…Y, por supuesto, toda su órbita: desde los medios mentirosos hasta sus financistas extranjeros. ¿Qué los une? El miedo a un fantasma.
El cambio de Valer por Aníbal Torres es un poco como cuando todos pretenden que los lentes de Clark Kent sirven para ocultar algo. El 66% del gabinete Valer continúa allí. Con su misma repartija, copamiento y misoginia.
Como habrán notado ninguno de los problemas con el gabinete es su orientación ideológica. Al ministro de Economía, Oscar Graham, no pueden acusarlo, ni siquiera, de heterodoxo, menos de comunista. Y, de hecho, los impulsos políticos más notables (casi los únicos) del actual régimen son desreguladores: la liberalización extrema de los «mercados» del transporte y la educación.
En estas líneas maestras de su gobierno, el Ejecutivo cuenta con el apoyo entusiasta del Legislativo. Allí tienen al intocable ministro de Transportes, Juan Silva, como niño símbolo de esta tácita alianza. Su última ofrenda: un decreto con nombre propio –refrendado por el propio Castillo– para amnistiar a la radio pirata PBO.
A esta alianza se le puso de nombre fujicerronismo pero –más allá de los ardidos por el término– ha resultado insuficiente para describir el término. Tampoco es extremismo, ya que muchas de las agrupaciones que la integran, se pretenden de «centro» (como Alianza para el Progreso o Podemos Perú, incluso Acción Popular).
El problema con las nomenclaturas –y con los sesudos análisis políticos de redes sociales– es que todas remiten a enfrentamientos y alianzas con trasfondos ideológicos. Cuando lo que hay aquí –disculpen lo repetitivo– es un Pacto de Mafias. Si tú me ayudas con mis universidades bambas, yo me hago el loco con tus combis y todos conseguimos que nuestros policías corruptos sigan al mando.
Así, mientras ellos incitan a sus seguidores a enfrentarse en las redes y en las calles; mientras unos agitan a sus masas con inminentes derechizaciones y los otros, con comunismos; mientras contemplan arder a Roma, detrás de cámaras (y, a veces, delante) pasa esto:
¿Cómo entender, entonces, complots vacadores como el denunciado en Hildebrandt en sus Trece?
Debería ser más o menos fácil de entender: que las cosas marchen bien para sus intereses no significa que no podrían marchar mejor. ¿Para qué tener solo el Congreso cuando todo podría ir mejor si tuvieran ministerios? No es un tema de ideología, sino de cuántos negocios podrían prosperar si tuvieran control directo de ambos poderes.
No les interesa salvar al Perú de un comunismo que ellos –al menos los más listos entre ellos– saben que no existe en el actual panorama político local. Seguramente los más tontorrones (los Cavero) o los más fanatizados (los Montoya) sí creen que Pedro Castillo es una especie de combinación de Evo con Stalin y que toda su ineptitud no es tal, sino un meticuloso plan diseñado por Cuba para demoler el Estado peruano de raíz.
Pero incluso ellos –si realmente creyeran en la terrible amenaza comunista de ese náufrago que es Pedro Castillo– tendrían que entender que, en aras de salvar al Perú del actual régimen (sea cual sea la naturaleza de su amenaza), la única salida viable es que se vayan todos.
El Congreso tiene una desaprobación (77%) incluso mayor que la de Castillo (61.5%). Toda salida que pase por darle poder a alguien que represente a ese Legislativo es políticamente inviable y podría activar una calle hasta ahora dormida.
Si no terminan de entender que ellos tienen que irse para que se vaya Castillo, es porque su objetivo no es solucionar la crisis. Solo les interesa tomar el poder.
Pero así como Castillo vive en una burbuja de realidad creada por su Gabinete en la Sombra, el otro lado tampoco asoma su cabeza fuera de su WhasApp. Al final, San Isidro es el Chota de Maricarmen Alva. Ninguno de los dos es capaz de ver qué demonios pasa fuera de esa burbuja. Prefieren la comodidad de su propio ombligo. Y ese ombligo les dice que sacar al presidente y mantener al Congreso es una opción viable. Ese ombligo se creyó la «amenaza del comunismo» y ahora solo sirve para reforzar esa narrativa ante aquellos que se la impusieron. La serpiente se devora a sí misma.
Un ejemplo clarísimo es el presidente de la Friedrich-Naumann en Perú, el señor Jörg Dehnert. Su fundación, al menos en Europa, es conocida por defender valores liberales: libre aborto, derechos sexuales, incluso economía social de mercado (algo que en el Perú sería considerado caviarazo). Pero, según cuentan escandalizados miembros del círculo peruano de la cooperación internacional, el señor Dehnert no responde a esos valores. Al contrario, tiene un círculo social arraigado con los entornos más conservadores (y menos liberales, aunque intenten apropiarse del término) de Lima.
Sus redes sociales (y las de su entorno) confirman esas versiones:
Alguien que en marzo de 2021 compartía un meme repitiendo un discurso de Rafael López Aliaga no es precisamente «liberal» y, sin embargo, le encanta llamarse así.
Pareciera que Dehnert –igual que muchos de los medios que él mismo ataca– sí cree genuinamente en el Gran Complot™ y también cree que ser «liberal» es como ser hincha de un equipo de fútbol: o te pones mi camiseta o eres del bando contrario.
El señor Dehnert es de los fanatizados. No entienden que esto no va de derechas ni de izquierdas, sino de mafias. Y las mafias también están en el Congreso que él apoya de manera tan entusiasta.
Dehnert, y sus equivalentes de izquierda, se desesperan en las redes sociales, se desgañitan en peleas inagotables, se rascan la cabeza tratando de buscar una salida que suponga la aniquilación del otro. Mientras, los verdaderos capos siguen medrando de la educación, de las combis, de la policía. Tanto en el gobierno, como en el Congreso. Dehnert y los otros tendrían que empezar a darse cuenta que no se puede entender el Perú desde la teoría política. Tienes que mirar las páginas policiales.