¿Quién cuida al perro cuando toda la familia se enferma de coranavirus? Y nuestra historia con Galita.
-¿Su perrita es sociable?
(un silencio)
-Es selectiva con sus amigos.
Por cinco años consecutivos, mi hermano y yo (ambos ya adultos) le pedíamos a mi mamá, de todas las maneras posibles, que nos dejara tener un perro. Pasaban los años y siempre obteníamos la misma respuesta. El rotundo NO de mi madre llegaba con todos los argumentos posibles. Argumentos, hay que admitir, bastantes razonables para un par de desordenados como nosotros dos. “El momento en que entre un perro a esta casa, se van ustedes”, era una de sus frases. Pero llegó la pandemia y todo cambió.
Quizás fue el encierro. El hecho que los tres, luego de años, pasáramos tanto tiempo juntos bajo el mismo techo. Quizás porque a cada argumento, le refutábamos con contrargumentos. De repente, solo se rindió ante tanta insistencia. O quizás fue la pisca necesaria de engreimiento más un soplo navideño que hizo la magia y le ablandó el corazón a mi mamá: “bueno ya, pero ustedes lo cuidan”.
Y así llegó Galita, un 27 de diciembre del 2020, el año que ninguno de nosotros olvidaremos. Piurana de nacimiento, Gala es una Jack Russel que conocimos a través de Instagram por un amigo. Su antigua familia ya no podía cuidarla por cuestiones de espacio y estaban dándola en adopción responsable. La conocimos ese mismo 27, corriendo en un parque con su vestidito navideño. La química fue instantánea.Gala, en ese entonces se llamaba Maya, no se dejaba tocar por nadie que no fueran su antigua familia. De hecho, percibimos que lo que tenía de traviesa y juguetona también lo tenía de tímida y reservada.
Pero Gala corrió y se acercó a nosotros. Nos lamió las manos y volvió a correr por todas partes, volteando a cada rato para que la siguiéramos. Esa tarde, vi el brillo en los ojos de Gianfranco, mi hermano, y supe que si no la llevábamos a casa se le iba a romper el corazón.
El fenómeno
No todo ha sido fácil con Gala. Habíamos perdido tanto de nuestras rutinas con la pandemia…adaptarnos ya había sido todo un reto, pero agregar un perro a la familia es cuando realmente todo cambia. Gala ha ido creciendo casi a la sombra de mi hermano, quién se hace más cargo de ella. Al principio, cuando él tenía que salir, se paraba junto a la puerta de la casa a solo a llorar. Poco a poco, fue dejando de este apego, siendo un poco más independiente y buscando sus propios espacios. Eso no quita que, a diferencia de otros tiempos, un perro criado en cuarentena se acostumbra más a tu presencia.
Pero Gala vino a cambiarnos la vida, y al final del día, siempre hacernos sentir mejor. Sin embargo, lo que tiene de bella, lo tiene de pendeja. Sus travesuras no dejan de asombrarnos, desde que tuvimos que remplazar la puerta de la cocina, hasta cuando nos dejó sin desayuno porque se comió los 200 gramos de jamón que habíamos dejado en la mesa.
Pero hay un aspecto importante en esta historia. Sin querer queriendo, Galita es un perrito más en la estadística de lo que en inglés han llamado el “pandemic-pup phenomenon”: fenómeno pandémico de los cachorritos. No fuimos los únicos en adoptar un perrito en pandemia; más bien ha sido un fenómeno que se ha replicado en todo el mundo. Por ejemplo, el diario The Wall Street Journal ha publicado varios artículos sobre el fenómeno de los “Pandemic Puppies”, incluyendo los beneficios psicológicos que estas mascotas tienen en el bienestar de sus dueños.
Tiene todo el sentido: los perros, más que los gatos, son animales domesticados que necesitan de mucha atención. ¿Qué mejor momento para tenerlos ahora que estamos todo el día en nuestra casa?
Una perrita en tiempos del Covis
Hace más de diez días mi hermano dio positivo en su prueba para la COVID-19. Era inevitable, con lo contagioso que ha resultado la variante ómicron, que algún día el bicho entrara a mi casa. Nos cuidamos hasta el cansancio para que no llegara este día, pero finalmente llegó.
