Hay una línea conductora que va desde el último tuit impublicable de Trump hasta el tradicional desayuno peruano de secuencias interminables de atropellos y violaciones en los noticieros matutinos.
Esa línea se llama Gente Que No Entiende Su Negocio ™.
¿De qué demonios estoy hablando?
Creo que para llegar a Trump primero vamos a tener que dar un par de pasos atrás. Así que este post va a tener dos partes.
Permítanme aquí –primero– hablar un ratito de un negocio llamado periodismo.
Porque sí, el periodismo es un negocio. Es una actividad que necesita recursos para sostenerse en el tiempo. Piensen en eso cuando hablen de libertad de expresión. Sobre todo cuando hablemos de libertad de expresión en un contexto pre-Internet. ¿Era la libertad exactamente de quién para expresarse? Podías expresarte en la mesa del almuerzo o en un bar con tus patas… pero esa libertad de expresión, aunque valiosa, no es suficiente. Necesitas una libertad de expresión masiva.
Para que sea masiva, los periodistas tenemos –teníamos– una cadena de trabajo bastante sencilla:
a. Recoges información (1).
b. Transformas (1) en un producto comunicativo (2).
c. Emites (2) desde una plataforma accesible por terceros (3).
El negocio, como sabrán, tradicionalmente ha estado en (3), es decir, en la audiencia. En el modelo tradicional, tú no vendes información, vendes audiencia. Tus clientes no son (3), tu vendes (3). La cantidad y calidad de (3) determina quiénes son tus (verdaderos) clientes, es decir, tus anunciantes.
Imaginen que los medios masivos son un gran mercado. Las marcas van a ese mercado y eligen qué (3) se quieren llevar. Peugot, por poner un ejemplo, va a preferir comprarle a RPP y no a Exitosa porque les conviene más el público de RPP.
Muy bien.
Estoy súper simplificando aquí pero creo que se capta la idea de cómo es el modelo de negocio de un medio masivo.
Mejor dicho, como era.
Este modelo de negocio parte de un supuesto: que no cualquiera puede replicarlo. Para ponerlo en términos marxistas: que no cualquiera tiene acceso a los medios de producción del negocio de la comunicación. No cualquiera tiene la plata para lanzar un periódico o administrar un canal de televisión, que son los mecanismos por los cuales cosechas (3).
Desde hace más de diez años esto ya no es así. Los medios de producción se socializaron, para seguir con Marx. Literalmente. Tan literal que herramientas que permitieron esto se llaman redes sociales.
¿Qué implica esta socialización? Que cualquiera de nosotros puede insertarse en cualquier paso de la cadena. Todos llevamos en nuestro bolsillo un aparatito –que vestigialmente aún insistimos en llamar teléfono– que nos permite recoger (1) cualquier tipo de contenido, transformarla (2) en un tuit o post o video y subirla (3) a Twitter, Instagram, Telegram o lo que sea que esté de moda.
Es decir, hoy, un chico de 17 años, en cuestión de segundos, puede hacer exactamente lo mismo que le tomaba semanas producir a Genero Delgado Parker o Vladimiro Montesinos, por hablar de nuestros dos broadcasters más importantes.
Esta revolución ha ocurrido tan rápido que muchos no han tenido tiempo de adaptarse. Siguen aferrados a una fantasía en la que si continúan haciendo lo mismo que les sirvió para tener ratings históricos en los años 90, al menos podrán aminorar la inevitable caída.
Por eso seguimos teniendo el periodismo televisivo que seguimos teniendo. Ya saben: desayunos con atropellos y violaciones.
Y, por eso mismo, cuando Magaly se burlaba de Gisela diciéndole que tenía 6 puntos de rating, no imaginaba que, años después, ella misma terminaría celebrando como un gran logro esos mismos 6 puntos.
Para poner en contexto: 6 puntos de rating son unas 600 mil personas. Es bastante, sí (ese es –aún– el poder de la tele). Pero 600 mil views no son un problema de alcanzar para Josi, nuestra estrella local de TikTok, con una transmisión en vivo.
¿Entonces cuál es el negocio de un medio masivo ahora? Muy sencillo: producir cosas que no puedan ser imitadas por cualquier celular. Por eso estamos en la era dorada de la televisión: el nivel de producción de un capítulo de The Crown es imposible de replicar solo con un celular. Ni con veinte. Este, también, es la origen de la era de las franquicias cinematográficas: no cualquiera posee los derechos de Marvel o de Star Wars. Películas buenas, hay muchas, las puede hacer cualquier estudiante de cine que invierta un poco en equiparse. Películas de Spider-Man, en cambio, solo Sony, baby.
En nuestra tele local sí hay gente que ha entendido esto. En las áreas no-periodísticas, claro. Los programas concurso y los realities funcionan porque no cualquiera puede fichar a Tony Succar como jurado o explotar en vivo los talentos y miserias de gente extremadamente hormonada. Para eso necesitas –repeat after me– medios de producción.
Para grabar el video de un cadáver tirado en la Vía Expresa, en cambio, solo necesitas un celular.
Y, sin embargo, nuestra tele insiste en que se necesita un chofer, un camarógrafo, un reportero, en (1); unos editores y productores, en (2), y un set de televisión, con presentadores incluidos, en (3).
Es gente que no entiende su negocio.
No entienden que el periodismo no es como el resto de contenido comunicativo. A diferencia de absolutamente todos los demás rubros de la comunicación, el periodismo lidia con «la verdad» o «la realidad», una materia prima que es, por definición, improducible. Es decir, no la podemos generar. La tenemos que recoger.
No entienden que, en teoría, literalmente todo el mundo está generando «contenido» que registra la realidad y que lo hacen gratis y que muchas veces lo hacen mejor que nosotros.
No entienden que, en el periodismo, hemos pasado de una economía de la escasez a una economía de la abundancia. Antes, producir contenido estaba reservado a una élite. Ahora es todo lo contrario. Hay un huayco incesante de «información».
No puedes ponerte a competir contra ese huayco, pero eso es precisamente lo que están haciendo. Por eso los noticieros tienen segmentos de «lo mejor de YouTube» o las webs de los diarios construyen notas de 5 mil caracteres para reportar un tuit de un famoso. El periodismo ha cedido ante las reglas de juego impuestas por Silicon Valley.
Y eso, en la práctica, es una forma de censura. Los medios masivos, aterrados por la migración de su público hacia plataformas más adictivas, pretenden competir con ellas entrando en un terreno ajeno, en el que de todas formas van a perder.
Y peor aún: validando las estrategias de negocio de Silicon Valley, que son las que nos tienen enganchados a contenido no solo inútil, sino dañino.
El rol el periodismo debería ser distinto. No de altavoz, sino de filtro. Pero ese es otro tema. Ustedes vinieron aquí para saber qué demonios pinta Trump en todo esto y si lo que le han hecho es censura o no. Pero este post ya esta muy largo. Me he prometido tratar de ser más conciso por aquí.
Mi punto en esta primera parte es este: que la libertad de expresión es indesligable de los mecanismos de producción de los actos comunicativos. En la medida que entiendas cómo hacer sostenibles económicamente esos medios de producción, puedes tener contenido de calidad. Si no entiendes el modelo, tienes un par de opciones. Te puedes ir a lo fácil, a lo que te permita patealear aferrado a un salvavidas unos años más. O puedes hundirte. En ambos casos, pierde el público que espera –que necesita– ser informado.
Tengan esto en cuenta la próxima semana, cuando sigamos con este post.
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