Como debe haberle pasado a muchos, conocí a tu papá peleándome con él en Internet.
Y lo que pasó casi de inmediato es que me enseñó la diferencia entre pelearse con alguien y debatir sin tregua.
Eso fue hace 15 años, casi exactos.
Desde entonces, no dejó de educarme.
Tu viejo era un tipo sabio, Vera. No sé cuándo leerás este texto; ni si, cuando lo hagas, tengas una idea de cómo soy. Pero te voy contando que sabio no es un adjetivo que suelo utilizar. Con nadie. Eso era Roberto Bustamante. Ahorita te cuento por qué.
Imagino que sí sabrás el contexto en el que El Morsa se hizo uno con la Fuerza. La puta pandemia, obviamente. Pero también las elecciones del año 2021 (¿Las últimas en un buen tiempo? ¿Las primeras de una racha inagotable de procesos electorales sin fin? Eso es algo que solo puedes saber tú, Vera del futuro).
Pues créeme: ahora mismo cuánto nos convendría a todos haber aprendido esa primera lección. Aprender a discutir. Con argumentos racionales y aportes conceptuales, claro, por supuesto, pero también con impertinencia, con malicia, con ese travieso placer de ver cómo el otro pica el anzuelo. Porque lo correcto no tiene que ser aburrido. Porque un debate elevado no significa asumir una moralina aspavientosa. Porque estar del lado de los ángeles no significa que tengas que convertirte en uno.
Pero el otro lado también importa: al final, un debate no es nada personal. No es un ping pong de insultos ni de agravios. Es un intercambio de ideas. Y de ese intercambio, aunque te resulte desventajoso, quizás puedas salir ganando (una frase que le leí muchas veces: «gracias por la corrección»). Para tu viejo, aprender algo era haber ganado. Ese era su principal interés. Puedes perfectamente discutir con alguien, de manera muy encendida, sobre lo que sea y, luego, encontrar puntos en común con esa misma persona. Como nos pasó a tu viejo y a mí.
Después de discutir (yo pelear) por tonterías, nuestra siguiente interacción ocurrió cuando El Morsa desempolvó un texto sobre la vida sexual de Superman. Era una traducción al español de un artículo de Larry Niven. Resultó que lo que él había encontrado y compartido (como siempre compartía todo lo que consideraba de interés) era una copia de una traducción hecha por mí en los años 90. Así empezamos a hacernos amigos.
Con el tiempo, descubrimos que teníamos muchos intereses frikis en común. Los cómics, Star Wars, Sherlock Holmes , Alan Moore, Grant Morrison, Monty Python… Aún no era común encontrar a alguien así, incluso en Internet. Eran justo los años previos a que lo friki se apoderase de lo mainstream. De esto también terminaríamos conversando con Roberto años después: la capacidad del capitalismo a asimilar subculturas. Establecimos un paralelo entre esta época de superhéroes convertidos en productos culturales hegemónicos y la imagen final de Mad Men, con la instrumentalización publicitaria de lo hippie.
Como verás, todo con Roberto terminaba complejizándose. O, mejor dicho, todo con Roberto podía ser una lección. House no era solo una variante de Sherlock Holmes disfrazada de serie televisiva médica: también era la representación desfachatada de la ética consecuencialista de la era Bush. Lo que no impedía que disfrutáramos la serie como locos, claro. Una vez que colocas en contexto algo que disfrutas, terminas disfrutándolo doblemente. Porque todo puede convertirse en una experiencia educativa.
Como esto:
Esta fue la primera vez que nos difamaron a nivel nacional. No sería la última. Pero puede haber sido la más divertida. Debe haber sido a fines de 2008. En la foto aparece Godoy, por supuesto –el ethos de nuestro pathos y nuestro logos– y la persona difuminada es tu mamá. Este era un diario dirigido por alguien de extrema derecha. El reportaje copiaba, pegaba y replicaba una de tantas difamaciones de un bloguero de extrema izquierda. Los dos extremistas eran unos cuarentones que detestaban a los aún veinteañeros que nos dedicábamos a trollearlos. Los pobres nunca entendían nada de lo que pasaba en Internet y siempre llegaban a conclusiones erróneas por eso. Si te interesa, conté la historia completa aquí.
Y te enlazo la historia detrás de esta «denuncia» porque, cuando la leas, notarás dos cosas. Uno: fue una de las tantas conspiraciones en las que El Morsa contribuyó a tratar de hacer un país, sino mejor, al menos más emparejado.
Y Dos: Que al margen de los hechos puntuales, de todo este enredo se podía sacar una enseñanza. Podías aprender algo. En este caso: cómo la lógica de colaboración en red, incentivada por las nuevas tecnologías de la información, podía servir para difundir información de relevancia pública que, de otra forma, no habría encontrado una vía de acceso a la opinión pública.
Cuando escribo este texto (y, con mayor razón, cuando tú lo leas), nada de eso será novedad. Pero entonces –en la era pre-Wikileaks–, todo eso era una bomba capaz de ponernos en la mira de señores mayores que no entendían nada. Pero ese era tu viejo. Siempre expandiendo la frontera. Experimentando con el futuro. Aprovechando cada herramienta no solo para entenderla intelectualmente, sino para llevarla al límite de su practicidad. O sea, aprendiendo.
El Morsa y yo compartíamos un temor: terminar convertidos en aquello que trolleábamos. O sea, uno de esos señores mayores que terminaban rebasados por su tiempo.
Creo que tu llegada le confirmó una sospecha. Tu aparición le corroboró que siempre había estado en la senda correcta. Que la mejor forma –quizás la única– de envejecer con dignidad era envejecer aprendiendo.
Cuando llegaste El Morsa no cambió. Solo mejoró. Siguió aprendiendo y enseñándonos lo que aprendía. Pero se volvió incluso más didáctico. Más juguetón. Llegaste justo a tiempo para que compartiera con nosotros estas viñetas sobre gente cuya principal característica es la completa ausencia de humildad, la absoluta (e injustificada) seguridad en sí mismos y en lo poco que saben:
Tu viejo fue arqueólogo, antropólogo, investigador de tecnologías de la información, experto en desarrollo rural, consultor en tecnología aplicada a la educación, polemista digital, promotor de la memoria, melómano, friki…
Y todo esto es una forma muy detallada de decir que era alguien para quien toda experiencia terminaba siendo un aprendizaje. Todo era aprovechable porque de todo era posible sacar una lección. Desde un cómic de superhéroes hasta un difamación bloguera. Y por eso has visto tantos posts de gente conmovida. Y tantas menciones, también, a tu mamá. Porque muchos aprendimos cómo ser parte de una pareja viéndolos a ellos. Y luego muchos aprendimos de paternidad viéndote a ti con él. Creo que por eso has visto tantos posts. Porque todos los que estuvimos cerca de él, aprendimos a aprender. Porque la otra cara moneda del aprendizaje está en la generosidad de devolver las lecciones. Y compartir con los demás, con prudencia pero también con vehemencia y con humor, lo que vamos descubriendo.
Cuando leas esto y recuerdes cómo ha sido tu vida después del Morsa, piensa en todo lo interesante que has visto, en estos años, en aquellos que fuimos sus amigos. Si alguno de nosotros logró que vieras algo de una forma distinta, desde un ángulo nuevo, más estimulante, más jodido, más gracioso, no lo dudes: no es mérito nuestro. Somos solo nosotros tratando de imitar a tu papá.