investigue!
Allí pudo quedar todo. Pero en este caso en particular, las pruebas del asesinato son tantas, que la muerte tiene que ser aceptada.
Sin embargo, lo que se consigue con esto, de todos modos, es: a) que la duda se instaure, b) que se gane tiempo para administrar la impunidad, c) que se impongan estándares imposibles para la probanza del delito estatal, d) que aún lo más palpable, quedé atenuado por el halo de lo relativo. Prácticamente es necesario que te maten en vivo para que pueda ser más o menos aceptado como posible. Y acá nadie se disculpa.
Otro ejemplo
Los comunicados van apareciendo como dispositivos muy útiles para la creación de la falsa sensación de polifonía. Vamos con otro ejemplo.
º El 3 de marzo, mujeres de Puno con niños en sus espaldas, son gaseadas en la calle por la policía a corta distancia. Diversos videos, fotografías y testimonios no dejan lugar a dudas. Las mujeres solo corrían por la calle, pacíficamente.
º Al día siguiente, el 4 de marzo, el Ministerio de la Mujer, lejos de cumplir con su rol, culpabiliza a las mujeres agredidas mediante un comunicado: “La protesta pacífica es un derecho de todas y todos, pero bajo ninguna circunstancia o contexto se puede poner en riesgo la integridad física y emocional de las poblaciones vulnerables, especialmente, niños, niñas y adolescentes.”
º El ministro de educación, Oscar Becerra, señala que denunciará a las mujeres que llevan a niños a las marchas de protestas porque los exponen al peligro y no respetan los derechos humanos de los menores de edad.
º Un día después, el 6 de marzo, agrega a la amenaza, el agravio:
“Ni siquiera los animales exponen a sus hijos. Lo vemos todos los días en estos canales de naturaleza donde una madre muere defendiendo a sus hijos para que no sean atacados. ¿Se les puede llamar madres a las que llevan a sus hijos y los exponen a la violencia de la cual estamos siendo testigo? ¿A ese extremo de manipulación podemos llegar? Yo dudo que sean las madres. En la extrema necesidad en que se encuentran algunas mujeres lleguen a alquilar a sus hijos para que sean llevadas a esto, pero no puedo concebir a unas madres exponiendo a sus niños al peligro…».
º El mismo 6 de marzo, desde la Comisión de la Mujer y Familia del Congreso, una parlamentaria señala prácticamente lo mismo: “Esas personas deberían ser investigadas, porque no deberían tener la tutela de esos niños. Una persona que pone en riesgo la vida su hijo pierde todo derecho, porque una madre protege el fruto de su vientre (…) Hasta los animales protegen a sus crías”.
º El 7 de marzo, ante las críticas masivas, el ministro de Educación formula unas disculpas en condicional: “Yo lamento profundamente que unas desafortunadas expresiones mías hayan sido aprovechadas para ignorar los derechos de los niños, que son mi principal preocupación” (…) No me he referido, en ningún momento, a las mujeres aimara. Eso me ha sido atribuido por las personas que han tratado de interpretar mis declaraciones para separar a los peruanos”.
º El 8 de marzo, sin darse por enterada de lo que está pasando, la presidenta Dina Boluarte da un mensaje, por el día internacional de la mujer, y señala: “Quiero destacar y reconocer el esfuerzo de las mujeres luchadoras de la costa, de la sierra y de la selva, que sobreponiéndose a las barreras y la adversidad están logrando insertarse en diferentes espacios de la sociedad”.
º El mismo día, horas después de este mensaje, mujeres campesinas como a las que se ha referido en su discurso, y que están protestando en el centro de Lima y en Miraflores, son reprimidas por la policía, incluyendo el uso de gas lacrimógeno.
º Al día siguiente, como si nada de esto tuviera relación entre sí, y como “reaccionando” a las disculpas del ministro de Educación, el Ministerio de Cultura, a cargo de Leslie Urteaga, señala en otro comunicado: “…Es positivo conocer que el Ministro de Educación ha ofrecido sus disculpas a las mujeres por sus declaraciones, aclarando que en su dicho no se hace referencia a temas de carácter étnico ni cultural (…) Desde el Estado respetamos el derecho a la protesta pacífica, pero condenamos la violencia, más si se pone en riesgo a nuestras niñas y niños, que son el futuro del país”.
Listo. No importa que se note que es una mentira tapada con otra. No importa que las autoridades sepan que se notan sus trucos. No importa que se note demasiado que nos quieren tomar por tontos. Lo importante es el simulacro. Sostener el simulacro.
Listo 2. La policía en plena capital y ante la vista del país, puede disparar gas lacrimógeno al cuerpo de mujeres que van con sus hijos a la espalda. La culpa será de las mujeres. El peligro no es la represión, el racismo y la mentira, sino la disidencia.
Control de daños
Aunque las violaciones de derechos humanos del gobierno busquen ser normalizadas por un lenguaje oficial cínico y por la propaganda, el acto disruptivo de las mujeres aimaras no pasará sin dejar huella. Han marcado por lo menos, por un momento, una frontera. Se puede agredir, humillar y amenazar a la ciudadanía colectivamente, sí, se puede. Pero esa sensación de omnipotencia y absoluta impunidad puede llevar al poder a rebasar su propio marco de control sin daños.
El exceso que disfruta de su derroche, es decir, que además de ejercer la violencia física (lo normal) agrega —en una semana simbólicamente importante para las mujeres— la amenaza a la tutela de sus hijos y la animalización de la mujer indígena (el derroche) es coherente con lo que ha demostrado ser este grupo de poder. Pero es demasiado crudo. No le conviene ir mostrando su cara pelada sin cubrirla de cierta máscara que justifique su lugar como autoridad.
Que el ministro finja rectificarse, y que los otros actores finjan celebrarlo no quiere decir que alguien se arrepienta de lo dicho. Sólo quiere decir que estos actores en el gobierno entienden que deben administrar su violencia racista y machista de un modo que les permita seguir proyectando para una parte de la población y del mundo, que es una opción dura, pero necesaria, para sostener la economía o la democracia o el orden.
Si llega a ser necesario, incluso pronto podríamos llegar a leer un comunicado llamando héroes de la patria a los soldados del servicio militar ahogados por la decisión negligente de sus mandos de ponerlos en situación de riesgo, y llamando agresores a los comuneros que los rescataron.
Ah, es verdad, parece que ya hay uno así.
José Carlos Agüero, 1975. Historiador y escritor.