La entrevista de Gigi y Peluchín a Keiko Fujimori pone tantos temas sobre la mesa , que es difícil evitar que se mezclen. Pero conviene separarlos, porque cada cual merece una reflexión aparte.
Y porque esos aspectos pueden servirnos para ir más allá de los casos específicos de ambos conductores o de esta candidata en particular.
El primer aspecto debería ser el más obvio, pero es el menos discutido: los poderes fácticos le han bajado el dedo a Keiko.
Esto era bastante obvio ya el año pasado cuando distintas facciones empresariales o conservadoras lanzaron globos de ensayo como Roque Benavides, Fernando Cillóniz o De Soto, en un claro afán por intentar llevarse su bolsón electoral.
(Pretendido bolsón, habría que decir. Bajo su ropaje de derecha conservadora, el fujimorismo encarna o encarnaba varios otros sentimientos de representación que le aportaban caudal electoral. No es casualidad que en el norte peruano, las votaciones de Acuña y Keiko se hayan superpuesto más de una vez, solo por citar un ejemplo… Intentar remplazar ese fenómeno aluvional que fue el fujimorismo con Another Old White Male ha sido una más de tantas torpezas de nuestros limeñísimos poderes fácticos. Pero ese es otro tema.)
El caso es que se impuso en la élite limeña la sensación de que Keiko estaba muy quemada y salieron a buscar la alternativa. Después de muchos tropezones, parecen haberla encontrado en López Aliaga. Por eso, nuestro Fox News local ha decidido sacarle la vuelta a la ley electoral y ha convertido su programación en Porky TV: de los 18 candidatos en competencia, López Aliaga es el más entrevistado por la televisión: ha aparecido 32 veces; de las cuales 23 han sido en Willax.
Si hay una apuesta por un candidato, es claro que ese medio intentará arruinar las posibilidades de su competencia directa. Eso, y no otra cosa, es lo que viene sucediendo con Keiko. Su antiguo financista de campaña, Erasmo Wong, tiene ahora nuevas lealtades.
Justo antes de presentar a Keiko en Amor y Fuego, sus conductores avisaron que tendrían a López Aliaga en el set esta semana. Fue casi como escuchar los acordes de The Rains of Castamere.
El segundo aspecto con el final del cuento llamado Keiko Fujimori.
Hablemos de la imagen que vende cada candidato. Específicamente, de lo que los comunicadores llamamos la narrativa. Es decir, cómo reduces una figura política a un pequeño cuentito con inicio, medio y final. Fácil de digerir.
En el caso de Keiko, su narrativa se ha roto. Mejor dicho, sus narrativas se han roto.
Como decía hace unas líneas, Keiko representa (o representaba) muchas cosas, muy distintas, para sus votantes: la continuidad con el legado de su padre; la lealtad familiar; el proceso de expiación de los errores de los 90; los valores conservadores; un Estado laissez faire; un gobierno asistencialista; el rechazo a lo «progresista»…
Sí, muchas de esas narrativas se contradicen entre sí. Pero funcionaban para Keiko porque tenía una gran ventaja: ella, personalmente, era un lienzo en blanco. O, mejor dicho, Zelig. Keiko era lo que le convenía ser ante cada audiencia (la Keiko de Harvard fue el ejemplo más extremo). ¿El resultado=? Al final, un peruano no anti-fujimorista podía ser convertido en un votante por Keiko si es que enganchaba con alguna de esas múltiples narrativas. Por eso casi gana dos veces.
Tenía una ventaja extra: Sus contradicciones no eran expuestas porque se podía dar el lujo de proclamar desde el púlpito: en los últimos cinco años, sus más memorables intervenciones políticas han sido, todas, grabaciones posteadas por ella misma en sus redes sociales. Por esos sus debates con Ollanta o PPK fueron tan esperados (y celebrados por sus opositores): porque nunca, nadie, la confrontaba.
Todas sus entrevistas eran en ambientes controlados. Por ejemplo, con colegas abiertamente simpatizantes, como los que iban a sus parrilladas.
