La mítica parábola balbuceada por Pedro Castillo describe a la perfección el estado de su gobierno, de la protesta y del país.
En julio de 2021, ya como presidente electo, el profesor Pedro Castillo recibió una condecoración por el Día del Maestro. En su discurso, el homenajeado intentó deslumbrar a su audiencia con un cuento simplón sacado de libros de autoayuda.
El torpe resultado se volvió un meme.
Esta semana –en medio del caos y desconcierto de estos días–, una versión musicalizada por Tito Silva Music devolvió el incidente a la palestra y nos brindó un ratito de catarsis. Al mejor estilo de su protagonista emplumado, la inescrutable historia, que parecía muerta y olvidada, cobró nueva vida. No estaba muerta, estaba viva. ¿O era al revés?
Pasemos a otra historia: el 5 de abril. La manifestación más grande en la capital desde quién sabe cuánto. Ni las más marchas fraudistas originales ni –mucho menos– las vacadoras tuvieron tanta asistencia. A pesar del agotamiento generalizado de los limeños ante la política y del desgaste de las figuras opositores, el pollo, perdón, la calle, estaba viva.
Cuatro días después, una nueva marcha solo convocó a Lourdes Flores y la Resistencia.
Resulta que el pollo de la calle limeña no estaba tan vivo, después de todo.
En el resto del país, la cosa es distinta. Transportistas y agricultores, para empezar, le revientan la calle al gobierno. No necesariamente piden la salida de Castillo (algunos sí), pero sí tienen todos en común la frustración con un presidente que, cuando candidato, les ofreció lo que ellos querían escuchar.
Debido a que el pollo presidente tiene como principal y única agenda mantenerse vivo y no muerto, el gobierno parece estar cediendo hasta en reducir impuestos como el ISC y el IGV (cuando hacía solo unos meses su plan era precisamente incrementar la carga tributaria). Pero una estrategia así tiene límites. El de la realidad, para empezar. El gobierno puede ceder y ceder ante cada nuevo paro hasta que la cantidad de paros o de cesiones sea inmanejable.
De continuar por esa carretera, el pollo del gobierno no lo sabe, pero ya está muerto.
Mientras tanto, el pollo llamado Perú sigue vivo, planea a dónde escaparse en Semana Santa, compra entradas para Daddy Yankee, sueña con ir a Qatar.
La nueva normalidad es la anarquía y pareciera que la cosa marcha a pesar de todo. Pero es cuestión de rascar un poco y tienes caída de la vacunación, colas insólitas para cada vez más trámites, aumento del costo de vida, éxodo masivo de la tecnocracia y, quizás lo más preocupante (porque reconstruirlo tomará años), degradación del aparato público a niveles ochenteros.
De eso –perdonarán el lugar común– no se vuelve.
De continuar como vamos, nos estamos arriesgando a ejercerle un daño sin retorno a nuestro país. Las islas de eficiencia del Estado peruano están reventando una tras otra. Con cinismo, muchos dicen que nada puede estar peor a como estaba antes. Debe ser gente que no ha vivido en el Perú.
Hay muertes y muertes. A veces, los síntomas de la degradación no se ven a simple vista. A veces, googleaste mal y crees que tienes una enfermedad que no es real. Hay mucha gente con el diagnóstico equivocado, en especial en ambos extremos. Lo que deriva de una discusión bizantina alrededor de la cura necesaria. Unos creen que hay que amputar al presidente. Otros, al Congreso. La mayoría, a ambos. El problema es qué viene después. Cómo suturas el corte. Cómo te aseguras que la gangrena no vuelva. Cómo saber si después del corte el pollo se recuperará o, ay, seguirá muriendo.
Algunos dirían que la solución está en lo que el maestro de la fábula original le dijo al niño, cuando este lo desafió a que le diga si el pollo que tenía entre manos estaba vivo o estaba muerto.
– Muchacho, la respuesta está en tus manos.
Lástima que la realidad no se ajuste a las respuestas fáciles de la autoayuda.