Tratando de entender –perdón, trying to understand– por qué esta vez no pusiste negra (ni marrón) tu foto de perfil en Instagram.
- Entierro de las víctimas de la masacre de Juliaca. Fotografía: Associated Press
Hace unos años, una niña europea que visitaba el Perú –tenía poco más de 24 horas turisteando por Lima– me hizo una pregunta. Dudó antes de hacerla, intuía que el tema podría ser incómodo, pero no podía más con la tremenda disonancia de lo que venía viendo:
–¿Por qué aquí en los anuncios todos son blancos?
No entendía por qué la gente de los (abundantes) carteles publicitarios limeños se parecía más a ella que a las personas con las que se cruzaba por la calle. De hecho, el país de donde ella venía ofrece mucha más diversidad en su publicidad. El choque era demasiado evidente como para no notarlo.
Por supuesto, los peruanos ya no nos damos cuenta de eso. Por ahí, de vez en cuando, tenemos algún ejemplo tan extremo que Twitter organiza un linchamiento y ya. Pero incluso los peruanos más activistas y woke probablemente no noten nadan porque, de tanto verlo, lo tienen normalizado.
Hasta que llega alguien con la mirada sin contaminar.
Así que recurramos a esas miradas ajenas para entender otra grave disonancia: por qué dos muertos fueron suficientes para que literalmente cientos de miles de limeños se volcara a las calles contra Manuel Merino versus por qué medio centenar de víctimas le han dado a Dina Boluarte la aprobación de 3 de cada 10 limeños (según IEP e Ipsos de hoy).
Veamos qué nos dice la prensa extranjera.
Bueno, dirán, eso es lo que le han dicho seguramente unos «expertos» caviares y/o resentidos a los despistados alemanes de la Deutsche Welle. Vayamos a otros medios:
¿Otra vez la R word? Bueno, qué se puede esperar de los caviarazos ingleses de la BBC, que seguramente han consultado con otros caviares que todo lo ven racismo. ¿Acaso no ven la violencia de los manifestantes?
Esta es la postura editorial de El País de España:
Muchos peruanos, como reflejo de un malestar creciente, exigen la salida de Boluarte, e incluso de todos los parlamentarios, a los que identifican con una élite ensimismada en sus privilegios y abstraída en Lima.
Pongámonos serios. Es interesante que todos los diarios extranjeros que han editorializado sobre el Perú destaquen la fabulosa incompetencia y los múltiples indicios de corrupción Pedro Castillo, el hombre. Pero, al mismo tiempo, aclaren que Castillo, el símbolo, sí «generó una oleada de entusiasmo» «en las regiones más pobres y olvidadas de Perú». Y que, a su vez, contrasten eso con:
El trasfondo nacional es el abismo de larga data entre una élite política blanca y adinerada en Lima y los pueblos indígenas y pobres de las zonas rurales en otros lugares, que enfrentan discriminación y no pueden acceder a los servicios básicos.
Eso es de la editorial (traducida) de The Guardian, del Reino Unido. En Francia, Le Monde dijo algo similar:
Los diecisiete meses de su presidencia [de Castillo] habían estado marcados por la incompetencia y la inestabilidad. Pero, como maestro de orígenes modestos, representó una esperanza para que las poblaciones campesinas e indígenas de los Andes pobres y marginados finalmente fueran escuchadas por las élites poderosas de Lima.
Cinco medios distintos, de cuatro países distintos, no pueden evitar mencionar el racismo, la discriminación y la desigualdad como factores cruciales en esta crisis.
Y no, no se han comprado el cuento de los radicales. Ninguno sostiene que Castillo sea inocente o víctima ni que deba salir de prisión. Y, ojo, tampoco ninguno llama «dictadura» al gobierno de Boluarte; de hecho, todos insisten en que le corresponde legalmente estar al mando del país (solo Le Monde desliza que la actitud represora de Boluarte «plantea la cuestión de su permanencia en el poder»). Eso sí: todos explican que las elecciones de 2024 deberían adelantarse, como primer paso de una salida cuyas siguientes etapas no están claras para nadie.
Y, porsiaca, tampoco ninguno menciona que la protesta sea terrorismo. De hecho, Simon Tegel del Washington Post, de Estados Unidos, vincula con perspicacia el terruqueo con el racismo:
El mencionado racismo ha tomado la forma de terruqueo, un término exclusivamente peruano que describe la difamación de los críticos acusándolos falsamente de terrorismo. La táctica resuena profundamente en una sociedad traumatizada por los insurgentes maoístas de Sendero Luminoso, que masacraron a unas 31.000 personas en las décadas de 1980 y 1990. Todavía es utilizada de forma rutinaria por la extrema derecha peruana.
