Hay canciones que te marcan para toda la vida. Hay veces que esto pasa sin que tengas poder de decidirlo. Recuerdo los cassette de mi abuelo, que eran recopilatorios de canciones de Roberto Carlos en español y portugués, y su aparatosa radio negra Panasonic. Los escuchaba en su estudio, un cuarto atiborrado de herramientas, pedazos de madera y cachivaches, en donde mi abuelo pasaba sus tarde-noches esculpiendo o dibujando.
Han pasado más de quince años desde la última vez que uno de esos cassette sonó en aquella vieja radio, en ese estudio que ya no existe. Aún así, cada vez que escucho «El gato que está triste y azul» mis ojos se llenan de lágrimas. Me ha pasado en un micro, en varios supermercados, y en decenas de taxis en donde el chofer sintoniza la radio “La Inolvidable”.
Es inevitable: esa canción tiene la fuerza de la melancolía más pura de mi infancia. Es capaz de parar el tiempo, de regresarme a ese estudio en donde mi abuelo pasaba horas entre el olor a aserrín y óleos. Yo lo contemplaba sin apenas llegar a su tablero, trepándome en su banco, intentando no caerme mientras él silbaba la canción.
Hay otras canciones que uno va eligiendo mientras va creciendo. Estas canciones nos marcan por elección. De alguna manera, las hacemos nuestras. Elegimos llorar con ellas. Que suenen de fondo cuando nos reímos. Dotarlas de otros significados. Que nos ayuden a explicar lo que sentimos. Que guarden nuestro amor, nuestros recuerdos, nuestra pena. Nos van acompañando en momentos importantes de nuestra propia soledad y de nuestras experiencias.
La música tiene este don tan maravilloso y universal. Considero que, a diferencia de otras formas de expresión, la música es capaz de conmovernos y despertar un crisol de emociones profundas. Es la música la que se filtra entre nosotros y se entreteje con nuestros recuerdos. Para muchas personas-y en este grupo me incluyo- la música es una extensión de uno mismo.
Cause I remember All Too Well
Precisamente ayer pensaba en esto último, en cómo mis canciones se han convertido en una extensión de mí misma. En una elección de nostalgia y complicidad.
Ayer no fue un día cualquiera para mí. El viernes, la múltiple ganadora del Grammy, Taylor Swift–de quien soy fanática desde que tengo 14 años- lanzó la regrabación de su álbum del 2012, «Red», la segunda regrabación que lanza este año como parte del objetivo que se ha planteado para recuperar los derechos intelectuales de su música. Para no perderme en detalles, aquí un experto explica las razones legales por las que Swift está haciendo esto y por tanto, reconfigurando la industria musical.
“Aquí va una vez más. Una excusa para que Romina hable de una de sus cantantes favoritas”. Déjenme explicarles. Quizás mucho de ustedes han escuchado sobre Taylor Swift, pero no les interese en lo más mínimo. O saben que es una artista famosa que tiene una fanaticada enorme…por ahí reconocen un par de sus canciones. La cuestión es que si estuvieron ayer navegando por las redes sociales, se encontraron con su nombre, su álbum, y los memes de sus canciones por todos lados.
Les caiga bien o mal, aquí no quiero discutir si su música es destacable o no-eso lo dejo para otra oportunidad, porque, además, en gustos y colores…-. Sin embargo, hay algo indudable: el impacto e influencia que tiene un artista musical como Taylor Swift, tanto en lo comercial, como en lo personal.
Basta tan solo mencionar un par de cosas que han pasado esta semana ante el lanzamiento del nuevo disco: la punta del Empire State de la ciudad de Nueva York se iluminó de rojo, al igual que el edificio de Costanera Center y el Metro de Santiago, en Chile. Hasta la cuenta oficial de Elmo de Plaza Sésamo celebró el disco.
Pero volvamos a lo personal. En palabras de la misma Swift: “Musical y líricamente, «Red» se parecía a una persona con el corazón roto. Estaba por todas partes, un mosaico fracturado de sentimientos que, de alguna manera, todos encajan al final. Feliz, libre, confuso, solitario, devastado, eufórico, salvaje y torturado por los recuerdos del pasado.”
De hecho, Swift no solo es una celebridad bonita. Quienes se han interesado en ella realmente, habrán notado que sus letras y composiciones pueden ser divertidas y pegajosas, sí, pero, en general, hay tantas otras cargadas de simbolismo y lirismo, de experiencias románticas hiperbolizadas, de relatos tiernos o desgarradores.
Yo he crecido con sus canciones, junto a estas baladas cursis del primer enamoramiento, sus frases irónicas, o sus canciones sobre el desamor. En particular, el recorrido de su música es también el recorrido de gran parte de mi vida: me puede llevar al entierro de mi mejor amigo o a mi primer viaje a Nueva York; a la primera vez que dije te amo o la de un último adiós.
Por eso, esta regrabación del álbum me emocionaba y aterraba al mismo tiempo pues me enfrentaba a dos experiencias inevitables: a recordar a la Romina de 20 años que cantó llorando estas mismas canciones, y a enfrentarme a la Romina que soy ahora, nueve años después. “Un álbum que escribí específicamente sobre desamor puro, absoluto, hasta la médula”, es como describe Taylor Swift a «Red». A los 20 no sabía lo que era el desamor. Hoy sí.
Y ahí estaba, volviendo a estas letras que conozco a la perfección. Regresando en el tiempo, pero, por primera vez, entendiendo lo que hace nueve años no pude identificar. Las lágrimas se me resbalaban, pero los recuerdos dolían diferente.
Qué increíble puede ser la memoria de una canción. Su capacidad de hacerte sentir chiquita pero de pronto reconfortarte, hacerte sentir grande. El tiempo se detiene y puedo verme, como si existiera otra Romina, una que ya no existe pero que un tiempo escuchó estas canciones porque dolían, porque éstas entendían lo que duele. El tema aquí de que sea Taylor Swift es anecdótico. Podría ser Dylan, los Stones, Natalia Lafourcade, Silvio Rodríguez o Adele. Me refiero al vínculo que trazamos con las canciones que nos abrazan, con la memoria que se guardan en ellas.
¿Quién no ha escuchado una canción de décadas atrás y se ha transportado a un momento de su infancia o su adolescencia, como si se entrara en una máquina del tiempo? La música nos permite sentirlo todo, como si pudiéramos regresar a determinados puntos de nuestra vida. A recordar. A volver a abrazar. A aprender. Y por esos minutos, nos teletransportamos ahí, hasta que termina la canción. Pero esta vez, podemos volver a comenzar.