Los cargos presentados por Sudáfrica contra Israel son una bofetada a un Occidente inmóvil ante la vulneración de los principios que planteó y promovió en el orden mundial.
Genocidio. La raíz de su significado evoca un horror de magnitud colosal: la extinción de una estirpe. No implica solo el ya terrible acto de una matanza colectiva, además carga el propósito de desaparecer un grupo humano específico desde sus cimientos, junto a su cultura y su futuro, sus raíces y sus frutos.
Cuando nos topamos con esta palabra, las primeras imágenes que vienen a la mente son las del gran crimen nazi: el Holocausto de seis millones de judíos en medio del siglo XX, junto a otros grupos humanos. Hoy, en el siglo XXI, el estado construido por los supervivientes de ese episodio recibe la acusación de querer cometer el mismo crimen, casi como un niño golpeado que repite de adulto el maltrato al que fue sometido. El gobierno de Israel, según los cargos presentados por Sudáfrica, tiene una intención genocida contra el pueblo de Palestina que debe ser detenida por la comunidad global. El caso ahora está en la más alta instancia de justicia global en las Naciones Unidas: la Corte Internacional de Justicia (CIJ).
La violenta historia entre israelíes y palestinos es una que sobrepasa ya más de cien años de ocupación y respuesta, guerra y venganza. La enumeración de sus episodios y coyunturas nos puede desviar de tres hechos objetivos para entender la batalla que se libra en estos días en la CIJ.
- Israel es una potencia ocupante sobre el territorio asignado al estado de Palestina, algo reconocido por diversas resoluciones de la ONU. Los dos pedazos de Palestina remanentes, Cisjordania y Gaza, no tienen autonomía completa y están cercados por Israel.
- El 7 de Octubre de 2023 el grupo terrorista Hamás que gobierna Gaza, lanzó un atroz ataque masivo, principalmente contra la población civil israelí. Ocasionó más de un millar de muertes, configurando la mayor mortandad entre el pueblo judío en un solo día desde el Holocausto. Además de secuestrar casi 200 rehenes, la matanza se cometió con un alto grado de crueldad y además fue transmitida en directo.
- La respuesta israelí inmediata fue bombardear y ocupar Gaza, con el propósito de terminar con Hamás. Este ataque sigue ocasionando una alta mortandad entre los dos millones de habitantes apiñados en la pequeña franja. Esto sucede tanto por el uso de los civiles como escudos humanos por parte de Hamás, como por la evidente voluntad de las fuerzas militares de Israel de atacar indiscriminadamente a sus habitantes y destruir la infraestructura civil. Las cifras más conservadoras sobrepasan los 20 mil palestinos muertos en esta operación, una cifra creciente mientras se escribe este texto. La mayoría de la población de Gaza ya no cuentan con un sitio al que puedan llamar hogar.
Las acciones de las fuerzas armadas israelíes, entre ellas numerosos crímenes de guerra, han recibido el apoyo o asentimiento silencioso de EEUU y Occidente. La magnitud de su poder militar en la región es enorme, no tiene un rival cercano capaz de hacerle frente y tampoco es afectado visiblemente por las acciones marginales de Hezbolá en el Líbano. Irán, la única potencia enemiga de cierta consideración, se mantiene solo a un nivel de respuesta retórica o acciones indirectas a través de sus aliados hutíes en el Mar Rojo. Incluso diversas monarquías árabes están esperando que pase esta nueva crisis en Palestina para retomar relaciones cordiales y muy lucrativas con Israel. Entonces, con un poder militar intimidante, sin enemigos fuertes, amigos expectantes y poderosos aliados, cabe preguntarse por alguna debilidad en un estado encaminado en un acto de venganza sangrienta contra una población a la que mantiene cercada por décadas. Y este punto débil existe: la legalidad internacional.
Ha sido Sudáfrica y no algún país de Occidente, celosos abanderados del Derecho Internacional Humanitario en otras ocasiones, quien ha liderado esta acusación contra el gobierno de Israel. El historial europeo de siglos de persecución al pueblo judío probablemente ha pesado en esta inhibición occidental. Pero Sudáfrica no tiene esas ataduras históricas. En especial porque su historia reciente es la de superación del apartheid, la discriminación institucionalizada que sufrieron por décadas y que observan en el trato al pueblo palestino por parte de Israel. Este hecho en especial añade potencia a que este país realice la acusación, la que sería menos impactante de ser planteada por un país árabe o algún enemigo directo de EEUU y sus aliados, muchos de ellos deslegitimados por sus particulares actos.
Los cargos de genocidio que plantea Sudáfrica se ven apoyados por declaraciones de autoridades del gobierno israelí llamando al exterminio del pueblo palestino con discursos que apelan hasta a textos religiosos. También ha contado con el apoyo de videos grabados tanto por perpetradores y víctimas, muchos de ellos mostrando la destrucción y los crímenes en un horizontal streaming. En especial se apela a los resultados de las acciones israelíes: el 85% de la población de Gaza ha quedado desplazada de sus hogares y es amenazada por el hambre, la sed y la enfermedad. Todo esto se enmarca en una política de largo aliento donde los palestinos en distintas circunstancias siempre acaban con menos tierra que habitar, más rodeados, con menos esperanzas de lograr un estado propio y con más seres queridos que llorar después de una bala israelí.
La respuesta del gobierno de Benjamín Netanyahu, a quien la rabia de diferentes sectores de su país por la incursión terrorista de Hamás le ha salvado de momento el pellejo político, ha sido tildar a Sudáfrica de cómplice de Hamás, junto a todos los estados que apoyan la acusación. En la CIJ, a cada video de Sudáfrica se le ha contrapuesto un video de los horrores causados por Hamás en su reciente incursión. Pero esto hasta casi parece una excusa de parte por cometer actos atroces en respuesta.
La acusación de genocidio que impulsa Sudáfrica tiene el fin de lograr un pronto alto al fuego y aplicar medidas internacionales de prevención. Sin embargo, como diría Carl Sagan, afirmaciones excepcionales exigen evidencias excepcionales. El genocidio no solo es un crimen de supremo horror, sino que implica las consecuencias legales y de prestigio más graves para cualquier individuo o gobierno acusado. Es el equivalente del arma nuclear en el Derecho Internacional y por ello determinar su existencia de manera fehaciente es un proceso muy delicado. La banalización o proliferación sin sustento de acusaciones parecidas son una amenaza si no se trata este caso con el más estricto rigor.
Se compruebe que el gobierno de Israel intenta cometer genocidio o no, el acto de Sudáfrica es quizá una de las pocas respuestas a la mano ante visibles e innegables crímenes sufridos por la población civil de Gaza, enmarcados en una historia de asedio, ocupación, discriminación y violencia. También es una bofetada a un Occidente inmóvil ante la vulneración de los principios que planteó y promovió en el orden mundial. La abandonada antorcha de una causa justa del Derecho Internacional está siendo recogida con decisión desde el sur del mundo.
Andrés Paredes (Lima, 1978) es internacionalista.