Una reflexión sobre por qué no somos nuestro trabajo y lo que nos ha traído el agotamiento pandémico.
¿Cuánto falta para Navidad? Cae sábado, ¿no? Entonces no sirve de mucho. Feriado que cae fin de semana ni debería llamarse feriado.
Ya. Seamos más positivos. Al menos tendremos un día libre para comer pavito, para pasarla en familia; una nueva oportunidad para recibir un nuevo juguete de Toy Story y cuidar al perro ante tanto ruido pirotécnico. Ya. Pero estamos en Perú. ¿Cuáles son las probabilidades que nuestra querida coyuntura política nos regale (otra vez) una bomba navideña? Altas. La otra vez tomé una siesta luego de almorzar y me levanté con un ministro menos y una nueva variante del COVID-19. Es más, mientras termino de escribir esta columna, nuestro querido Congreso ha aprobado un retroceso contra la reforma universitaria.
Pero no estoy escribiendo estas líneas para que perdamos todos el espíritu navideño a causa de nuestra precariedad política, pues, al fin y al cabo, con esta convivimos todo el año. Quiero que sea navidad, porque quiero simular, así sea de mentira, que puedo descansar. ¿Alguien más quiere que lleguen las fiestas para sentir que ha terminado algo? Para marcar el check que logramos sobrevivir un añito más?
Se viene un nuevo año, y ni tan distinto porque tendremos que seguir conviviendo con el virus. Si bien las vacunas nos dan más seguridad, aún falta mucho para ganarle a este bicho que no para de mutarse.
Pasan los días de diciembre y nos acercamos más a cumplir dos años viviendo en pandemia. Trabajando desde casa. Mandando un mail mientras cocinamos, mientras suena el teléfono, mientras pagamos la luz por internet, mientras buscamos dos horas de paz para terminar de escribir el documento. Tomándonos breaks entre que ordenamos la casa, paseamos al perro y atendemos los pendientes. Dos años viviendo y trabajando en pandemia. Los límites entre trabajar y vivir cada vez más invisibles.
Dentro de todas las consecuencias sociales y psicológicas que han cobrado más relevancia con la pandemia, esta me aterra: lo mucho que nos refugiamos en nuestro trabajo. Esta culpa de querer ser productivos todo el tiempo. De ni siquiera pensar que podremos descansar en un día festivo. ¿Nos hemos vuelto más adictos al trabajo, más acostumbrados al caos? ¿El estrés es mi nuevo Grinch?
Mi nombre no es mi trabajo
Dicen que una red flag es que nuestra personalidad sea nuestra profesión. No somos sólo lo que trabajamos. Sin embargo, es indudable que nuestro trabajo se convierte en una parte importante de nuestra identidad. De hecho, una de las primeras preguntas que solemos intercambiar con una nueva persona es: «¿A qué te dedicas?».
Esto porque, en muchos sentidos, la profesión de una persona funciona como un detalle que nos puede revelar algo más sobre quién es. Mencionar nuestra ocupación nos puede ayudar a romper el hielo cuando estamos en una reunión llena de extraños, y, sobre todo, la profesión nos puede dar pistas sobre los intereses, antecedes o valores de una persona.
Y aunque muchos de nosotros hemos llegado a definirnos por nuestras profesiones, lo cierto es que esta percepción que adquirimos de nosotros mismos ocurre con un precio alto a pagar. Cuando ya hemos entrelazado tanto nuestro trabajo con nuestra identidad, ¿somos capaces de separar nuestra “percepción del yo” de nuestra vida profesional?
«Cuando las personas invierten una cantidad desproporcionada de su tiempo y energía en su carrera, esto puede conducir a un estado psicológico llamado «enmeshment«, en el que los límites entre el trabajo y la vida personal se difuminan. Si vinculas tu identidad a tu carrera, los éxitos y fracasos que experimentes afectarán directamente a tu autoestima», explica a la BBC Anne Wilson, profesora de psicología de la Universidad Wilfrid Laurier de Ontario.
La pandemia ha forzado que nos replanteemos todos los elementos de nuestras vidas y cómo nos relacionamos con estos: la salud, la familia, nuestro trabajo, el amor, nuestros amigos. Nos ha obligado a evaluar lo que realmente es más importante.
Encerrados en nuestras casas, algunos comenzaron por probar nuevos hobbies; otros comenzaron a mejorar sus relaciones con sus familiares y amigos ahora que no podían verlos físicamente. Otros como yo, nos vimos tan inmersos en nuestros trabajos en la pandemia, que inevitablemente nos chocamos con la necesidad de poder disociar lo que somos con lo que hacemos profesionalmente.
Iniciando el cambio
Pareciera que pido un imposible cuando me propongo ser menos adicta al trabajo, teniendo en cuenta el ritmo que lleva un periodista de mantenerse al tanto todo el tiempo. No recuerdo la última vez que tuve un día en que no revisé Twitter. Quizás han pasado años. O por ejemplo, en junio de este año me fui de vacaciones al Valle Sagrado en búsqueda de una «desintoxicación de noticias»…y terminé comprando los diarios en el mercado de Urubamba.
Pero hoy es diciembre y qué mejor época del año para tener esperanza. Así que aquí comparto unos consejos para autorregalarse esta navidad si son tan workaholics como yo:
–La idea es empezar por cosas pequeñas. Buscar actividades fuera del trabajo que nos permitan explorar nuevas experiencias. Empieza poco a poco. Por ejemplo, si quieres hacer más ejercicio, no te apuntes a una maratón. Sal mejor a montar bicicleta una vez por semana.
–Reúnete con tus círculos cercanos que no tengan conexión con tu trabajo. Yo tengo muchos amigos periodistas, de hecho, varios de mis mejores amigos son periodistas. Sin embargo, es importante conversar con personas que no tengan nada que ver con tu profesión. Ponte al día con tus tíos, con tus amigos del colegio que hace tiempo que no ves por mensaje, por una videollamada. Hablar de otros temas que no sean relacionados al trabajo.
–Decide qué es lo más importante para ti y tus prioridades. Créanme, un día de no revisar qué pasó en el Congreso puede añadirte años de vida. ¿Qué es lo más importante para ti? Piensa en lo que te importa en la vida y deja que esas prioridades te guíen hacia lo que sigue. Los terapeutas suelen utilizar un proceso llamado «Clarificación de Valores» para ayudar a sus pacientes a pensar en lo que más les importa.
Así que, en estos almuerzos navideños, nada de “Romina, tú que eres periodista, que opinas de…”. Regálenme la paz que no nos dan nuestros políticos. Feliz Navidad.