Tres días después, yo también di positivo. Sin embargo, la diferencia entre los síntomas de mi hermano y los míos fue notoria desde el comienzo: mientras el inició con dolor de garganta, fiebre y tos; yo comencé con un pequeño fastidio en la garganta y mucosidad, nada que mis amigas las alergias no me causen ya. Luego vino mi dolor de estómago y la flema. ¿La diferencia? Yo recibí mi tercera dosis en diciembre, mientras que mi hermano aún le tocaba ahora en enero. Gracias a las vacunas, porque no me cansaré de decirlo, es que hemos tenido síntomas de una gripe que te tumba, pero que no pasa a mayores.
En lo que sí ambos coincidimos en nuestros síntomas COVID es en la fatiga. Miren que yo siempre he sido bien dormilona, pero lo que he dormido esta semana ha sido algo increíble. De hecho, no logro diferenciar muchos estos días de la semana. Todo se ha ido entre estar en cama, trabajar un poco, escuchar a mi hermano toser desde mi cuarto, hablar por videollamada con mi enamorada, dormir, contestarle a Marco, volver a dormir… y apagar la televisión porque ya me estoy quedando dormida otra vez. Todo ha sido un blur…hasta que el viernes que se fue esta especie de entumecimiento. Ya me siento presente.
Precisamente, este cansancio causaba nuestro problema más inmediato: qué hacer con Gala. Mi hermano no paraba de toser y yo me sentía cansada todo el día. Claramente, no podíamos sacarla a la calle, pero ella en promedio sale tres veces al día a correr, mear y hacer caca. ¿Y si la llevamos a un hotel para perros?, planteamos el domingo pasado.
Llamé entonces a un par de hospedajes para perros.
-¿Su perrita es sociable?
Nos quedamos en silencio un rato.
-Es selectiva con sus amigos.
Dudamos en qué tan bien se adapataría Gala estando sin nosotros. De hecho, no es que Gala no sea una perra sociable. En el parque juega con otros perros, los persigue y les huele el poto como cualquier perro de bien. Pero el haber crecido encerrada, con humanos todo el tiempo a su costado, tiene sus claras consecuencias. Por ejemplo, antes de acercarse a un perro lo mira juiciosamente. De hecho, no se acerca a muchos perritos. Cuando otros perros vienen o se acercan a saludarla, Gala se esconde entre nuestras piernas. Mi hermano dice que es tímida. Y lo es cuando cruza la reja del edificio, pero dentro de la casa, Gala es hiper sobre protectora. Aquí sí te ladra si no te conoce, porque esta es su casa. Y nosotros sus humanos. Perra pandémica, pandemic pup.
Llegó el lunes y Gala se levantó a dar su rutinaria vuelta por toda la casa. Corrió por toda la sala y subió al segundo piso. Generalmente le encanta quedarse en el segundo piso, donde sabe que puede robar comida. Pero ese lunes fue diferente. Ni siquiera tuvo que botarla mi mamá de la cocina (otra rutina que tienen entre ellas). Gala recorrió la casa en apenas un minuto, meo, y volvió a la cama de mi hermano, echadita a su costado. Él tumbado con fiebre, Gala a su costado, con su carita entre sus patas.
Nos alertaron que los perros pueden contagiarse de COVID. De haber sido ese el caso, lamentablemente ya era demasiado tarde: mi perrita, que es la sombra de mi hermano, había estado expuesta al igual que todos nosotros. Abrimos todas las ventanas, y cada uno se encerró en su cuarto.
Y así pasaron los días: Gala, turnándose de cuarto en cuarto, echándose entre nuestras piernas, durmiendo con las patas estiradas al pie de nuestras camas. Sentándose desde el sillón vigilando cada una de nuestras puertas. Elijo creer que Gala entendió que estábamos enfermos, siempre acompañándonos, no pidiéndonos salir a la calle como siempre nos pide. Elijo creer que no podíamos mandarla de campamento perruno, que ella quería estar aquí cuidándonos.
Eso sí, siguió haciendo travesura y media. Nos dejó sin pan un par de mañanas. Tumbó tasas, siguió rompiendo y mascando papel higiénico…pero Galita estaba aquí cuando abría los ojos de ese sueño que te tumba llamado COVID.
Gala nos escogió y nosotros la escogimos a ella. Nuestra perrita pandémica, gracias.