(…)
Pero también [Boluarte] dijo que las demandas de los manifestantes “no se pueden entender”, una afirmación con tintes racistas. Su ex primer ministro, Pedro Angulo, quien duró solo una semana en el cargo, culpó de las muertes de los manifestantes a la supuesta incapacidad de los andinos para entender las órdenes policiales en español.
Todo esto nos lleva al mundo de los que declararon luto en sus redes por Black Lives Matter, postearon Je suis Charlie y mantienen hasta hoy su banderita ucraniana en sus redes sociales…
Por ejemplo.
…mientras que, al mismo tiempo, justifican con múltiples malabares las ejecuciones extrajudiciales de medio centenar de peruanos, incluidos un médico llevando primeros auxilios, un mecánico que pasaba por allí, una animalista de 17 años, un cantante de cumbia, un adolescente que quería ser policía y otro que soñaba con ser futbolista.
Esta actitud –indiferencia en el mejor de los casos; deshumanización del prójimo, en otros– no es novedad. Va de la mano con el terruqueo. Hace veinte años, el Informe Final de la Comisión de la Verdad dijo todo esto:
9. La CVR ha constatado que la tragedia que sufrieron las poblaciones del Perú rural, andino y selvático, quechua y asháninka, campesino, pobre y poco educado, no fue sentida ni asumida como propia por el resto del país; ello delata, a juicio de la CVR, el velado racismo y las actitudes de desprecio subsistentes en la sociedad peruana a casi dos siglos de nacida la República.
Esta es solo una de las conclusiones del Informe Final de la CVR. Conclusiones que tendrían que haber sido interiorizadas por nuestra clase política, enseñadas en los colegios y convertidas en lineamientos de políticas públicas. En vez de eso, se las enterró y hoy vuelven a ser aplicables a nuestra sociedad.
En la siguiente conclusión, remplacen Acción Popular (cuyo régimen ochentero nadie llamaría dictadura) por Dina Boluarte:
87. La CVR encuentra responsabilidad política en el gobierno de Acción Popular por su tolerancia a las violaciones de derechos humanos cometidas por parte del Estado, principalmente contra la población indígena, la más desprotegida y marginada del país, y halla en ella una lamentable muestra de esos hábitos de discriminación y racismo existentes en la sociedad peruana.
Pocos ignoraron tanto a la CVR –es más, la combatieron– como los medios de comunicación. Hoy, el repudio que sufren es consecuencia directa de no haber entendido esto:
150. (…) Desde inicios de la década de 1980 los medios de comunicación condenaron la violencia subversiva (…). Sin embargo, los medios no tuvieron la misma posición en cuanto a la investigación y a la denuncia de las violaciones de los derechos humanos. [La CVR] reconoce que hubo un valioso y arriesgado trabajo de investigación y denuncia; pero, al mismo tiempo, señala que hubo medios que sostuvieron una posición ambigua e incluso llegaron a avalar la violencia arbitraria del Estado.
151. (…) En muchos medios se cayó en una presentación cruda, desconsiderada frente a las víctimas, que no favoreció la reflexión y sensibilización nacional. Forma parte de este problema el racismo implícito en los medios, resaltado en el informe final.
Los medios pretendidamente nacionales dependen económicamente de su aterrorizable público limeño. Por eso, cada día le ofrecen un cuco distinto (Movadef el lunes, subprefectos el martes, narcos el miércoles, mineros ilegales el jueves, Evo el viernes, el propio Castillo el sábado y todos juntos el domingo). Porque al limeño le encanta sentirse asustado de los otros. De los que bajan del cerro, como dijo Montoya.
Por eso parece importante, necesario, urgente, que sí haya manifestaciones limeñas de solidaridad con las muertes. Para que ese clivaje entre Lima vs los demás no termine de ahondarse. Para tender un puente. Para reparar las heridas:
166. Para la CVR, la reparación implica revertir el clima de indiferencia con actos de solidaridad que contribuyan a la superación de enfoques y hábitos discriminatorios, no exentos de racismo.
Hoy por hoy, los principales puntos en agenda no son la Constituyente y mucho menos la liberación de Pedro Castillo. Lo que ha aglomerado las marchas en el resto del país son los asesinatos. Que buena parte de los limeños no termine de entender esto dice mucho de la información que reciben. De la burbuja mediática que los protege tanto de los reclamos indignados del interior como de las advertencias horrorizadas del exterior.