En la película ‘The Truman Show’, un hombre llamado Truman es filmado toda su vida sin su consentimiento para crear un tipo de reality show permanente. Una audiencia a nivel mundial se encariña con su vida ordinaria y sintonizan a diario para verlo. No es un atleta ni una estrella de cine sino una persona normal cuya vida simplemente todos pueden presenciar. Dentro del show que es su vida, los demás personajes que sí están interpretados por actores casualmente promocionan productos ya que son los ‘comerciales’ del ‘programa de tv’ que es su vida. Eventualmente, esta disonancia tan extraña le ayuda a darse cuenta que se encuentra en un mundo ficticio y arriesga hasta su propia vida para tratar de huir.
La historia de Luis Soto es más o menos lo mismo pero al revés.
El nacimiento del anti-influencer
El mundo de las redes sociales se ha salido totalmente de control. Hace tiempo, ya. Aunque la Internet comenzó como una plataforma en la que la gente podía exhibir y compartir sus ideas (y muchos lo hacían de forma genuina), hoy en día es un campo minado de publicidad y contenido específicamente diseñado para hacernos consumir productos o tratar de convencernos de algo. Entre fake news e influencers que a menudo parecen sacados de un mismo molde, a veces es difícil diferenciar un consejo genuino de una publicidad engañosa. A pesar que en Perú existen leyes de competencia desleal que penalizan a influencers que crean contenido publicitario sin precisar que se trata de publicidad, ¿quién sabe si ese cheesecake que se está comiendo tu influencer favorita no vino gratis “a cambio de un poco de exposición”?
Fue en el contexto de este panorama de terrible desconfianza digital que apareció una personalidad de Internet distinta a todas las demás. Un chico común y corriente, sin cuerpo de esteroides ni looks extravagantes. Sin aventuras extraordinarias ni hábitos de consumo imposibles de imitar. Desde su departamento sin lujos o vista al mar, Luis Soto narra la cotidianidad de su día a día. Prepararle el almuerzo a su esposa ‘la Chinita’ antes que ella salga a trabajar, hacer ejercicios en la sala, almorzar mientras ve sus series de Netflix (sin hacer una reseña ni nada por el estilo), trabajar en la laptop (las famosas cotizaciones), su siesta de 10 minutos y el resto de su rutina absolutamente repetitiva pero a la vez enternecedora.
A pesar que en teoría este tipo de contenido suena aburrido, en la práctica era extrañamente encantador y pronto empezó a acumular un número significativo de seguidores. Fans de la familia Soto Quispe dejarían comentarios alentadores, pendientes de los gestos de amor de Luis a su Chinita, tratando de adivinar qué serie veían en Netflix o preocupados cuando sucediese la mínima ruptura en sus rutinas (“¿Por qué no tomaste siesta de 10 minutos hoy? ¿¿¿Todo bien???”).
Seguir las no-aventuras de la familia Soto Quispe fue como ver el nacimiento del anti-influencer. En vez de personajes promocionando un estilo de vida consumista o espiritual, que compremos tal producto o dejemos de tomar tal pastilla psiquiátrica, teníamos un personaje que no nos hacía el clásico ‘llamado a acción’ del marketing digital. Era un gran nuevo aliento a pesar de ser sólo tipo normal documentando su día a día.
Pero, por supuesto, las cosas buenas nunca duran.
El éxito del contenido a veces también puede ser su propia derrota. Mientras la familia Soto Quispe fue creciendo en vistas y exposición, la noción de que su plataforma podría ser usada para publicidad también fue volviéndose más notoria para distintas marcas. Lo que comennzó como un par de menciones casi sutiles sobre cómo iba a aprovechar el ‘Cyber Monday’ para comprar una nueva olla arrocera o cosas así, rápidamente se fue convirtiendo en una serie de campañas y comerciales evidentemente guionizados y pagados por empresas.
Una raya más al tigre
Obviamente no tiene nada de malo que alguien busque utilizar sus plataformas para lucrar. Tan sólo contando el tiempo que requiere filmar y editar un video justifican que se pueda considerar un trabajo remunerado y por eso desde ese ángulo es imprudente siquiera tratar de criticar a Luis Soto. Lo trágico de la inclusión de publicidad en este contenido específico es que solía ser uno de los pocos oasis que existían de contenido peruano no publicitario ni político.
En épocas en las que la salud mental peligra por el uso de redes sociales, es usual compararnos a nosotros mismos con el consumo excesivo de los personajes que vemos. Luis Soto representaba la celebración de la cotidianidad y probablemente la mayoría de sus seguidores hayamos sentido en algún momento el alivio de tener una personalidad con la que nos podamos comparar de manera realística. A nosotros, igual que a Luis, a veces nos da pereza trabajar. A nosotros, al igual que Luis, nos gusta recalentar el chaufa y comer mientras vemos series malazas junto a nuestra pareja después de estar en pijama todo el día.
El contenido de Luis ha cambiado un poco desde aquellos buenos días (el año pasado), y ahora lo vemos participando de eventos corporativos, promoviendo el consumo de productos (con fotos que dejen ver claramente la marca), actuando en comerciales e incluso últimamente celebrando el hecho de aparecer en un panel publicitario.
Según una entrevista de Luis Soto al diario La República hace poco, parece ser que siempre tuvo una vocación por la actuación y su meta es conseguir papeles en teatro o pantalla chica. Ojalá lo logre pronto, porque mientras la publicidad va tiñendo su contenido, la genuinidad de este se va desvaneciendo.
Ahora cada vez que promociona un producto es natural cuestionarse si lo hace de veras o porque le pagaron. A veces el posicionamiento no es muy sutil y es como si se quebrase la realidad por un momento. En un clip, por ejemplo, mientras Luis narra casualmente su mañana, de la nada saca un panetón de marca Gloria para prepararle la lonchera a su Chinita. No sólo enfoca claramente el panetón Gloria y lo usa como thumbnail del video, sino que literalmente hace mención al slogan de la campaña navideña de Gloria ‘Nuevas tradiciones’.
Ya no puedo creer que nada de lo que dice no sea una publicidad. Es bonito ver que le ha ido bien pero es triste saber que para conseguir el éxito tuvo que básicamente destruir la calidad del contenido que lo llevó allí.
Ray Ray Paprika (a) «Rafael Gutiérrez» es periodista y crítico de medios.