¿Qué dicen los libros de nosotros? Aquí algunas líneas sobre la noble y obsesiva pasión de rebuscar libros en bibliotecas.
Me encanta descubrir las huellas que dejan los lectores en un libro.
Huellas que dejan adrede o inconscientemente. Como cuando escriben al costado de los párrafos o delinean oraciones enteras, señalando que aquí se detuvieron, que este conjunto de frases son significativas para él/ella. O como cuando pasan las hojas y se marcan ciertas páginas, dobleces en las esquinas.
Huellas también de uso, como cuando el lomo se marca por doblarlo y se desgasta de tantos roces por llevarlo y traerlo de aquí para allá. Descubrir qué dicen las firmas, qué celebran las fechas, a quién encubren ciertas iniciales, el amor que hay detrás de las dedicatorias en la primera página.
Hay tanto qué rastrear en un libro usado: marcas, anotaciones y símbolos; rastros de café, de lágrimas y frases enteras subrayadas con líneas chuecas. ¿O por qué nunca ha sido leído y está lleno de polvo y hongos? Pero los que más nos llaman la atención: rastros de que alguien tocó este libro y que lo hizo suyo.
¿Hay algo mejor que husmear las bibliotecas de otros?¿Algo mejor que el quedarse sola frente a hileras interminables de libros? ¡El olor a libros! ¿Tener la libertad de hojear el libro que quieras, de descubrir nuevos títulos tan solo tocando y leyendo?
Desde niña me ha fascinado rebuscar los libros de otros. Sentarme frente a bibliotecas ajenas y adivinar, por ejemplo, por qué compraron tantos libros de Vargas Llosa y estos cuántos de César Calvo. Sentarme en el piso e ir sacando uno por uno, buscando el año de impresión, las dedicatorias en sus primeras páginas.
Mi patio de juegos
Mi bibliofilia no es nueva. Me atrevo a decir que fue heredada de mi familia y que ha sido una consecuencia natural de estar rodeada de tantas otras personas que aman los libros. En mi niñez pasé muchas horas rodeada de adultos, sobre todo en casa de mis abuelos, donde encontrabas libros hasta en el baño, y en donde siempre descubría un libro nuevo en esos dos estantes enormes de más de dos metros de alto.
Recuerdo que mis abuelos me llevaban donde mis tíos, y mientras jugaban canasta en la mesa del comedor, yo me sentaba frente a la biblioteca de la casa. Recuerdo cada una de sus bibliotecas como si se tratara de cada uno de un parque de diversiones por explorar. Mi tio ingeniero, por ejemplo, tenía todo tipo de libros de artes, de tuberías y de novela policial.
Casa que iba, casa en dónde buscaba las repisas con libros. Mi chismecito siempre ha sido leer los títulos que coleccionan las personas. Esta fijación es casi una obsesión, que incluso, ahora en mi vida adulta, la practico todo el tiempo siempre que alguien me invita a su casa. Puedo pasarme horas solo mirando libros, sacando cada uno, viendo portadas y buscando sus fechas.
Los libros pocas veces están ordenados de forma aleatoria. Pocas veces descuidados si son queridos por sus lectores. Pero muchas veces desordenados, en pilas y acumulados por todos los rincones de la casa cuando llevas muchos años coleccionándolos.
Esta especie de voyerismo de libros es algo que poco comento en voz alta, pero sigue siendo una de mis actividades más simples y bonitas por hacer. De hecho, se puede inferir algunas cosas de una persona por los libros apilados que colecciona.
El yo externo
Todo objeto personal tiene una historia detrás, al menos si tiene algún significado real para su propietario. De hecho, los humanos nos basamos en indicios para hacer juicios rápidos cuando conocemos a gente nueva, y esos juicios pueden ser a muchas veces acertados, al menos, claro, a grandes rasgos. Estos indicios pueden ser desde las expresiones faciales, el género, el atractivo físico, factores que influyen en la impresión que formamos cuando conocemos una persona.
Esos indicios también se encuentran en nuestras cosas: no solo en nuestras elecciones de ropa, joyas, tatuajes; sino también en nuestros espacios (por ejemplo, el orden de nuestro cuarto). Esto porque elegimos las cosas en función de cómo queremos que nos perciban los demás: los posters, las obras de arte, los libros o la música que mostramos.
El psicólogo social Sam Gosling ha estudiado cómo llenamos nuestros espacios con cosas materiales y qué dicen esas elecciones sobre nuestra personalidad. Gosling describe que ciertos objetos funcionan como «reclamos de identidad conscientes»: es decir, cosas que elegimos para que influyan en cómo nos perciben las personas.
Además, está lo que Gosling denomina «residuo conductual inconsciente», que son señales que dejamos en nuestros espacios como resultado de nuestros hábitos y comportamientos. Aquí es cuando se explica por qué una persona ordena sus libros por orden alfabético, o por color; será una persona con cierta fascinación por la disciplina o por el orden. Una persona menos meticulosa dejará sus libros desorganizados, y muchas veces ni sabrá en qué estantería están.
Pero Gosling también describe otros objetos con los que elegimos llenar nuestras casas. A estos otros objetos, él los llama “reguladores de sentimientos”: fotografías de seres queridos, reliquias familiares, libros favoritos o recuerdos de viajes a lugares exóticos, cualquier cosa que sirva para satisfacer alguna necesidad emocional.
Los libros en mis espacios siempre han sido necesidades emocionales. Los fui comprando de a pocos, a la par que crecía. Cuando empecé a trabajar, ahorraba todo el año para poder comprarme unos cuantos en la Feria de Libro. Todos los libros que me han regalado, que he heredado y he comprado tienen la fecha que entraron a mi casa. Todos sin excepción, guardan algún recuerdo: de por qué los elegí, de por qué los conservo.
Esta semana terminaron de remodelar la sala de mi casa.Tres semanas viviendo entre ruidos de taladros, olor a cemento y pintura, y excesivo polvo. Ahora que los trabajos han terminado, como quien arma un rompecabezas, hemos vuelto a colocar uno por uno los libros de mi biblioteca. Los recuerdo todos, a cada uno y sus olores, a todas las colecciones, los lomos rotos y su historia. La gran mayoría son enciclopedias antiguas de mis abuelos y novelas de escritores peruanos de mi abuela. Están las revistas de diseño con más de setenta años. Los folletos de tejer y los libros de poesía.
En mi sala, cada uno de ellos tienen una razón de ser. Todo tiene su orden, todo tiene su razón de ser. Sin orden nada existe. Ahora que los vuelvo a colocar como quién conoce de memoria la extensión de sus recuerdos, me acuerdo de una chiquita que apenas llegaba a los estantes más altos. Que se sentaba al pie de los gigantes estantes, aprendiendo a leer los títulos, leyendo las viejas dedicatorias y adivinando quién era quién.
Hoy estuve ordenando las novelas de mi abuela. Cada libro que fui colocando lo abrí previamente, buscando en sus hojas las fechas, las iniciales, las frases subralladas. Este de aquí lo recuerdo muy bien. El último regalo de mi abuelo a mi abuela del que tengo memoria. Aquí siempre habitan.