¿Es Vladimir Cerrón una mente estratega que va dos pasos delante de sus adversarios debido a su notoria formación política o se trata, más bien, de un enajenado incapaz de interpretar la realidad gracias a sus anteojeras dogmáticas y recalcitrantes?
Ambas versiones de Vladimir circulan en los medios casi desde el momento mismo en el que se hizo inminente que Perú Libre pasaría a segunda vuelta. En ocasiones, ambas terminaban siendo esgrimidas una después de la otra, por las mismas personas.
Un caso literalmente ilustrativo es el de los caricaturistas de los diarios. Aquí pongo a Andrés Edery asumiendo una versión y a Carlín asumiendo la otra. Pero si buscamos en sus archivos, con seguridad veremos a cada uno interpretando a Cerrón de maneras diametralmente opuestas a las mostradas aquí.
Y en ambos casos tienen razón. No es que la verdad esté en un punto intermedio entre las dos versiones. No. Es que ambas son ciertas a la vez. Por ahora. Veamos:
No le falta razón a Vladimir cuando intenta enrostrarle a Castillo que «gracias a sus propuestas primigenias« llegó a Palacio. Aunque hay que matizar esto. Lo correcto sería decir que gracias a ellas, Castillo pasó al balotaje.
En esa suerte de Juego del Calamar que fue la primera vuelta, el discurso de clase fue crucial para que la candidatura del lapicito no permaneciera «confundida en el tumulto representativo«, para seguir citando al ideólogo. Es decir, le permitió presentarse como algo realmente distinto, a diferencia de otras candidaturas (Lescano, Verónika) cercanas ideológicamente pero que nunca se animaron a plantear una ruptura clara con el establishment.
Cuando Cerrón presume del éxito de su programa y se queja de que Castillo se haya derechizado/caviarizado, está pensando en ese logro, innegable. En el triunfo electoral (aunque se haya conseguido con un escuálido 11% del padrón) conseguido a través de una estrategia marxista clásica. Pocas cosas más clasistas –en el sentido izquierdista del término– como «no más pobres en un país rico».
Y le funcionó.
En un país con tres crisis simultáneas (sanitaria, económica, política), el análisis marxista le permitió apelar a un sector frustrado una y otra vez y en búsqueda perpetua de representación.
Pero, como toda teoría de la interpretación de la realidad, el marxismo clásico es una herramienta efectiva en ámbitos muy acotados. Como vimos a partir de la segunda vuelta, la política no es solo análisis de clivajes o la capitalización electoral de ellos.
Se requiere, por ejemplo, cuadros. Militantes capacitados en distintas áreas que, aunque sea, parezcan ser solventes en temas prioritarios para la gente.
La clamorosa ausencia de cuadros en Perú Libre se hizo evidente en su patética participación en el debate de técnicos. Luego, vino el drama de los múltiples equipos de gobierno; el desgastante suspenso de la formación del primer gabinete; la pérdida de la Mesa Directiva y de las comisiones más importantes del Congreso; el desfile de retrocesos, desmentidos y excusas; la pléyade de altos nombramientos de improvisados patentes o incapaces confirmados…
Todo, distintas manifestaciones de un mismo fenómeno: el lapicito no solo no tiene gente capacitada para gobernar sino que ni siquiera tiene gente capaz de pelear de manera eficaz en la cancha política. El único cuadro formado por Cerrón resultó ser Cerrón mismo.
Echemos un ojo a las últimas semanas: los mejores cuadros del lapicito no son «militantes natos«. Ni Dina Boluarte ni Bettsy Chávez ni siquiera Guillermo Bermejo vienen de la cantera perulibrista. ¿Y luego… quién queda? Cualquier impacto que podía haber tenido Guido Bellido procedía de su puesto en la PCM, hasta tal punto que –una vez renunciado– todas sus pataletas y amenazas han sido recibidas con una indiferencia proporcional a la irrelevancia del personaje.
¿Cómo gobiernas si no tienes gente?
Por esto es que, después de tantas cavilaciones y choques de realidad, Castillo entendió que el cerronismo no le aportaba nada y le restaba casi todo. Tanto en el Ejecutivo como en el Congreso.
Es posible que Cerrón sea consciente de esta limitación. De la precariedad de sus cuadros. De su orfandad técnica. De su improvisación en el quehacer político.
Eso explicaría su radicalismo irreductible. Cuando aún era parte del gobierno, no podía darse el lujo de ceder ni medio milímetro en sus dogmas. ¿Por qué? Porque sabía que un partido como el suyo no podía sostener un gobierno. Así, ante los dos escenarios más probables (vacancia de Castillo o ruptura con el gobierno) tenía la coartada perfecta: todo es un complot de la derecha.
O sea, vistas su condiciones materiales y humanas, ceder no le aseguraba evitar ninguno de los dos escenarios. En cambio, no ceder le aseguraba, por lo menos, una excusa.
Con la narrativa de haber sido derrotados, una vez más, por los limeños/la derecha/los blancos, Cerrón culmina su breve paso por el gobierno sin haber perdido a sus bases originales. Esto, comparado con los partidos gobernantes anteriores, ya es un logro.
Perú Libre parece haber sobrevivido a la experiencia de ser partido de gobierno. Mal que bien, eso no lo pueden decir ni Perú Posible ni el Apra ni el PNP ni PpK. Ahora ya puede volver a tentar metas más apropiadas para organizaciones como la suya: las elecciones regionales del 2022. Solo allí sabremos cuál de los dos Cerrones era el real. Si el estratega que acarició el poder o el fanático que perdió la oportunidad. Solo entonces se se abrirá la caja y veremos, de verdad, si el lapicito está vivo o muerto.