Entre marchas, violencias, conversas, y actividad frenética con la que me hago la idea de que estoy participando del momento histórico, y que lo hago además de modo solidario y del lado correcto, no puedo dejar de notar con mucha frecuencia, que no tengo la menor idea de lo que estoy haciendo. O que estoy cansado. O confundido. Todos sentimientos que además debo callar, porque en nada contribuyen justamente, al carácter luchador de la coyuntura.
Lo bueno es como yo, debe estar medio país. Y que tengo la ventaja de estar acostumbrado. Hace varios años que asumí que, ante tanta realidad, hay que alejarse de las verdades muy seguras de sí. Y que hay que tener paciencia. Incluso cuando tener paciencia parece casi un suicidio político. No todo se agota en el día siguiente. Aunque cuando lo estemos viviendo, así lo parezca.
No todo se define en nuestra vida política pues, si el congreso adelanta las elecciones o no. O si mañana o pasado la presidenta Dina Boluarte adelanta las elecciones. Nuestra vida no se hipoteca en un único momento o en una sola decisión. Entre una marcha y la siguiente, hay espacio para que la vida nos sorprenda con muchas cosas. Incluso las marchas y su cotidianidad, no se agotan en su deliberada performance de reclamo. Quieren, obviamente, ser expresiones masivas de lucha, de reivindicación. Pero, aunque quieran ser eso, y lo sean fundamentalmente, no son solo eso.
Por pura casualidad, hace poco, estaba leyendo “Los márgenes de la libertad cómica” de Umberto Eco, que ya tiene su pocotón de años. Y fue buena casualidad, porque acababa de ver un video con una canción que se estaba haciendo popular en medio de la protesta. Eco sigue en parte las reflexiones de Mijail Bakhtin sobre el carnaval. Para ambos, este proporciona un momento de transgresión, donde de modo simbólico, las normas de los sectores dominantes en una sociedad pueden ser ridiculizados por el pueblo. La plebe sacando la vuelta al orden momentáneamente. El mundo al revés sin consecuencias onerosas. La máscara, la risa y la procacidad, como instrumentos que le quitan por un instante, su carácter serio, sagrado, intocable, al poder.
Pero Eco creía notar que el humor no siempre tenía ese carácter crítico. Por el contrario, los poderes usaban profusamente el circo, el chiste, lo ridículo mezclado con lo patético, sobre todo en el mundo moderno, donde todo es espectáculo y televisión (hoy serían las redes, Eco escribió esto en los 80 del siglo pasado), como medios de control social. Recordemos para nuestro consumo peruano, la época en muchos aspectos extrema del fujimorismo, con los cómicos ambulantes siendo usados por el régimen, y los programas de Laura Bozo. Por ello Eco se pregunta “…por qué las dictaduras censuran las parodias y las sátiras, pero no las payasadas; por qué el humor es sospechoso y el circo es inocente…”. Inteligente Eco, cómo no.
Yo me atrevo a pensar que incluso el carnaval no tiene bordes definidos. Que está constantemente asediado. Y que sus contornos, esos en los que quiere confinarlos la representación oficial, con sus globos de agua, serpentinas, carros alegóricos y comparsas atildadas, deja que se filtren objetos de ese más allá, de la sociedad más allá de la mirada domesticada. Y que a veces tenemos suerte de verlos aparecer en nuestras puertas. O nuestros teléfonos.
La usurpadora
Hace un mes, el carnaval “La usurpadora” del conjunto apurimeño Los Qaris, pegó en las redes sociales. Pasó al Facebook y al Instagram y fue cantado en las calles, en las ciudades y pueblos donde desde hace dos meses, la protesta ciudadana no se ha detenido. No hay misterios sobre el porqué de su éxito. La letra increpa de modo directo a la presidenta Dina Boluarte, y lo hace de tú a tú, como se haría con cualquier vecino. Eso coloca a los cantantes y a los que se identifican con la voz que canta, en una relación horizontal con la autoridad.
Como todo buen carnaval, no se detiene ante el poder sino justamente, aprovecha la licencia que da el género y la ocasión, para acusarlo, desmontarlo o reírse de él. En este caso, en medio de esta coyuntura tan álgida y tanática, “La usurpadora” se explaya con toda su furia y pena, al mismo tiempo. Y va cantando literalmente todas las verdades que estima, merece la presidenta. Incluye en la danza a los congresistas, básicamente portadores de los mismos calificativos. Y se reserva un final agresivo, mucho más duro verbalmente, para los militares y policías, a los que coloca en el lugar de sirvientes de los poderes.
