El mundo vive momentos de cambio. El Perú parece sumergido en el caos. Atraviesa una grave crisis política, económica y social. Hemos tenido cuatro presidentes en el último año. Gobierna un presidente de transición. Uno de los favoritos para la elección de este año desata el terror de las clases altas. Lidera un partido nuevo, nacido fuera de Lima, con una agenda explícitamente anti-imperialista y anti-oligarquía.
El candidato se llama Víctor Raúl Haya de la Torre. Estamos en 1931.
Pero hay una esperanza para los limeños. En el fondo, lo desprecian porque no es «gente como uno», pero también entienden que su arraigo en las clases populares puede ser útil electoralmente. Y, aún más en el fondo, les gusta. Es conservador y está rodeado de la gente «correcta» (léase: fascistas).
La esperanza se llama Luis Miguel Sánchez Cerro.
Sánchez Cerro ganará las elecciones acusando a su rival de estar contra la familia y de ser un comunista. Lima respira aliviada: ha ganado la estabilidad.
SPOILER: Sánchez Cerro reprimirá sanguinariamente a sus opositores. Dos años después de la elección, un aprista lo asesinará. Su partido, la Unión Revolucionaria, abrazará el fascismo ya sin resquemores.
Unos treinta años después…
El mundo vive momentos de cambio. El Perú parece sumergido en el caos. Atraviesa una grave crisis política, económica y social. Gobierna un presidente de transición. Los militares amenazan con un golpe si los resultados de las elecciones no les gustan. La extrema derecha tiene un candidato. Su problema: representa un gobierno dictatorial anterior.
El candidato es Manuel A. Odría. Estamos en 1963.
Pero hay otro candidato, el favorito, al que se ve como una esperanza de cambio. Lo acusan de comunista. Piden que «por tu familia», no votes por él. Se llama Fernando Belaunde.
Belaunde ganará las elecciones en parte por el gran rechazo al pasado político de sus contrincantes. El odriísimo (díganme si les suena) es una derecha popular y autoritaria que no ha tenido problemas en aliarse con quien sea con tal de mantener el poder –incluido Haya de la Torre, que ha traicionado sus banderas de hace treinta años–. Esa es una de las razones de la victoria de Belaunde, pero también la promesa de reformas a favor de las clases populares.
SPOILER: Tendrá el Congreso en contra, tomado por una alianza entre apristas y odriístas. La indecisión lo abrumará. Sus reformas serán contraproducentes o no se harán. El dólar, la deuda y la inflación se dispararán. Velasco lo sacará de Palacio con un golpe.
Unos treinta años después…
El mundo vive momentos de cambio. El Perú está sumergido en el caos. Atraviesa su peor crisis política, económica y social. Decenas de miles de peruanos han muerto en circunstancias horrendas. Los militares planean un golpe si los resultados de las elecciones no les gustan. Un candidato improvisado desata el terror de las clases altas.
El improvisado se llama Alberto Fujimori. Estamos en 1990.
Fujimori ha aparecido en las encuestas pocos días antes de la primera vuelta. Con las justas articula dos frases juntas.
Todas las celebridades del momento aparecen masivamente en televisión, una y otra vez, a apoyar al candidato de la clase alta: Mario Vargas Llosa, que postula aliado junto a Fernando Belaunde y figuras de la derecha. Los limeños no entienden cómo así los peruanos han decidido apoyar a un personaje balbuceante, rodeado de gente sospechosa, en vez de nuestro intelectual más reconocido en el mundo.
Fujimori ganará las elecciones en parte por el gran rechazo al pasado político de sus contrincantes, pero también por la promesa de que no aplicará medidas en contra de las clases populares.
SPOILER: Tendrá el Congreso en contra, tomado por una alianza entre apristas y derechistas. Aplicará el shock que había prometido no aplicar. Los militares ejecutarán el golpe que tenían planeado, pero incluyendo a Fujimori en su plan. Convertido en dictador, se reprimirá –muchas veces con violencia– a los opositores.
Unos treinta años después…
El mundo vive momentos de cambio. El Perú está sumergido en el caos. Atraviesa una grave crisis política, económica y social. Decenas de miles de peruanos han muerto en circunstancias horrendas. Hemos tenido tres presidentes en el último año. Gobierna un presidente de transición.
Un candidato improvisado desata el terror de las clases altas. Postula por un partido nacido fuera de Lima, con una agenda explícitamente anti-oligarquía. El improvisado ha aparecido en las encuestas pocos días antes de la primera vuelta. Con las justas articula dos frases juntas. Lo acusan de comunista. Piden que «por tu familia», no votes por él.
Pero hay una esperanza para los limeños. En el fondo, la desprecian porque no es «gente como uno», pero también entienden que su arraigo en las clases populares puede ser útil electoralmente. Y, aún más en el fondo, les gusta. Es conservadora y está rodeada de la gente «correcta». Su problema: representa un gobierno dictatorial anterior.
Todas las celebridades del momento aparecen masivamente en televisión y en las redes, una y otra vez, a apoyar a la candidata de la clase alta. Ella postula endosada por todos los movimientos y figuras de la derecha –incluido Mario Vargas Llosa, que ha traicionado sus banderas de los últimos treinta años–. Los limeños no entienden cómo así los peruanos han decidido apoyar a un personaje balbuceante y rodeado de gente sospechosa.
Él se llama Pedro Castillo. Ella se llama Keiko Fujimori. Estamos en 2021. Estamos en 1990. Estamos en 1963. Estamos en 1931.