O por qué Dina Boluarte debería haber renunciado hace semanas.
Pocas imágenes resumen tanto estos días como la de arriba: una tanqueta emprendiendo contra una puerta de San Marcos con un cartel de «No Matarás».
La ocupación armada de la universidad más antigua de América es uno más de los tantos tabúes que se han roto en estos días. Las únicas excusas para no estar escandalizado ante esto son o la más completa ignorancia de nuestra historia o las más completa indolencia ante nuestra historia.
No tengo que explicarles aquí lo que significó la represión contra San Marcos con Fujimori o con Odría. Se los puede explicar ̶M̶i̶k̶i̶ ̶T̶o̶r̶r̶e̶s̶ esta cuenta falsa que se hace pasar por Miki Torres:
El caso es que hoy por hoy, noticias que parecían ya inconcebibles para el siglo XXI se han vuelto habituales. Y sí, la erosión de los acuerdos tácitos de nuestra democracia tiene ya años. Pero lo que está pasando en estos días es la aceleración vertiginosa de ese proceso. Lo que eran rajaduras en el dique se ha convertido en la ruptura de la represa.
Hemos pasado de desconocer resultados electorales a, en menos de dos meses, anunciar un golpe de Estado en vivo, mandar militares a asesinar ayacuchanos, orquestar una masacre en Juliaca y la ocupación armada de San Marcos.
Pero casi tan chocantes como estas noticias resulta ser el consenso entusiasta sobre su «necesidad» dentro de las élites de nuestro país.
Y por élites me refiero a gente que vive en casas con ingresos superiores a 1500 dólares al mes (Ipsos, 2021):
Sí, el Perú es un país tan desigual que ganar más de 1500 dólares al mes te vuelve A/B. Y el simple hecho de vivir en una casa en la que, entre todos, ingresan más de 3 mil dólares, te coloca en el 1% más privilegiado. Claro, como ese 1% del Perú son 300 mil personas, un montón en números absolutos, pues resulta fácil para muchos de ellos voltear alrededor, ver únicamente a otros onepercenters, preguntarse por qué demonios en Cujquito están protestando oye, espantan el turismo y, al mismo tiempo, creer firmemente que son clase media y que los pitucos son solo los blancos que van al Regatas.
Este es un orden completamente desquiciante. El 90% del país vive de migajas mientras los medios solo dan cabida a voces que representan al 10% que se benefició del Perú-Que-Avanzó en estas décadas del boom del cobre.
Bajo cualquier definición de democracia, esto no era sostenible. La democracia, se supone, es el gobierno de la mayoría. Y las mayorías, una y otra vez, en cada elección, dieron el mismo mensaje: este orden no nos sirve, no estamos contentos, que alguien cambie esto. ¿Qué pasó siempre? Que ganaba la mayoría pero, siempre, se terminaba gobernando para la minoría.
No seamos injustos. Es humanamente imposible que una persona –con partido o sin él– rompa ese orden de 500 años. Ningún presidente, de verdad, podía hacer otra cosa. Los mesías no existen. Alterar el status quo necesita un proceso largo, complejo: un consenso amplio, sobre todo, entre quienes tienen la sartén por el mango. O sea, del 1% (es más: del 1% del 1%). Pero los dueños de la sartén viven aterrados. Nacieron aterrados y fueron criados bajo el terror al 99% que un día bajará del cerro y reclamará lo que todos sabemos, en el fondo, les tendría que corresponder.
Y eso es exactamente lo que está pasando ahora.
Por eso es que para ellos, y sus voceros, cincuenta muertos no son nada.
Convenientemente, Boluarte y sus ayayeros se hacen los que «no entienden» que la principal razón de la protesta, hoy por hoy, son los asesinados. El medio centenar de víctimas de la represión policial y militar. Y lo que se exige, como reparación mínima a las víctimas, es la renuncia de la presidenta.
Dos fueron suficientes para sacar a Merino. Y, como recordó el internacionalista Oscar Vidarte, con 7 sacaron a Fernando Lugo en Paraguay, 39 hicieron insostenible a De la Rúa en Argentina, 34 llevaron a Piñera a aceptar una constituyente en Chile. La pregunta de este ránking siniestro es por qué cincuenta no son nada en el Perú.
La respuesta es porque esos cincuenta son nada.
Mejor dicho, son nadies.
Es la misma razón por la cual lo que se vivió en Chile fue un «estallido social» pero lo que está pasando en el Perú son solo «protestas«. A los manifestantes se les niega cualquier asomo de representación social, de legitimidad, de ciudadanía, y por eso se les reduce a la categoría más baja, que en nuestro país es subhumana: terroristas.
Y sí, obviamente, hay vandalismo y manipulación y radicales. Obviamente, están mal y, obviamente, deben ser reprimidos. Ese no es el punto.
Y no es el punto porque vandalismo, manipulación y radicales hay en todas las protestas masivas que hayan existido alrededor del mundo. Especialmente en los países democráticos. Lo que no suele haber en los países democráticos son medio centenar de víctimas civiles en protestas contra el gobierno. No suelen haber, como dijo Vidarte, sin que caigan esos gobiernos.
¿Saben dónde hubo una cifra peor? Adivinen: Venezuela (120).
Y esta es la principal razón por la que Dina Boluarte se debe ir: el precedente democrático. Cito a Alberto Vergara en su entrevista con Jaime Chincha. Aquí Vergara explica por qué cree Boluarte debe renunciar:
Me parece importante que quede como precedente en la democracia peruana que, cuando alguien encabezó una represión que generó cuarenta y tantos muertos, hubo costos políticos. Hubo responsables. Porque sí me preocupa que en el largo plazo, o en el mediano plazo, la sensación de impunidad que va a dejar esto en el sur peruano va a ser una fractura. Una grieta muy difícil de resanar.
Para la renuncia de Boluarte, hay razones prácticas, también: una renuncia no solo calmaría las aguas y desactivaría gran parte de la protesta; también ayudaría a que las elecciones se hagan más rápido.
Para la renuncia de Boluarte, hay razones éticas, por supuesto, que son las que exige la mayor parte de gente en la calle: no puedes matarnos y seguir gobernándonos.
Pero Vergara apunta a una razón estructural para que Boluarte se vaya: lo que está en juego aquí es la continuidad misma del consenso democrático, que pende de un hilo. Un razonamiento democrático mínimo tendría que considerar inaceptable la impunidad de una represión estatal (estatal: o sea, en representación de todos nosotros) con medio centenar de víctimas.
Medio.
Centenar.
De víctimas.
Esa tendría que ser una línea de no retorno para cualquier sociedad civilizada. Si no podemos ponernos de acuerdo ni siquiera en esto, entonces, lo único que nos queda es seguir rodando por el abismo.
Aunque, claro, para eso, el 1% que sostiene a Boluarte tendría que considerar que ese medio centenar eran humanos. Pero no. Son terrucos.