Keiko Fujimori ha mostrado ser, una vez más, la mejor aliada involuntaria de Pedro Castillo.
Vivimos en un mundo en el que las palabras se han vaciado de significado. Conceptos como libertad o democracia se moldean a gusto del cliente. Ideologías como liberalismo o comunismo se reducen a significar lo que sea que a mí me guste o me aterrorice. Incluso insultos como caviar o terruco definen lo que sea que tenga en la cabeza el insultador en ese momento.
La nueva entrada de este diccionario posmo es vacancia presidencial. Veamos su evolución a lo largo de los presidentes:
INCAPACIDAD MORAL PERMANENTE
Como todos los peruanos hemos tenido que aprender –a golpes– en estos últimos cinco años, una de las causales de vacancia presidencial, según el artículo 113 de la Constitución, es:
2. Su permanente incapacidad moral o física, declarada por el Congreso.
Ya todos sabemos que aquí la Constitución empleaba un rezago decimonónico –herencia de sus predecesoras– de utilizar el término «moral» para referirse a lo que en la actualidad llamamos «mental«.
Pero eso no importó en el año 2000, en lo que podríamos llamar el pecado original de nuestra ahora agonizante democracia. Hace exactamente 21 años, el Congreso de entonces recibió la renuncia por fax de Fujimori, metió el papelito a un lugar poco soleado y decidió, en vez aceptar la dimisión, declarar que esta fuga demostraba una «incapacidad moral permanente».
Era innecesario, claro. El señor ya había renunciado. Pero las circunstancias de esa renuncia eran tan nauseabundas que el Congreso de entonces decidió que tenía que dejar un statement de moralidad. Weber les habría adelantado que era una mala idea.
A estas alturas de la Historia, resulta evidente que la característica principal de nuestro Último Dictador™ fue la amoralidad. Sin embargo, haber empleado, en ese momento, «moral» en su sentido literal contemporáneo, terminaría siendo la semilla del mal que empezaría a acabar con nuestra democracia, 16 años después.
INCAPACIDAD MORAL
En el 2017 el fujimorismo demostró que el que a hierro mata, a hierro muere. ¿Así que la democracia posfujimorista nació forzando el artículo 113? Pues tendría que morir forzando aún más ese artículo.
A los cuatro procesos de vacancia que lideraron desde entonces les bastó con sobreentender lo de «permanente«. Ciertamente, ni PPK ni Vizcarra son ejemplos de santidad –más bien todo lo contrario– pero juzgar su irrecuperabilidad, es decir, asumir que las acusaciones puntuales (y muy reales) que se esgrimieron contra ambos los convirtieron en tullidos éticos perpetuos, era un poquito demasiado, incluso para nuestros vacadores.
Por tanto, en la discusión de esos procesos de vacancia, pocos se esforzaron en justificar la cualidad de «permanente» que exige nuestra Constitución. Bastaba, en realidad, con lograr los mágicos 87 votos. Y punto.
No hace falta decir que ni Toledo ni Alan ni Ollanta hubieran sobrevivido a los estándares de quienes justificaron esos procesos. Y no tuvieron que hacerlo porque uno de los acuerdos tácitos de esos quince breves años de democracia estable fue que la gobernabilidad del país se encontraba por encima de la calaña de quien sea que ocupase Palacio. El costo-beneficio del asco moral vs la estabilidad nacional, simplemente no compensaba.
Pero igual se hizo.
¿Por qué? Porque, a estas alturas, Fuerza Popular y las otras agrupaciones que los lideraron ya no estaban jugando dentro de las coordenadas de la política, sino dentro de las de su supervivencia como organizaciones.
Y es pérdida de la dimensión política se hizo evidente en otra involución del concepto de vacancia. Veamos:
Con Fujimori, la vacancia se empleó como algo que no era: un juicio político (el famoso impeachment no se regula con el artículo 113, sino con el 117; pero sus requerimientos son tan específicos que todos prefieren olvidarlo).
Con PPK y Vizcarra se redujo aún más: se evaluó acusaciones concretas contra ellos y se determinó su grado de verosimilitud, al margen del impacto que esas acusaciones fueran a tener en su gobierno. O sea, con ellos la vacancia fue simplemente un juicio.
¿Y con Castillo?
INCAPACIDAD
Para las hijas de Chirinos Soto y Alberto Fujimori, al parecer una vacancia no requiere los tres (03) términos que la Constitución encadena. No moral. No permanente. Solo basta incapacidad.
Así como es difícil discutir que Fujimori es un amoral o que sean reales las acusaciones contra PPK y Vizcarra, también resultaría farsesco alegar que Castillo está capacitado para ser presidente.
Sin embargo, el primer gobierno de Alan García nos sumergió en múltiples crisis incluso peores y, aún así, completó su mandato. ¿El régimen de Castillo es peor que el de la hiperinflación?
La respuesta a esa pregunta no puede concretarse en un proceso de vacancia. Porque entonces ya no sería un juicio político (finalmente fueron los electores quienes decidieron que el señor esté donde esté) y tampoco un juicio (ser un incapaz no es delito). Por tanto, si al juicio político le quitas lo político y le quitas el juicio te quedas con la vaca comiendo pasto del Chavo del Ocho.
La nada es muy difícil de justificar ante una opinión pública agotada de tanta incertidumbre.
Peor todavía, si detrás de él se encuentra Keiko Fujimori.
A la lideresa de Fuerza Popular todavía parece costarle entender que nada le conviene más que desaparecer del radar. Su presencia solo logra aglutinar y solidificar a un sector que parecía empezar a diluirse, confundidos por los resultados agridulces de su última victoria: el antifujimorismo.
Toda movilización popular necesita de una narrativa fácil de digerir. Y no hay nada más sencillo que entender que el fujimorismo boicoteando la democracia cada vez que pierde. Por algo el antifujimorismo se ha mantenido, una y otra vez a pesar de todo, como el movimiento político más grande del Perú.
Fíjense en algo: Resulta interesante que el único bache en la involución del concepto vacancia aquí descrita haya tenido que ver con el segundo proceso a PPK.
Como se ha recordado en los últimos días, el segundo proceso contra Kuczynski (que terminó siendo abortado por su renuncia) fue apoyado de manera entusiasta por muchas voces que ahora se oponen al actual intento. ¿La razón? PPK había indultado a Fujimori. Esto fue considerado inaceptable por el antifujimorismo y, así, ese proceso dejó de ser el simple juicio «por corrupción» que impulsaban sus opositores y se volvió, también, un juicio político desde el antifujimorismo.
¿El resultado? PPK se fue a su casa sin que la calle se alterase ni medio segundo.
Esa vez, el antifujimorismo se puso del lado de la vacancia. ¿Dónde se puso cuando trepó Merino? ¿Dónde se pondrá ahora, con Keiko apoyándola? En la realpolitik peruana hay pocos poderes más fácticos. Que los vacadores aún no lo hayan entendido, explica sus fracasos consecutivos con el gobierno de Merino, con la segunda vuelta de este año y con el cuento del fraude.
Deben ser pocos los que crean que Pedro Castillo podrá llegar al 2026. Pero para que la salida de un presidente tenga legitimidad, necesita que la población asuma el costo-beneficio de la tremenda inestabilidad que eso significa. Y si algo nos ha demostrado la Historia en estos años es que, para una mayoría consistente, el fujimorismo suele funcionar como una brújula de hacia donde no queremos ir.