Del escándalo de Ayuso a la entrevista de Pedro Castillo: indiferencia y polarización en España y en nuestro país.
Pasa cada cierto tiempo. Alguien aparece a sugerir que, aprovechando que vivo en Madrid, comente en La Encerrona noticias españolas. No cualquier tipo, obvio, sino la actualidad política española, que parece fascinar a un sector importante del público peruano.
Mi respuesta suele ser que aquí yo soy un civil más. He reporteado algunas veces. He conocido a gente interesante. Pero no mucho más. Mi consumo habitual, cotidiano, de la coyuntura local está al nivel de un madrileño promedio y eso no es suficiente, creo, para hacer periodismo. Si un periodista no puede realizar, de manera consistente, un mejor filtro informativo que el de cualquier tuitero, pues mejor que no haga nada. Y no hago nada.
Cuando llegué aquí en el 2015 mi intención original era renunciar al periodismo, tomarme un par de años sabáticos, estudiar, leer, viajar y, ya luego, ver qué hacía con mi vida. Ya saben: they tried to make me go to rehab. Pero, apenas llegué, inevitablemente –como buen yonqui, dirían por aquí– me fijé en cuántos medios digitales existían en España: 458. Una brutalidad. En el Perú de esa época, con suerte, llegábamos a la cincuentena, incluidos medios regionales.
Pues bien: hoy, en España, son más de 2,800 los medios digitales. Es decir, uno por cada 16,000 habitantes. No solo el mercado publicitario está saturado, sino también el de suscripciones.
Y, aún así, es más o menos difícil encontrar alguno de carácter nacional que no esté abiertamente alineado con alguien. No digo con un bando o un partido, sino con incluso con un dirigente en particular. Por ejemplo, en la telenovela del momento, Ayuso vs Casado (más sobre ella en breve), es fácil identificar a una gran mayoría de los de derecha identificados con Ayuso y muy pocos con Casado. Aunque ambos pertenecen a un mismo partido, apenas estalló el cisma, a los medios les fue fácil elegir trinchera.
Como consecuencia, el escándalo de corrupción que involucra directamente a la familia de la presidenta de la Comunidad de Madrid, ha pasado a un segundo plano frente a una historia truculenta de detectives contratados por la dirección del Partido Popular (PP).
Es más, en un giro ingenioso de los spin doctors locales, al parecer el bando de Ayuso –sabiendo lo que se venía– sembró un dato falso al enemigo, lo hizo patinar y, ahora, todas las acusaciones de corrupción contra ella ya vienen manchadas de duda. Por más que sean muy sólidas y tengan meses de haber sido destapadas (eldiario.es es lo más cercano a IDL-Reporteros que se puede encontrar por aquí).
Pero me estoy adelantando.
Es hora del resumen ejecutivo.
En abril del 2020, a inicios de la pandemia, la Comunidad de Madrid hizo una compra a dedo por más de un 1,5 millón de euros de mascarillas. A seis euros cada mascarilla. La favorecida fue la empresa de un amigo de Isabel Díaz Ayuso, la hiperpopular presidenta del gobierno regional y estrella fulgurante del ala más radical del PP.
Pero no solo eso, sino que resulta que su hermano se llevó –según ella misma ha admitido– 55,850 euros de este contrato. Ayuso niega que haya sido una «comisión». Lo que en peruano se llamaría «honorario de éxito». Sin embargo, se ha destapado también –aunque casi sin rebote en la absoluta mayoría de medios– que el hermanísimo está vinculado a una veintena de otras adquisiciones del gobierno de Ayuso.
Pero en realidad lo que ha capturado la atención de España, y del mundo, es que el escándalo detonó cuando Pablo Casado, líder del PP y candidato a la presidencia, apareció públicamente con el dedo acusador. Parece haberse equivocado en detalles (el monto, el concepto del cobro), pero en esencia la denuncia es la misma que les he explicado.
Sin embargo, Ayuso ya sabía lo que se le venía. Sus medios afines denunciaron que el partido había contratado, con fondos municipales, un detective para investigarla. El alcalde, José Luis Martínez-Almeida, pertenece a la facción de Casado. Por supuesto, el alcalde ha negado todo uso de dinero de los tributos. La mayoría de medios se ha centrado en esta traición y, con el paso de los días, en cómo es que Ayuso finalmente le ha ganado el pulso a Casado dentro del PP.
¿Y a mí qué todo esto?