El carnaval recurre a muchas herramientas verbales para que el mensaje quede claro. Usa lisuras, neologismos, incorpora adjetivos en quechua que son conocidos (o deducibles) para la mayoría de peruanos, incluso para quienes son solo monolingües en castellano. Y como todo carnaval, por duro que sea en su temática, por el ritmo, no deja indiferente a nadie e invita a bailar. Se presenta entonces ideal para ser compartido en grupo. Ya sea en una comparsa típica de los pueblos en febrero y marzo, o en esta especie de comparsa indignada que se comparte ahora, bajo el sol del verano y la violencia.
Lo vi por primera vez buscando cosas graciosas en IG para mirarlas con mi hija. A ella le gustan los chistes con gatos. Buscando, apareció una familia en pleno, grabándose con el celular, listos para interpretar el carnaval. La voz cantante la llevaba la niña, de unos 12 años, que empieza tibia, pero que se va entusiasmando, y acaba por hacer reír a todos. “Dina jijunagranputa” ríen todos, en su fracaso de interpretación coral. Nos reímos con mi hija, por la niña que se veía feliz. Luego busqué el tema en Facebook, donde ya tenía más de cien mil reproducciones.
¿Qué le dice el carnaval a Dina? Hagamos una lista de lo que le va diciendo:
Dina
Jijunagranputa
Usurpadora
Caraepalo
Se cree presidenta
Nadie te quiere
Nadie te ha elegido
Traidora
Asesina
Congresistas
Jijunagranputa
Terruqueadores
Sua (mentiroso)
Corruptos
Asesinos
Militares y policías
Sua (mentiroso)
Allcco (perro)
Haces caso a los traidores
Asesinos
Hace poco la policía hizo humor involuntario, cuando un general (un general), presentó ante la prensa material incautado en las protestas, y realizó lo que llamó un análisis semiótico de unas tablas pintadas con colores primarios: rojo-violencia, negro-muerte, y amarillo-alegría… Dejando de lado el evidente propósito vigilante del evento y su mensaje, tuvo efectos catárticos importantes. La avalancha de memes, videos, caricaturas y parodias han permitido a la población sino desactivar la amenaza a la libertad de expresión, sí mostrarla en su pobreza y vulgaridad.
Al día siguiente, la Sociedad Peruana de Semiótica sacó un comunicado rechazando tal uso de su disciplina, y señalando que era más necesario “una semiótica de la violencia que dé significado a la muerte de más de 50 peruanos”. Y aunque, sin duda, fue recibido de buen modo por la gente, al menos yo no entendí del todo la redacción del comunicado semiótico, escrito con los usos de su oficio. Pero como el resto de mortales, asumí que estábamos en el mismo bando porque la última oración sí estaba redactada en castellano estándar. Y si eso no es también humor, pues que me cuenten otro más sofisticado.
Pero ya advertido por la suerte del general semiótico, y no queriendo ser corregido por los profesionales en el análisis del discurso, me limitaré a decir lo obvio. Pero para mí lo obvio no es nada despreciable, al contrario, siento que cada vez más lo obvio es lo que hace falta rescatar en un mundo ahogado por el cinismo.
La repartición de los males
Aunque el carnaval por momentos les canta a todos, reserva para cada actor interpelado un tipo de atributo que lo diferencia levemente. Todos son jijunagranputas, esto es, malas personas. Eso por delante. Malos vecinos. Malos prójimos. Malos runas. Y todos son asesinos.
Pero al congreso le increpan directamente por ser indecentes. Gente que no merece el cargo que ocupa. Corruptos y mentirosos. Pero, además, insidiosos, terruqueadores, que es otro modo de mentir, pero mucho más grave, una mentira política. No puede confiarse en este tipo de actor.
A la policía y a los militares se le trata con desprecio. En el carnaval se les llama perros, siervos de los poderosos. No los consideran gente cabal, porque son solo un instrumento de quien los manipula. Incapaces de actuar según su voluntad, no importa lo que piensen o sientan “harán caso a los traidores”.
Pero es Dina Boluarte, la presidenta, a la que el carnaval le reserva su carga mayor de atributos hondamente descalificadores. Por un lado, están los que aluden a que está fuera de lugar, es decir, a una tramposa que encima, no tiene vergüenza, es cínica: “usurpadora”, “cara de palo”, “se cree presidenta”. Por otro, los que la denuncian como ilegítima, “nadie te quiere”, “nadie te ha elegido”. Y finalmente, lo que la coloca más allá de cualquier proximidad, alguien que ha sido capaz de quebrar un pilar de la convivencia de la especia: es una traidora. Y no cualquier traidora. No es Judas, que tras vender a Cristo no soportó el peso de su conciencia. Es un ser que es capaz de pretender fundar en su traición su historia con el poder. Por ello usurpa a su amigo su lugar, por eso asesina, por eso carece de cualquier remordimiento.
