La excarcelación de Antauro Humala patea el tablero de ajedrez de la política local… justo a tiempo para ¿el final de Pedro Castillo?
Por estos días se cumplirán 20 años de la primera vez que entrevisté a Antauro Humala. Fue su primera entrevista para televisión. Aún está disponible aquí, en YouTube.
Llegar hasta él fue interesante.
Veamos: siempre ha habido loquitos en la Plaza San Martín. Hoy, ayer, hace 20 años y hace 30. Gente que quiere convencerte de cambiar juntos al mundo a punta de alzar más la voz y lanzar la proclama más radical. Exactamente como Twitter, pero en la vida real.
Pero había algo diferente en unos loquitos que iban disfrazados de soldaditos y se llamaban a sí mismo «Avelinos». No solo estaban bien organizados, no solo tenían un periódico con todas las de la ley, no solo eran visualmente llamativos. Además su discurso era, vamos a decirlo, atractivo. Enloquecido, violentista, tóxico, peligroso, nocivo, todo lo que quieran. Pero no podías evitar prestarle atención.
Les compré un periódico. Se llamaba Ollanta y estaba dirigido por Antauro Humala. ¿Qué? O sea, a todos los elementos anteriores había que sumarles que estaban liderados por uno de los hermanos que se habían levantado, a fines del 2000, contra Alberto Fujimori.
En ese lejano año 2002 jalé el hilo de la madeja desde los «Avelinos» hasta Antauro, Ollanta y el patriarca, don Isaac. El reportaje trataba sobre los Humala, así, en plural, pero evidentemente la estrella era Antauro, que era una máquina de producir bites (frases cortas y contundentes que pueden extraerse para un reportaje; los reporteros amamos los bites, y es difícil encontrar gente que de verdad sepa producirlos).
Tuve que controlarme para que Antauro no acaparese todo el reportaje. De la misma forma que tuve que refrenar su participación cuando, lustros después, escribí H&H, la historia de cómo su hermano y su cuñada llegaron al poder. Mal que me pese, Antauro termina apoderándose de los capítulos en los que aparece. Se come a los demás personajes. Así es la política en todos lados: requiere y cobija líderes carismáticos. Lo vimos en el último de esa especie: el Alan García pre Odebrecht. Desde entonces, en el Perú ha existido un vacío en ese rubro.
Hasta ayer.
Que no se vea esto como un apología de Antauro. Sí como una forma de tratar de entender por qué su liberación ha sido el terremoto que fue. El sociólogo Omar Coronel explica esa vigencia mejor que yo: «el etnocacerismo es un discurso y una identidad que ha sobrevivido dos décadas, 17 años con su líder en prisión. Se dividieron varias veces, pero Antauro sigue siendo EL líder».
Por supuesto, hay que dejar siempre claro que estamos hablando del responsable del asesinato de cuatro policías en un evento que, no lo olvidemos, tuvo iconografía abiertamente seudonazi.
A nivel ideológico, Antauro Humala (en realidad, su padre, Isaac) estuvo décadas adelantado a una tendencia radical hoy muy en boga a nivel mundial, ahora conocida como rojipardismo («la mezcla de valores nacionalistas y conservadores asociados a la derecha con referencias al obrerismo y al antiimperialismo de la izquierda»).
Con el líder en prisión, esa tendencia rojiparda (claramente muy atractiva a un gran sector del electorado peruano) fue capitalizada por Perú Libre. Justo ayer, Vladimir Cerrón dio una entrevista a Página 12 en la que, intentando defender todas las veces que ha jugado en pared con la derecha más extrema, dijo:
Coincidimos porque combatimos a un enemigo común, que es la izquierda caviar, la socialdemocracia (…). Podemos coincidir con el fujimorismo y con otros, pero con la izquierda caviar no, ellos son nuestro enemigo principal. Los caviares son para nosotros la principal amenaza, un enemigo más peligroso que la ultraderecha neofascista.
Queda claro por quién votaría el líder de Perú Libre en una hipotética segunda vuelta, digamos, López Aliaga vs Sagasti. Pero la derecha no le devolvería el favor si se tratase de un Cerrón vs Sagasti. Ese desprendimiento o miopía por parte de Cerrón le deja la cancha libre a alguien que no esté atormentado por fantasmas partidariamente intrascendentes (los «caviares» nunca han colocado a nadie en primera vuelta).
Ciertamente, Antauro también ha coqueteado con el otro extremo: sin ir muy lejos recuerden que sus reservistas se cuadraron frente a López Aliaga en la campaña presidencial (y al financista antaurista, Virgilio Acuña).
Pero, para citar de nuevo a Omar Coronel, a diferencia de Cerrón (y de, por supuesto, el anodino Castillo), Humala sí sabe comunicar, sus bases sí lo quieren y, muy importante, le será realmente fácil ponerse a la izquierda de este gobierno, del que nunca fue parte.
Va a ubicarse en el tan soñado sitial de Oposición De Izquierda© que ni el rojipardismo cerronista ni el progresismo limeño han podido ocupar de manera decidida o verosímil. Probablemente a algunos de ellos los veamos tratando de subirse al coche y, ahora sí, llamando a nuevas elecciones.
Por su lado, la derecha que ya empezó a prender velas para que Castillo se quede hasta el 2026. Lamentablemente para ellos, ya es muy tarde para detener la maquinaria que está sepultando al presidente (y más importante: a su familia) con las pruebas de su corrupción. Sería muy irónico que su obsesión por sacar a Castillo termine abriéndole el camino a Antauro.
Como en una serie de televisión, el villano de las primeras temporadas ha vuelto justo a tiempo para desplazar a ese personaje que realmente nunca pegó en la audiencia. Se acabó la temporada de Castillo. Volvemos al sabor original.