Una columna del escritor catalán afincado en el Perú, luego del enésimo escándalo de Magaly Medina (ahora con Paolo Hurtado).
Retrato por Fátima López Alva
Me pasan un video donde Magaly Medina interroga a un individuo debido a su infidelidad a su esposa y me sorprende que todavía este tipo de historias carpetovetónicas sigan siendo noticia en pleno siglo XXI. Y que Magaly Medina siga subida a este Tribunal de la Inquisición. ¡Y pensar que podría haber sido una adalid del progresismo y no una agente del sensacionalismo más retrógrada, rancio y reaccionario!
Podría estar animando a las mujeres a ser infieles, por ejemplo.
Imagino que el tipo es famoso por algo, esa es la razón verdadera de que esté allí. Hay millones de peruanos en su misma coyuntura voluntaria y no son entrevistados por Magaly. De hecho, apenas conozco hombres heterosexuales que sean además fieles. Puede que uno de cada diez. O uno de cada veinte, si restamos a los que engañan VERDADERAMENTE bien.
La infidelidad masculina (y la femenina) se da desde que el mundo es mundo, porque el ser humano no ha sido creado para la monogamia, su impulsividad sexual no se ajusta únicamente a otra persona en exclusiva: somos animales de quita y pon. Aunque nos convenzamos de que nuestra futura pareja pasaba cerca de nosotros precisamente en la misma década de exuberancia carnal de ambos, en el mismo país y a veces hasta en el mismo barrio o la misma familia política, disfrazándola del amor de nuestra vida más allá del tiempo y el espacio, lo cierto es que en un lapso de años nos sería muy fácil encontrar decenas de amores de nuestra vida con sólo desplazarnos diariamente. Y de hecho, sustituimos enseguida al oficial cuando, por la razón que sea —no necesariamente por una infidelidad— fracasa, cada año con mayor asiduidad, porque las parejas cada año —afortunadamente— soportan menos el yugo autoimpuesto. Puede existir un amor estable, claro que sí, basado en una lealtad de espíritu: pero al final apenas tiene nada que ver con el sexo.
Es divertido y trágico a la vez contemplar a Magaly haciendo admitir al entrevistado que todo lo que le lisonjeó a su amante era mentira, todas sus palabras de enamoramiento, de respetabilísima devoción y de pasión eterna resultaban ser solamente cháchara para llevarla a la cama. Es como volver a los orígenes de la Historia del Mundo. Desde el mito de Don Juan al himno pop europeo de la hipocresía masculina ‘Palabras, palabras, palabras’ (con el simbólico semidiós de lo varonil Alain Delon como objeto de mofa en su versión francesa), tenemos constancia del floro y de la palabrería hueca como medio de la misión divina que supone la seducción indiscriminada.
Que un famoso infiel sea todavía protagonista de un escándalo nacional y la gente asista a ello ¡como si le causara sorpresa!, en un país con un hotel de parejas en cada cuadra, indica hasta qué punto vivimos todos, en mayor o menor medida, con una venda puesta en los ojos.
Pero es que es cierto: el ser humano no es racional. Ésta es una prueba más.
Para sobrevivir, todos los seres humanos —y las sociedades— necesitan seguir a pies juntillas una ficción consensuada. Dentro de nosotros sabemos que nada es como fingimos que es y que nada dura. Sabemos por ejemplo que un día, en el futuro, ninguna obra de arte pervivirá, tampoco ningún crucifijo. Sabemos que en algún amanecer de la vida, ‘El Quijote’ ya no existirá.
Pero no queremos verlo.
Nunca queremos ver que, en realidad, la fidelidad es la noticia.
Hernán Migoya
Escritor.