Si no eres del núcleo de peruanos que parece obtener buena parte de su formación política a través de canales españoles de YouTube, todo esto puede parecerte ligeramente interesante pero, a la larga, intrascendente para tu vida peruana.
No lo es.
Hay un lugar común por aquí: referirse a lo que Machado llamó «las dos Españas». No pretendo resumir por aquí siglos de historia pero básicamente lo que tenemos aquí es una sociedad muy polarizada. Todo intento de construir una tercera vía parece condenado al fracaso (el mayor fue el de Ciudadanos, que terminó marchando codo a codo con Vox).
Esa polarización no ha existido en el Perú. Las lealtades no son consistentes en la mayor parte de la sociedad. Por ejemplo, hay una mitad del país que puede perfectamente votar por el fujimorismo sin mayor problema pero que no se siente identificada con ese movimiento. A tal punto que sus dos líderes han terminado en la cárcel sin que a nadie se le haya ocurrido protestar. O sea, una mitad del país puede ser fujimorista en potencia, pero muy pocos lo son de verdad.
Y estamos hablando de la única fuerza política en haber llegado, una y otra vez, a la segunda vuelta electoral en los últimos 15 años.
Podríamos concluir así, que no existe una polarización real ideológica en el Perú.
Perdón: no existía.
Miren esta info de 50+1, sobre la base de las encuestas del Barómetro de las Américas de LAPOP:
De izquierda a derecha y de arriba a abajo tienes la evolución ideológica de los peruanos en solo seis años. Justo se cubre el periodo previo a la crisis que se inició con la primera negativa de Keiko a reconocer su derrota. Tienes 2014, 2017, 2019 y 2021. Está clarísimo allí que «el centro» –sea lo que sea– viene siendo abandonado en favor de salidas extremas. En particular, la extrema derecha ha crecido hasta casi la mitad de lo que es el centro.
Digamos que empezamos a dirigirnos a un escenario de «dos Perús».
¿Tanto así?
El partido que está en medio del drama, el PP, tiene un rosario de acusaciones de corrupción nivel Odebrecht. En una de ellas hay 14 personajes que tuvieron convenientes accidentes o suicidios (cuando llegué aquí me impresionó que no hubiera mayores teorías de la conspiración al respecto, casi ni se comenta).
Pero la corrupción no parece ser un tema sensible a nivel de electorado. Pesa mucho más la camiseta ideológica. La corrupción genera indiferencia. Con tal de que no ganen «los otros», se les puede perdonar todo. Por eso mismo, Ayuso saldrá victoriosa de este escándalo. Electoralmente, al PP le conviene conservarla: es la mejor posicionada, dentro de sus filas, para recuperar los votos que Vox se lleva.
Los peruanos ya hemos vivido varias situaciones parecidas, pero más bien de baja intensidad y resultados distintos.
Recuerdo mucho la más obvia: la negación del antifujimorismo a «creer» en las agendas de Nadine. Eso habría significado una victoria del fujiaprismo que entonces era la fuerza principal de oposición. Cualquier denuncia contra la Primera Dama –que, como Ayuso contra la izquierda, había construido su carrera sobre la base de posicionarse contra la DBA– era tomada como un complot de «la mafia».
Al final, la acumulación de pruebas de tal tamaño –y su manejo mediático tan pobre– que allí acabó la carrera política de Heredia.
La corrupción, a la larga, sí importó.
Pero empezamos a dirigirnos a un escenario en el que la camiseta pese más que la evidencia. Como en España.
Nuestra extrema derecha, que fue capaz de creer que existía un fraude, hace rato abandonó cualquier pretensión de poner a la realidad por delante de la camiseta. Es más, nuestros DBA más preclaros han pasado este fin de semana con los amigos de Vox.
Y, al mismo tiempo, Pedro Castillo acaba de ser entrevistado muy amablemente en La Base, de Público, dirigida por Pablo Iglesias, el fundador de Podemos, el partido de izquierda radical (que ya había tenido emisarios con Ollanta Humala y Verónika Mendoza).
El colonialismo no se ha ido. La política latinoamericana siempre termina siguiendo, de alguna manera, la polarizada agenda española.
Es cierto que nuestros líderes locales carecen de la sofisticación para el juego de tronos y la manipulación mediática que tienen los «barones» de los partidos españoles. Pero es posible que no necesiten eso si –eventualmente, como parece estar sucediendo– sus votantes se polarizan en una sociedad que solo sale de la indiferencia para gritarle al equipo contrario.