Como dice Borges refiriéndose a la delación, es un pecado no visitado por ninguna virtud. Tomando el carnaval solo como uno más de los mensajes que circulan con similar contenido alrededor de la presidenta, se puede pensar que una de las consecuencias más terribles de la percepción que se ha construido sobre Dina Boluarte es que ha sobrepasado un límite moral que la humanidad ha construido en siglos, como irreparable.
Para este carnavalito, este congreso, será vil, vulgar, sin duda, en este momento, un peligro para la ciudadanía, pero para esta representación, se trata de pecados menores. Son humanos. Están llenos de defectos. Y como culpables, deben ser corregidos e incluso, sometidos a justicia o sufrir la degradación de sus estatus.
Pero de la traición no hay regreso. El traidor no solo rompe los vínculos con su comunidad, sino que se aparta del lenguaje común que los hace partícipes del mismo patrimonio: la memoria, las costumbres, las tradiciones, las reglas. Frente a este quebrantamiento de lo sagrado, sólo cabe la expulsión. No hay nada que discutir con él, ni hay modo, porque el lenguaje mismo ha sido deshabilitado para esa transacción.
Recuerdo a un profesor universitario y dirigente aymara que hace poco fue entrevistado por un medio local. Él señalaba con total claridad, sin animosidad ni rencor, más bien, pedagógicamente, que las delegaciones que viajaban a Lima desde Puno no iban a negociar. Ese no era su propósito. Iban con una comisión de sus comunidades: exigir la renuncia de Boluarte. Y de esa comisión debían dar cuenta a su regreso.
¿No estaré sobre interpretando un carnavalito? Puede ser. Pero no hay que despreciar una canción. Cierto que no es la más popular de las protestas. Está muy detrás de los estribillos “Dina asesina, el pueblo te repudia”, mayormente acompañado de bombos y a veces de zampoñas. Y del extendido “Esta democracia, ya no es democracia”, que, aunque a muchos jóvenes les parezca novedosa, viene por lo menos de las protestas de la época de la dictadura de Alberto Fujimori. Pero lo importante es cómo se reactualiza, y quiénes la vuelven a usar y en qué contexto.
Un carnaval, unas marchas de sikuris o de batucadas, no van por sí solas a cambiar un orden injusto, ni siquiera, un momento represor. Pero en el tiempo, en la acumulación de experiencias sucesivas, podrían generar transformaciones subterráneas, culturales, que ojalá, veamos florecer más adelante. Como en este video donde unos niños juegan “al asalto”, disfrazados de policías “robocop”, con escudos y en formación, como los hemos visto estos meses, en vivo y en directo, arremetiendo contra la población. Pero que en el juego son resistidos. Y parecen ser convertidos, por la fuerza de la imaginación y la risa, de temibles y omnipotentes, en torpes y corrientes.
Pero como todo es complicado, aunque sea un juego y haya risas, este aprendizaje tan temprano, este conocer la desconfianza, no puede dejar de ser triste.
José Carlos Agüero, 1975. Historiador y escritor.
Letra del carnaval, tomada de esta página:
Dina Boluarte, jijunagranputa (malvada)
¿Quién te ha dicho que eres presidenta?
Dina Boluarte, jijunagranputa (malvada)
¿Quién te ha dicho que eres presidenta?
Nadie te quiere, nadie te ha elegido
Usurpadora, caraepalo
Nadie te quiere, nadie te ha elegido
Usurpadora, caraepalo
Hasta cuándo
Hasta cuándo estaremos así, reprendido de los grandes poderes
Oh, Dios mío. ¿Por qué no escuchas a tu pueblo?
¿Por qué?
Congresistas jijunagranputa (mal nacidos)
¿Quién te ha dicho que somos terrucos?
Congresistas, sua (ladrón) congresistas
¿Quien te ha dicho que somos terrucos?
Somos valientes y luchadores.
Queremos un cambio para nuestro Perú
Somos valientes y luchadores
Queremos un cambio para nuestro Perú
Y nos vamos por todo el sur de nuestro querido Perú
Tacna, Moquegua, Arequipa, Puno, Apurímac, Ayacucho, Cuzco, Madre de Dios, Ica, Huancavelica, tierra querida
Policía, sua (ladrón) policía
Haces caso a los traidores
Militares allcco (perros) militares
Haces caso a los traidores
¿Quién te ha dicho que mates al pueblo?
Policía sua (ladrón) policía
¿Quién te ha dicho que mates al pueblo?
Militares allcco (perro) militares
¡Cuántas realidades con esta canción!
O te molesta, señor
Oye, señor policía, militar
Oye, militar
Oye allcco (perro) militar, tú que disparas a mi pueblo
¿Por qué?
¡Ya basta!
Presidenta traidora
Congresistas, corruptos
Policía, nos matan
Todos son asesinos
Presidenta traidora
Congresistas, corruptos
Policía, nos matan
Todos son asesinos