Irene Vallejo en la Plaza de Armas de Arequipa. Fotografía: Enrique Mora.
La escritora española, autora de El infinito en un junco, uno de los fenómenos editoriales más importantes de este tiempo, habla con La Encerrona sobre su relación con el Perú, el origen de su libro más celebrado, su formación y su trayectoria.
Escribe: Emilio Camacho
Un libro viaja con Irene Vallejo. Un libro fundacional, que explica su origen, pero ella no lo sabe. El volumen permanece oculto y protegido en la bolsa de piel que carga Enrique, el esposo de la narradora. Ha dejado Zaragoza después de muchos años, con autorización de Elena, madre de Irene, quien lo cuidaba en la biblioteca familiar. Es un tesoro que junto a la escritora ha iniciado el largo camino de la Península Ibérica hacia los andes.
En El infinito en un junco, su celebrado ensayo sobre la historia de los libros en el mundo antiguo, Irene Vallejo cuenta la épica de los hombres que emprendían inacabables expediciones para hacerse de libros raros con los que intentaban poblar la legendaria Biblioteca de Alejandría. Cruzaban a caballo naciones enteras para encontrar esos extraños escritos.
El libro que ha salido de Zaragoza hace un viaje igual de extraordinario al unir dos continentes. Llega a Lima el 6 de noviembre, junto a Enrique, sin que lo sepa Irene. Y al día siguiente parte a Arequipa, al Hay Festival. En su arribo a nuestro país han intervenido también Daniel Mordzinski, el conocido fotógrafo de los escritores, y el narrador Jeremías Gamboa. Los dos acompañarán a Irene en una conversación en el Teatro Municipal de Arequipa en la que hablarán de literatura, historias de vida, amistades profundas, principios y despedidas. Los dos necesitan ese volumen misterioso para sorprender a Irene, por eso han convencido a Enrique de que lo traiga al Perú a hurtadillas.
Llegado el momento, Jeremías sacará el libro y se lo entregará a Irene. Con un movimiento gatuno, Mordzinski capturará ese instante con su cámara. Finalmente, Irene hará la revelación. El libro es una vieja edición de Trilce, de César Vallejo, que Ignacio, su padre, le regaló a su madre para enamorarla. “Sin este libro de páginas venerables y amarillas nunca hubiera nacido”, dice la escritora, emocionada, como lo están todos los asistentes a esa presentación.
Con Jeremías Gamboa. Momento exacto en el que la narradora es sorprendida en el Hay Festival con la edición de Trilce que su padre le regaló a su madre. Fotografía: Daniel Mordzinski / Hay Festival
“Nunca olvidaré los ojos de asombro de Irene, bellísimos”, afirma su esposo, algunos días después, para resumir ese momento conmovedor. Es lo especial de presentar un libro que explica una vida.
Pero ocurre al revés también. Hay nacimientos que explican la redacción de un libro. El Infinito en un junco fue concebido en un momento aciago, cuando Pedro, el hijo de Irene, llegó a este mundo con un mal que solo hombres vestidos de blanco y azul pudieron vencer. Pero esa historia, igual de sentida, debe ser contada de otra manera, entre preguntas y respuestas.
Usted usa una frase: “La salud pública española me hizo libre”, ¿por qué?
Lo digo porque soy consciente de que el esfuerzo comunitario de construir un servicio de sanidad pública que no deja a nadie en la cuneta, en el camino, sino que ofrece todo el tratamiento necesario a quien lo necesita, me permitió seguir con mi sueño de ser escritora. Si yo, cuando tuve a mi hijo, Pedro, que nació con problemas tan graves de salud, hubiera tenido que hipotecarme, buscar soluciones económicas inmediatas, o hubiera caído en esa asfixia, en el endeudamiento, sé que no hubiera tenido las condiciones propicias para escribir libros, y, por lo tanto, mi sueño de infancia, de dedicarme a la literatura, hubiera terminado allí. Yo insisto en que un servicio de sanidad de estas características nos garantiza estar cubiertos contra lo impredecible. Y de esa manera somos profundamente libres para seguir con nuestras vidas y propósitos.
“Yo siento que ese libro, Trilce, de César Vallejo, es mi origen. Pocas personas pueden decir que le deben su vida a un libro, pero yo, el hecho de nacer, se lo debo a ese libro”.
Para expresar gratitud, en el aniversario número 50 del hospital Miguel Servet, donde Pedro fue atendido, usted dijo: “La sanidad pública siempre protege los talones de Aquiles de los más pequeños sin mirar los talonarios de sus padres”.
Es que esa es la clave. La salud es una necesidad imperiosa de todas las personas. Y hacer que el tipo de tratamiento que una persona pueda tener dependa de sus circunstancias económicas o de su origen familiar es terrible. Los que hemos vivido el dolor y la ansiedad por la enfermedad de un hijo sabemos que es desolador no poder pagar el tratamiento que necesita, y que significa la diferencia entre la vida y la muerte.
