El Perú se encuentra ante un escenario sin salidas ideales.
Las salidas ideales son las que hablan del fortalecimiento de la esfera ciudadana y el establecimiento de consensos mínimos. Un pacto amplio de salvación nacional. Todo muy bonito desde la teoría política. Alucinar este camino es ignorar que una amplia gama de mafias –desde las magisteriales hasta las policiales, pasando por las del transporte o de las universidades, y tantas más– han tomado el control del Ejecutivo y el Legislativo.
Así, solo nos quedan dos tipos de salidas: las reales y las realistas.
Las salidas reales pueden ser múltiples, de todo tipo, y el Perú es suficientemente generoso en su impredictibilidad como para intentar siquiera adivinar cuántas y cuáles podrían ser. Ante nosotros se abre una infinidad de caminos. Uno de ellos perfectamente puede ser una abulia mayoritaria, la modorra indiferente de aquel que ve un saqueo y se encoge de hombros. Pero también, por supuesto (y un vistazo a nuestra historia eleva sus probabilidades), están los escenarios violentos y autocráticos. El multiverso es real. Lo único que está garantizado, debido a la fractalización del espectro político, es que, sea cual sea, siempre habrá un enorme segmento irritado.
En cambio, las salidas realistas son aquellas que minimizan los costos inevitables. Allí tenemos pocas opciones. Y no son las mejores. No puedes frenar en seco sin pagarle peaje a la inercia. Pero puedes maniobrar para evitar estrellarte con un poste o reventar el carro contra el asfalto. Y, tal como va la cosa, lo mejor que se puede hacer es apagar el motor. Resetear todo, si quieren ponerse millennials. Apagar y prender.
El problema principal, Pedro Castillo, debe apartarse o ser apartado. Todo, siempre dentro de la legalidad. ¿Y luego? Su sucesora, Dina Boluarte, no puede quedar a merced de este Congreso. Las fuerzas que dominan el Legislativo defienden los mismos intereses que Castillo y su entorno. Solo que ellos serían mucho más difíciles de ajochar (tienen algo que Castillo no: a los poderes fácticos).
La presidenta Boluarte, por tanto, debería convocar a elecciones generales de inmediato. Sí, competirían las mismas fuerzas políticas que ya tenemos, pero ese será un problema para el Perú del 2023. Ahora mismo, lo único que nos queda es tratar de evitar que el carro termine de volcarse.
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Hoy se van a publicar varios textos de gente a la que El Comercio le ha pedido opciones para la salida a esta crisis. Aproveché para mandarles parte de la calumnia de hoy.
Esto es lo que creo como opción ante esta emergencia. Puede que suene irresponsable para con el Perú del 2023, pero no tiene por qué serlo. Un reseteo tendría que generar un impulso dentro de la sociedad civil para pelear por lo que debería ser la prioridad número uno:
LA REFORMA POLÍTICA
En el mercado electoral, lo que tenemos ahora mismo es un enorme problema de oferta. Las opciones son todas nefastas. Esto se debe a que las reglas de juego están mal diseñadas. Incentivan el copamiento mafioso y la fragmentación. Si ocurriese el reseteo, solucionar esto tendría que ser la prioridad.
Dejarle todo al Perú del 2023 implica prepararnos para ese momento: el de la reforma política.
Suena iluso pretender que este será un reclamo masivo. Es iluso. Pero no quedan demasiadas alternativas. Al menos, podríamos decirle a las futuras generaciones que lo intentamos. Pero alguien tiene que intentarlo. Y para que pueda intentarlo, no pueden estar en el Congreso ni en el Legislativo los que están ahora.
(Aquí, algunos dirán: entonces de una vez una Constituyente. Suena lógico. Pero si quieres ir por ese camino primero tenemos que asegurarnos que quienes vayan a diseñar esa nueva Constitución no sean las mismas fuerzas que dominan ahora. Antes de construir la casa, asegúrate de tener un buen arquitecto.)
¿Quién se va a movilizar por una reforma política? Entiendo el desgano y el agotamiento de estar viviendo como estamos viviendo desde que Keiko Fujimori se negó a aceptar su derrota en 2016. Pero ese desgano y agotamiento nos han traído hasta aquí. Quizás el trauma de estos días incentiven a los mejores a organizarse y tratar de rescatar el país.
No lo sé.
No lo creo.
Pero me gustaría creerlo.
Al menos esa es una esperanza. Es más de lo que tenemos ahora.
Es posible que estemos viviendo la crisis más grave desde la guerra con Chile. El 0,66% de peruanos han muerto durante la pandemia. Hemos tenido seis presidentes en seis años. Cada reforma –cada pasito adelante– de los últimos veinte años se encuentra bajo ataque. Una mancha de cientos de kilómetros de petróleo golpea nuestras costas. Pero esta vez no es culpa de un enemigo externo –y tampoco uno interno, como Sendero Luminoso–, esta vez el Perú está colapsando bajo el peso de su propia podredumbre.
Necesitamos asimilar la gravedad histórica, casi ontológica, de lo que está ocurriendo. Y necesitamos que la gran mayoría desideologizada se involucre. Y necesitamos que los mejores se la jueguen.
Y necesitamos ganar tiempo.
Necesitamos que se vayan todos.