En las alturas de los Andes peruanos, no hay nada mejor, para predecir un año lluvioso, que la presencia de perdices anidando en el ichu. De la misma forma, en las bajezas de la política limeña, no hay nada mejor, para predecir un año electoral, que la presencia mediática de Hernando de Soto.
Es divertido ver, cada cinco años, cómo los mismos l̶i̶m̶e̶ñ̶o̶s̶ b̶l̶a̶n̶c̶o̶s̶ personajes se entusiasman ante su llegada, creen ver en él a alguien candidateable, y él los encandila, les explica que el capitalismo es popular, hermanito, es un capitalismo cholo, está en los genes del Perú Profundo, del Deepest, Darkest Peru, es un capitalismo que aparece por generación espontánea como una artesanía ayacuchana o una discoteca de Los Olivos, súper rural todo; y es divertido ver, cada cinco años, cómo los mismos de siempre caen, como cayeron en el 2001, en el 2006, en el 2011, en el 2016 y como están cayendo ahorita, con ese discurso tan de Herbalife, tan de Fuxión, aunque en vez de preguntarte ¿Quieres ser tu propio jefe?, te asegura que vas a tener tu propio candidato, es más, tu propio candidato pro-mercado, es más, tu propio candidato pro-mercado-conocedor-del-Perú-Profundo-Capitalista-Espontáneo, y todo para que, a la primera que sea posible, el señor Soto se dé la media vuelta, con su cartera de incautos asegurada por cinco años más, y se vaya por donde vino, hasta la próxima elección.
En 2021, el año electoral, el señor Soto cumplirá 80 años, dos más de los que tuvo PPK cuando asumió la presidencia en 2011. Es francamente inverosímil que el Perú vuelva a elegir, por segunda vez al hilo, a Otro Economista Blanco de la Tercera Edad, pero me gustaría explicar aquí cómo es que nuestra personaje se las ingenia para acaparar portadas cada vez que coquetea con la política. Y eso tiene que ver con la brutal desconexión de los dueños de esas portadas: las élites limeñas.
Estas élites:
Debe haber pocos lugares menos rurales en el Perú que Villa María del Triunfo o Puente Piedra, lamentablemente. Al contrario, en la visión castañedista que, nos guste o no, determinó el crecimiento limeño del siglo XXI, en esa visión que equivale lo urbano al cemento, esos distritos son lo más urbano que hay: menos de un metro cuadrado de área verde por «poblador». Compárenlos a los 13 metros cuadrados verdes por cada «vecino» de Miraflores o los 22 de San Isidro.
Disculparán el uso tan evidente de las comillas, pero aquí viene un clásico del periodismo peruano:
A pesar que la diferencia vecino vs poblador en la televisión peruana viene criticándose hace más de diez años, los medios no han aprendido. Dos personas que viven exactamente en la misma ciudad, merecen calificativos distintos porque, en realidad, todos lo sabemos, no viven en la misma ciudad. Unos viven en la ciudad por la que pasean los directores de los medios. Los otros, seguramente, moran en una zona rural.
La exotización de todo lo que viva a más de 5 kilómetros de mi casa es una característica esencial del limeño.
Por ejemplo, esta imagen de Daniela Barrios se ha viralizado en varios textos que intentan defender lo que fue, claramente, un acto irresponsable y fuera de la ley. «Perrear hasta morir», reivindican. Es el otro ismo: el paternalismo. Gente que romantiza cualquier actividad que incluya una manifestación «popular». Todo lo que salga del «pueblo» –están a punto de decir «pobladores»– es correcto y criticarlo te convierte en un clasista. En realidad, simplemente están exotizando lo que no conocen. Han declarado que todo lo que está fuera de la «Lima Moderna» es territorio del «buen salvaje». Como dice León Moya, ese paternalismo es solo la otra cara del clasismo: infantiliza a los ciudadanos y los libera de responsabilidad.
¿A qué viene todo este repaso? A que el economista Soto ha basado toda su carrera en explotar esa desconexión. Él va donde las élites –políticas, económicas, mediáticas– y les explica que él entiende lo que ellos, en sus burbujas limeñas, no entienden. A los otros. A los exotizados. A los ambulantes, en los 80 y 90; los indígenas amazónicos, en los 2000; los mineros informales, en los 10… en fin. Sea quien sea ese «otro» que aterroriza a los vecinos de Lima Moderna, él está allí de traductor. Miren:
Pero él no es solo el traductor, él es el evangelizador. El extirpador de idolatrías con apropiado nombre de conquistador. Él es capaz de «convertir» a Antauro Humala o quien sea el cuco de turno. Si las bailarinas del entierro representaran alguna amenaza a los intereses económicos, ya lo tendrías armando una teoría paternalista al respecto.
No se confundan. El punto de esta columna no es Hernando de Soto, sino de la necesidad que cubre gente como él. Como los ya olvidados «Cono-Tours» que organizaba Arellano para que sus clientes se vayan de Safari al Megaplaza o los «Tours Etnográficos» de la Pacífico para que sus alumnos conozcan Lima Norte. Todo esto –desde la influencer que cree que Comas es rural hasta el líder de opinión entusiasmado con Soto– te habla de una sociedad profundamente fragmentada, con una élite que no solo ignora lo que pasa fuera de Lima, ojalá fuera solo eso, ni siquiera tiene una idea de qué ocurre al otro lado de la Javier Prado.
Hay varios elementos ecualizadores de una sociedad. Uno de ellos suele la representación mediática: la exposición normalizada, equilibrada y sostenida, en los medios, de expresiones de los distintos sectores de nuestra sociedad. Sobre eso, mejor ni hablar para no llorar. Otra: el transporte público, donde realmente confluyen todas las sangres. Lo mismo se puede decir de la educación pública de calidad. O de la salud pública. Pero ninguno de estos tres factores ecualizantes realmente existen en el Perú. No hay espacios de confluencia, lugares a los que todos, sin importar de donde venimos, terminaremos yendo. Hasta nuestro futuro se fragmentó: por eso unos tienen ONP y otros AFP. Ni siquiera eso tenemos en común.
Un país, nos guste o no, necesita de sus élites. Estas manejan no solo la economía sino también las narrativas que se terminan instalando. Y si algo ha demostrado la pandemia es que comparten el mismo país con todos los demás. Aislarse en sus burbujas ya no es una opción. Tienen que irse dando cuenta de que, más que safaris urbanos o extirpadores de idolatrías, necesitan empezar a construir las estructuras que les permitan no solo «conocer» ni «entender» el Perú, sino, más importante: vivirlo.