Hablemos de su relación con el Perú. En la charla que dio en Lima, en el Centro Cultural de la Universidad Católica, me enteré que su padre apellidaba Vallejo Vallejo.
Sí (se ríe)
Su vallejidad era doble.
Tenía la máxima intensidad vallejiana, porque le venía por las dos ramas, mi abuelo y mi abuela. Son de una zona concreta de España, entre Cantabria y Castilla, que es de donde proceden esos apellidos que en España no son tan frecuentes como acá, en el Perú. Yo siempre he querido sospechar, aunque jamás he podido documentarlo, que existe un remoto parentesco con el poeta.
De hecho, usted dice: “Vallejo es mi abuelo escogido”.
Exactamente. Es el abuelo que yo me atribuyo, por aquel regalo que le hizo mi papá a mi mamá, cuando empezaban a enamorarse, que era un ejemplar de Trilce.
Además de los compromisos editoriales y las entrevistas que tiene pactadas, Irene Vallejo siempre encuentra tiempo para reunirse con los promotores de la lectura en bibliotecas públicas.
Que ha viajado hasta acá.
Sí, para sorpresa mía, no lo sabía. Ha sido un secreto y una sorpresa para uno de los eventos del Hay Festival. Y está fechado con una inscripción. “Verano de 1970, tu principio”. Eso anotó mi mamá y es un libro que ha prometido que me dejará como herencia. Yo siento que ese libro, Trilce, de César Vallejo, es mi origen. Pocas personas pueden decir que le deben su vida a un libro, pero yo, el hecho de nacer, se lo debo a ese libro, que, por otro lado, en la España de ese momento, era muy difícil de conseguir, porque estaba prohibido. Era todavía la época de la dictadura franquista y habiendo escrito Vallejo, España, aparta de mí este cáliz (1939), estaba totalmente prohibido. Solo se podía conseguir por medios clandestinos. Todo lo que significó conseguir ese libro, que era una edición argentina, de Losada, que en España no se publicaba…
…Fue una aventura.
Claro, hubo muchas personas corriendo riesgos, haciendo contrabandismo de libros, para ingresarlos a España sin que fueran descubiertos, con esas míticas trastiendas de las librerías donde se ocultaban los libros que no se podían vender abiertamente. En España, de hecho, hay libros que se encuadernaban con otra cubierta, con otro título, para hacerlos pasar por otros. Había toda una industria del libro clandestino. De allí el impacto que le causó a mi mamá, porque era un libro que les hablaba de un mundo que les estaba negado.
“Algunos de los mayores genocidas del Siglo XX eran lectores y escritores y probablemente tenían ese conocimiento de los resortes del ser humano y los utilizaron hábilmente para sus fines”.
¿Repite con cierta frecuencia algún verso de Vallejo?
Constantemente. De hecho, mi madre sabe Trilce casi de memoria y siempre está diciendo versos en circunstancias cotidiana de la vida. Cuando yo era muy niña, y mi madre estaba en el cuarto de baño, y yo no la encontraba en ningún lado, me asusté porque pensé que me habían dejado sola. Entonces, yo que en ese momento tenía 9 o 10 años, recité un verso que le había oído a mi mamá: “No me vayan a haber dejado solo y el único recluso sea yo”. Y en el Hay Festival recité Idilio muerto, que empieza con: “Mi andina y dulce Rita, de junco y capulí…”. Y allí también está el junco, el mismo del infinito.
Allí también hay un origen
Son frases que hemos incorporado profundamente. Eso es otra forma de parentesco. Yo bromeo un poco diciendo que mucha gente falsifica su árbol genealógico para emparentar con la nobleza, yo lo hago para pertenecer al linaje poético de César Vallejo.
El Infinito en un junco fue publicado en septiembre de 2019 y su andadura por el mundo empezó en años de pandemia. Hay quien diría que su éxito es doble, porque venció al confinamiento y las fronteras.
Es curioso cómo la efervescencia del libro se produjo en España en pleno confinamiento. No sé si fue a pesar del confinamiento o gracias al confinamiento. Eran unas condiciones excepcionales. Las personas que tenían el libro en casa, a lo mejor en condiciones normales, con todas las tareas, las obligaciones, el trabajo, no se hubieran sumergido en un libro de 500 páginas, pero ese momento…
…Fue propicio.
Claro. La gente quería aislarse de lo que estaba sucediendo, olvidar la angustia, y emprender un viaje por un libro inmenso podía ser invitador. También es cierto que, en ese tiempo, todo el sector del libro parecía que se desmoronaba, pero luego demostró una inesperada resistencia y luego buscaron la manera de llevar los libros a la gente, en bicicleta, a sus propias casas.
