Todos recuerdan al señor de arriba. La foto corresponde a una entrevista que concedió minutos antes de hacerse mundialmente famoso, en enero de este año.
En su cartel, avisa que «Q» lo envió. Es una seña de identidad. Así otros creyentes en «Q» lo reconocerían –parte de su misma tribu digital–, se le acercarían y, juntos, irrumpirían en el Capitolio norteamericano, dejando, a la postre, cinco muertos.
¿La razón de su protesta? Un fraude electoral inexistente, por supuesto.
En el Perú está pasando lo mismo pero mucho peor. Lo que vimos ayer en la marcha de K hubiese sido el sueño de Q.
Para entender por qué K ha superado a Q, primero tenemos que familiarizarnos con la conspiración Q-Anon:
Una desacreditada teoría de la conspiración de la extrema derecha estadounidense. Alega que una cábala de pedófilos satánicos caníbales dirigen una red mundial de tráfico sexual infantil y conspiraron contra el expresidente Donald Trump durante su mandato. Se describe comúnmente como un culto.
El centro de esos mensajes era un personaje llamado «Q» que supuestamente era un alto funcionario público. Durante años, «Q-Anon» fue posteando unas historias increíbles –supuestamente filtraciones de alto rango– en un foro de Internet llamado 8kun. La historia es larga, compleja y fascinante pero si aceleramos la película tenemos a miles de personas convencidas de un fraude electoral contra el único que podía salvar al mundo de los caníbales pedófilos financiados por George Soros: el entonces presidente Donald Trump.
¿Les parece delirante que miles de personas se hayan creído esto hasta tal punto que provocaron un ataque sin precedentes en Washington D.C.?
Si eres peruano, no. Seguramente ya no te parece delirante.
Así como todos nosotros, desde fuera, a inicios de este mismo año, alucinábamos con los gringos y su folclorismo electoral… ahora mismo la prensa extranjera se asombra de algo que a ellos les resulta evidente: que Keiko Fujimori está siguiendo exactamente la misma estrategia que Donald Trump.
Las similitudes deberían ser ser claras para cualquiera que haya prestado un poquito de atención:
1. Radicalizar a tus seguidores con fake news.
2. Denunciar fraude electoral.
3. Entablar demandas por todo el país para anular la votación en las zonas más pobres (afroamericanas en EE.UU.; altoandinas en Perú).
Y, por supuesto, el paso final: sincerar las cosas convocando a marchas con simbología fascistoide.
(Más sobre las antorchas y los neo-nazis, en este link)
Pero, aunque suene a perogrullada, tenemos que resaltar esto:
El Perú no es los Estados Unidos.
Es un país con mucho menos institucionalidad. Es un país sin contrapesos mediáticos. Es un país con élites ignorantes.
Esas tres características –cruciales y determinantes– son puertas abiertas para el desborde de la radicalización y su eventual triunfo, a diferencia de los Estados Unidos.
¿Por qué? Porque, para empezar, «Q» estaba refugiado en un foro de Internet. Tuvo muchísima pegada, cierto, pero al fin y al cabo él y sus seguidores eran tratados por todos los demás como fringe politics. Excentricidades. Ruido en los extramuros.
Ciertamente existía Fox News (de donde Willax sacó su receta) pero tenía un balance en, bueno, básicamente todos los demás canales. No era menospreciable y su estilo, al inicio, marcaba la agenda nacional (a los interesados les recomiendo la película Bombshell, traducida como El escándalo). Pero, con los años, el resto de canales entró al juego y logró contrapesar sus fake news. Es más, incluso para Fox News, la teoría de Q-Anon ya era demasiado.
En el Perú no existe contrapeso para Willax. Mientras Erasmo Wong montaba una formidable maquinaria de mentiras, terror y desinformación, el resto de canales continuaba con su vieja fórmula de la última década: cualquier asomo de periodismo en profundidad estaba relegado a dos horas del domingo. Y ya. Por ahí algún programa de entrevistas –siempre en el cable, nunca en la señal abierta– intentaba dar la pelea. No era suficiente. Durante años, Willax corrió sola en la cancha.
Ya no.
Ahora es peor.
Ahora todos los canales se volvieron Willax.
Este titular es una mentira. Los votos por Fujimori en cuestión (impugnados u observados) han sido ya resueltos por los jurados y, casi todos, admitidos. Lo que ahora mismo está en juego son los votos por Castillo.
Los manifestantes de ayer llevaban carteles de «Con mi voto no te metas» pero son ellos, en realidad, lo que se estaban metiendo con el voto ajeno. La marcha pretende presionar al JNE para que se somete a la pretensión de Fujimori –confesada por ella misma– de anular 200 mil votos de las zonas más pobres del Perú.
Y ese es solo un ejemplo. Unito. Otro: sus transmisiones sin contexto ni análisis de la revisión de votos y actas. Lo que necesita seis años de especialización en Derecho Electoral, se televisó crudamente para que «cada uno saque sus propias conclusiones».
Olvídate de explicarle a la gente que 700 votos no cambian nada. O explicar qué demonios es un fraude.
Esto, en el mejor de los casos. En otros, directamente se confundían las cifras o se afirmaba que alguien era menor de edad cuando no lo era o básicamente TODO LO DEMÁS QUE ERA MENTIRA.
En fin…
Mi punto aquí es que esto no es excéntrico. No son unos loquitos. No son un puñado de seguidores de un foro semiclandestino. No. En el Perú, este discurso de realidad alternativa es lo mainstream. Es lo que escuchas cuando prendes la televisión a cualquier hora. Son los líderes de opinión. Aún peor: es la propia candidata.
Ni siquiera el propio Trump llegó a mencionar la conspiración QAnon. Era demasiado, incluso para él. Sí les hizo guiños. Y los retuiteaba bastante. Los utilizó como carne de cañón en su juego del fraude. Pero nunca asumió su discurso, abiertamente, como suyo.
En cambio, en el Perú, la propia Señora K se ha convertido en la vocera de una teoría de la conspiración que tiene a nuestro país como el centro de un entramado geopolítico internacional que ha orquestado un gigantesco operativo –con miles de cómplices– para beneficio del «comunismo».
El Perú es el sueño de Q-Anon. Un sistema electoral debilitado en su credibilidad por las propias marchas y contramarchas del JNE (desde la elección anterior). Unas élites que jamás apartan la mirada de su ombligo, menos aún de su burbuja y ya no se diga de su distrito. Y los medios masivos prestándose abiertamente para ser altavoz de mentiras.
Aquí nadie está discutiendo si Fujimori o Castillo merecían ganar. La elección ya terminó. Y lo que está pasando es mucho más importante. Mucho más esencial. Aquí estamos discutiendo el futuro de nuestra sociedad. De cómo su sector más poderoso se ha apartado de la realidad misma y se ha entregado a sus pulsiones más irracionales. De lo sencillo que ha sido manipularlos. De lo fácil que fueron de romper.