Pero también aprovechaba un resquicio del sistema: sus entrevistas más «riesgosas» siempre eran elegidas para ocurrir con periodistas que ocupasen roles más bien «institucionales» de medios posicionados en la imparcialidad (medios que prefieren, mil veces, ser acusados de «tibios» que de «antifujimoristas»). Para ser más claros, en RPP o Canal N tú no eres tú: tú eres un periodista de RPP o de Canal N. Lo que no necesariamente está mal (así funcionan la BBC o CNN, al menos en teoría), pero sí te convierte en una suerte de embajador del medio ante todo un sector del público (en este caso, el fujimorista), con el que no te conviene antagonizar directamente.
Keiko sabía esto y por eso evadía las preguntas incómodas con la búsqueda de complicidad y simpatía con sus entrevistadores. Siempre una sonrisa.
El caso es que esta estrategia protegió sus narrativas tan contradictorias. Hasta que ella misma, solita, decidió petardearse. La tragedia de la primogénita sufriente se volvió la traición de la hija malvada. La candidata de la estabilidad nos sumergió en la vorágine de sus pataletas. Y así.
Y nadie mejor equipado que Gigi y Peluchín para desnudar este momento de Keiko Fujimori. Los conductores de farándula no viven del «análisis» de la realidad (una pretensión que, en cierta forma, limita a la prensa autodenominada seria). No. Ellos viven de la explotación de las narrativas ajenas. Y se encontraron delante suyo a la víctima perfecta: alguien que había construido su imagen sobre la base de una narrativa personal (en vez de una narrativa ideológica como, por ejemplo, Verónika Mendoza o Hernando de Soto). La narrativa de Keiko ha tenido, muchas veces, más en común con la farándula que con la política. Y cuando los conductores de «Amor y Fuego» fueron a eso, a lo suyo, a la historia personal –a lo que un periodista institucional solo puede entrar con muchos caveats–, el resultado fue… pues eso: fuego.
El tercer aspecto es el secreto de Willax.
Eso que sintieron ustedes, mis lectores antifujimoristas, viendo esta entrevista a Keiko… es exactamente lo mismo que siente el público habitual de Willax cada día: la confirmación de mi sesgo. ¿Ya ves? Mira, esa es la Keiko que yo siempre supe que existía pero nadie mostraba. De nuevo esta palabra: representación.
En una sociedad tan fragmentada, una opción por el periodismo «imparcial» –como el que pretenden todos los demás canales de noticias– funciona cada vez menos. La gente no busca información en los medios. Busca representación. Busca alguien «que diga las cosas». Por supuesto, si la cosas que dice ese alguien no cuadran con mi expectativa de la realidad, de inmediato le atribuiré razones subalternas a ese alguien. Yo no puedo estar equivocado. Seguro ese periodista ha vendido su opinión.
Pasa en todos los ámbitos. Desde la gente que creía que las agendas de Nadine habían sido fabricadas por el Apra hasta los que se siguen negando a aceptar la evidencia de las coimas de Vizcarra en Obrainsa… para citar solo dos ejemplos notables de negación de la realidad del «bando» antifujimorista.
Este problema se ha acentuado porque es muy fácil encontrar en las redes la representación que necesito. Contrasten a su tuitero favorito con los medios masivos, que siguen jugando a la imparcialidad y solo me ofrecen datos descafeinados. En cambio, Willax me ofrece la misma dopamina que generan los canales de YouTube terraplanistas.
El periodismo –sobre todo si se hace en piloto automático– no puede competir con la desinformación. En teoría, el periodismo son datos. Hechos. Complejos, llenos de matices. La desinformación, en cambio, te vende respuestas fáciles, confirmación de sesgo y la rica dopamina de siempre haber tenido la razón.
Hay una salida, por supuesto. El periodismo de interpretación. A medio camino entre la opinión y la información. Willax hace eso todo el rato, solo que no es periodismo: suele basarse en falsedades o medias verdades. Los datos falsos enganchan, obviamente, porque una fake news responde a una agenda y esa agenda tiene una narrativa fácil de decodificar. Pero para ellos no es suficiente el dato falso, como sería suficiente un dato verdadero para otro medio. No. Sobre ese dato falso, además, interpretan. Arman narrativa. Te hacen sentir representado. Generan más dopamina.
¿Se podría armar un Willax veraz? Se podría. Se requeriría gente más talentosa, por supuesto. Nada más fácil que vender una mentira. Nada más difícil que explicar la verdad. Pero se puede. Después de todo, en parte eso es lo que hicieron Gigi y Peluchín: interpretaron una verdad. Fue una demostración –tan rara en nuestra tele– de que la verdad también puede generar dopamina.