Una de las maldiciones con las que se amenazaba a los ladrones de libros en las bibliotecas antiguas.
¿Usted misma compró libros que le llegaron a casa en bicicleta?
Bueno, yo no los compré, porque no quería poner en peligro a nadie. Pero había librerías que abrieron cuentas, por las que tú les ingresabas dinero, y luego tenías esa disposición de gasto para cuando abrieran. Fue una forma de apoyarlos en esos meses difíciles, una ayuda para esas librerías de barrio, de calle, con las que yo llevo una relación especial. Y quizá en esos meses, en ese renacer del libro, que parecía condenado, al que tantas veces se le atribuye el certificado de defunción, con esa visión apocalíptica que ya estaba antes de la pandemia, El Infinito en un junco representó simbólicamente esa resistencia insospechada de los libros. A lo mejor en condiciones menos trágicas, hubiera pasado más desapercibido, porque la verdad es que se publican tantas novedades que es muy difícil que un libro llame la atención, y más siendo un ensayo publicado por una autora en ese momento era cien por ciento desconocida.
El Infinito en un junco es un libro presentado como la crónica del viaje de los libros en el mundo antiguo, pero usted dice que es un diálogo con el presente. Explíqueme eso.
Yo siempre he creído que para entender el mundo contemporáneo hay que tomar perspectiva. Nos distraemos demasiado con las luchas y las pugnas ideológicas, con los debates más candentes del momento, pero no vemos con las luces largas los grandes fenómenos que se están manifestando, y de dónde vienen y cuáles son sus orígenes. Para mí como historiadora y filóloga, esa es una obsesión, retroceder unos pasos para ampliar la perspectiva y ver qué es lo que está sucediendo. Y es lo que quería hacer con la historia de los libros y la cultura, porque lo veía todo tan impregnado de ese pesimismo apocalíptico del que hablamos, poner de manifiesto todo lo que hemos logrado, el enorme éxito de los avances en alfabetización, nunca habían existido tantas bibliotecas y tantas editoriales, y nunca se habían publicado tantos libros como ahora, al punto que a algunos hay que destruirlos, porque inundan el mercado y casi no se pueden almacenar. Nunca hubo tantos festivales literarios ni ferias del libro tan multitudinarias. Hay una sensación de comunidad alrededor de los libros.
Claro, la lectura goza de muy buen prestigio, pero, ¿los lectores somos buenas personas?
No creo que se pueda hacer nada para garantizar que alguien sea buena persona, eso depende de su carácter, de sus estímulos, de lo que hace con sus experiencias. Pero yo sí que creo que los libros nos pueden ayudar a comprender mejor las metas, los objetivos, los puntos de vista de otras personas. Leer es lo más parecido a entrar en la mente de otra persona, saber cómo discurre, desde qué punto de vista, qué le preocupa, qué le obsesiona. Y esa información, bien utilizada, nos puede hacer más comprensivos con los demás. Pero, bueno, la historia también demuestra que todo ese saber se puede usar para manipular. Como cuento en El Infinito en un junco, algunos de los mayores genocidas del Siglo XX eran lectores y escritores y probablemente tenían ese conocimiento de los resortes del ser humano y los utilizaron hábilmente para sus fines. No creo que haya que idealizar a los libros, son instrumentos, vehículos de nuestras ideas, que pueden ser nocivas o beneficiosas. Son como un cuchillo, pueden tener una utilidad innegable como herramienta o pueden ser utilizados con fines homicidas.
Hizo un doctorado que la llevó a Oxford y a Florencia. En esas universidades, ¿qué medida más excéntrica vio para proteger los tomos antiguos?
Para entrar en esas bibliotecas de patrimonio normalmente hacen falta gestiones burocráticas, acreditar la condición de investigadora, ponerse guantes, proteger los manuscritos, pero realmente en Oxford hubo un momento un poco surrealista, cuando cumplimos una ceremonia, un ritual necesario antes de entrar a la Bodleian Library, que era hacer un juramento de no prender fuego a la biblioteca, de no destruir los fondos.
Como esos registros que se llenan antes de entrar a los Estados Unidos.
Exacto. El compromiso de no atentar contra el presidente, pues lo mismo con los libros. Y todavía existen, y en Gran Bretaña he podido ver algunas, bibliotecas encadenadas, donde tenían los libros encadenados a los estantes. Bueno, eso son para mí símbolos de la importancia que se ha concedido a los libros. Yo tengo unos capítulos especiales en El Infinito en un junco, de la época en la que todavía no se había desarrollado todo el sistema bibliotecario de las fichas y de los préstamos, allí lo que se aplicaba eran las maldiciones. Entonces, recojo varias maldiciones mesopotámicas y egipcias contra aquel que no devolviera un libro. Se invocaba a todos los poderes de los dioses y del infierno para castigar a la persona que no devolviera un libro.
“En Oxford hubo un momento un poco surrealista, cuando cumplimos una ceremonia, un ritual necesario antes de entrar a la Bodleian Library, que era hacer un juramento de no prender fuego a la biblioteca”.
¿Cómo es su biblioteca, la biblioteca de la persona que ha escrito la historia de los libros?
Es una biblioteca caótica porque es una lucha permanente por intentar poner en orden una colección que conspira por desbordarse. Yo intento guardar de una manera racional los libros, pero luego el tamaño de los estantes no permite colocarlos donde quisiéramos.
Ha dicho alguna vez que coloniza bibliotecas de sus familiares porque ya tiene muchos libros.
Mi madre y yo, como las dos somos muy lectoras, siempre hemos compartido muy fluidamente los libros, y ya no se sabe claramente de quién es la propiedad, y van y vienen, y consideramos que tenemos una biblioteca en dos sedes. Me gusta mantener separados los libros que quiero leer inmediatamente para no olvidarme y entonces esos forman pilas en las habitaciones, en el dormitorio. Mi hijo desde pequeño aprendió a caminar apoyándose en las pilas de libros, causando derrumbes por todas partes.
¿Y le han robado alguna vez un libro a usted?
Pues yo en general soy consciente de que los libros que presto son libros que muy probablemente no van a retornar. Y bueno, está bien que sea así, porque son libros que tienen esa dimensión también. Creo que los libros tienen que circular. Solo si son libros únicos o muy difíciles de conseguir o de reponer hay que protegerlos especialmente. Yo creo que las dedicatorias de escritores son una forma de proteger la propiedad del libro porque ya luego lo puedes reclamar.
Antes de venir acá hice algo totalmente antilibresco, le pregunté a ChatGPT cuántos libros se publican al año en el mundo. La inteligencia artificial dijo que eran alrededor de 3 millones. ¿Eso habla bien de la salud de los libros o de la salud de las editoriales?
Bueno, es un mensaje un poco ambiguo porque realmente existe, frente al peligro de la escasez de los libros, el peligro de los demasiados libros, como decía (Gabriel) Zaid. Los demasiados libros significa que, ante esa avalancha, muchos libros importantes o relevantes pueden perderse, que ni siquiera los detectemos o no sepamos, y muchos libreros dicen que reciben tantas novedades que no tienen tiempo de leerlas, no pueden apoyarlas, no las conocen, y todo el mundo parece un poco desbordado por toda esa abundancia. Yo en términos generales pienso que es muy bueno, no se publicarían tantos libros si no se creyera que tienen una salida, y que tengan una salida quiere decir que existe un mercado mucho más desarrollado del que ha habido en ninguna otra época, y eso es una razón para el optimismo. Ahora, bueno, nos tenemos que enfrentar a este otro problema y ver cómo controlarlo un poco, porque tengo la sensación de que algunas editoriales confían en que, por volumen, si publican muchos libros, pues a alguno de ellos le irá bien y compensará a todos los demás, pero a veces esa súper abundancia puede opacar los libros importantes que se están escribiendo.
¿Qué significa chivato en España?
(Se ríe) Chivato o chivata es una persona que delata.
¿Usted se hizo escritora para ser una chivata, para señalar a los abusivos?
Bueno, hasta cierto punto para liberarme de ese silencio impuesto durante tanto tiempo, con la amenaza de que si hablaba y si contaba lo que me estaba sucediendo sería una delatora.
Habla de lo que ocurría en el colegio.
Sí. En toda esa época que sufría acoso escolar, siempre me decían que eso no podía contarlo a los adultos, a los profesores. Siempre una persona que abusa de otra va a decirte que no lo puedes contar, que no se lo digas a nadie, que si lo dices sufrirás consecuencias o que no serás creída o que te culpabilizarán. Siempre junto al abuso está esa especie de burbuja de silencio en la que te encierran por la fuerza. Y entonces, yo, en aquel momento, siendo niña, acepté, asumí ese silencio voluntariamente, no denuncié. Y una vez, hablando con Fernando Iwasaki, él me decía que nuestra lengua no tiene un término favorable, positivo, para quien denuncia una injusticia. Todos estos términos de delator, de chivato, de acusica, se usan en España, no sé qué términos se utilizarán en Perú, pero no tenemos un término que valore positivamente el coraje y la valentía de quien denuncia un atropello propio o de otra persona. Posteriormente, como escritora, he sentido que estaba liberándome de ese silencio impuesto y que esas cosas de las que nos dicen que no debemos hablar son precisamente las más importantes, las que deben ser escritas.