Hoy, domingo confinados, empezamos con la historia de Fátima, una rastreadora de contactos peruana. Sí, existen. O existieron. A fines de marzo, a través del Proyecto Bicentenario, algunos voluntarios fueron reclutados por el Estado. Trabajarían a distancia: rastreo telefónico de contactos. Esto venía funcionando en Alemania; buena señal. Además, parecía una estrategia adaptable al Perú, un país con más celulares que personas.
En el caso de Fátima, estaba bajo el mando del Midis. No el Minsa. Raro: uno pensaría que tendría que haber un epidemiólogo al mando, por ejemplo. Pero, bueno, vamos a asumir que el gobierno está enfocado únicamente en la cuarentena, que las instancias comparten información, que esta información se utiliza para tomar decisiones.
Fátima pidió Loreto, nuestra Wuhan por entonces. El Midis tenía una base de datos de adultos mayores y personas con discapacidad. Los voluntarios, desde sus celulares, tenían que contactarlos y averiguar cómo estaban, con cuántas personas vivían, quiénes eran esas personas, conseguir los teléfonos de los contactos eventuales que hubieran tenido. Armar un Excel. Llamaban todos los días. Si alguien presentaba síntomas o alguna necesidad impostergable (no tenía qué comer, por ejemplo), había que lanzar alertas. No hubo mucha capacitación: unos correos, un pdf, el teléfono de una coordinadora para cualquier duda y ya.
Pronto, la realidad se impuso. La gente se quedó sin dinero, las canastas no llegaban a su comunidad, cada vez más se contagiaban. Y nadie los visitaba. Ni personal de salud ni del Midis ni nadie. Fátima reportaba los casos, llamaba al día siguiente y no, señorita, nadie ha venido, nadie. Por WhatsApp, algunos voluntarios se organizaron para ayudar, hacer llegar dinero de alguna manera a los casos más dramáticos. Pero era imposible ayudar a todos. Fátima seguía llamando, día tras día. La gente era amable, agradecían el interés, la compañía a la distancia. Pero ella, con cada día sin que ninguna de sus alertas tuviera alguna consecuencia real, sentía que todo era una burla. Su coordinadora también sentía vergüenza, quería renunciar.
A mediados de mayo, una anciana que vivía sola presentó síntomas. Le dolía la cabeza, tenía fatiga. Fátima reportó el caso como prioridad máxima. Como siempre, eso no consiguió nada. Fátima llamó día tras día. No ha venido nadie, señorita, contestaba la señora. Hasta que un día dejó de contestar.
Fátima renunció.
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La historia de Fátima viene a cuento a raíz de la polémica sobre la cachita de Pilar Mazzetti. Resulta que Jaime Chincha le preguntó sobre la evidencia que tenía el gobierno para tomar las decisiones que han llevado a que, por ejemplo, hoy no puedas salir de tu casa. Mazzetti se la pasó citando estudios en el extranjero. Chincha pidió la data elaborada en el Perú y, aún debajo de la mascarilla, se pudo ver la sorna de la ministra.
–¿Están preguntando en serio?
La ceja levantada de Mazzetti ha desatado una polémica en Twitter que es bastante más interesante que el usual «debate» tuitero. Les dejo los enlaces a los dos hilos más representativos de cada bando: el que, desde una visión especializada, insiste en la necesidad de producir data local que guíe las decisiones del gobierno y el que, bajo un criterio de realidad, explica que las limitaciones locales de producción e interpretación de data exigen políticas basadas en rutas alternativas.
Para ponerlo en sencillo. Unos, basados en análisis cuantitativos, te dirán que hay distritos en Lima que deben entrar en cuarentena. Otros, basados en análisis cualitativos, te explicarán por qué es una idea inaplicable.
En el caso específico del rastreo de contactos, un bando explica que intentarlo hoy, con todos los indicadores disparados al máximo, sería un esfuerzo inútil: el rastreo de contactos asume, disculpen la perogrullada, que el contagio se pueda rastrear, es decir, que se pueda saber con cierto grado de certeza cuáles fueron sus contactos a lo largo del día. Esto es imposible hoy, en ciudades con movilidad sin restricciones y aglomeraciones diarias en el transporte público y los comercios.
El otro bando aclara que no todo el país es homogéneo, que se puede focalizar en algunas zonas (las que estén en cuarentena aún, por ejemplo) donde la movilidad esté limitada o los contagios no se hayan disparado y que, por último, peor es no hacer nada.
No debería ser sorprendente que quienes esté en el bando más «realista», el que levanta la ceja junto a Mazzetti, sean, varios, gente con experiencia en la función pública, incluido el exministro Zamora. Cualquiera que haya visto al monstruo estatal por dentro va a estar resignado a bajar los brazos. El aparato burocrático es difícil de mover en cualquier dirección que no sea la que ya lleva. Y eso, comprensiblemente, puede llevarte a la desesperanza. Recuerden la historia de Fátima.
El bando idealista insiste en la famosa estrategia TTI (test, trace, isolate), que podría traducirse como TRA (testear, rastrear, aislar), cuyo éxito, ciertamente, depende de muchas variables que en el Perú parecen inalcanzables. Pero lo parecen porque nuestro punto de partida fue erróneo.
El mismo Zamora es culpable de haber apostado por las pruebas rápidas como una herramienta de diagnóstico, cuando tenían que haberse limitado a ser una herramienta de rastreo, su propósito original. La gestión Zamora distorsionó su finalidad, anunciando que le iba a proponer a la OMS que sus resultados se considerasen equivalentes a los de las pruebas moleculares. ¿El resultado? Las cifras menos confiables de la región. Imagen de Ojo Público:
La moraleja con Zamora es que de nada te sirve la «data» si la obtienes de manera deficiente. ¿Tiene el Estado peruano la capacidad de obtener data precisa? Al parecer, en algún punto de su gestión, Zamora entendió que no y eso lo llevó a la parálisis.
El caso es que hay formas de conciliar las dos posturas sin caer en el inmovilismo. Y, miren qué casualidad, esa conciliación llega de manos de un especialista en el tema: el epidemiólogo Mateo Prochazka. Una semana antes del estallido del debate, el hilo con su propuesta para atacar la pandemia en el Perú se puede leer como un postura con un pie en cada bando.
Al final, volvemos a lo mismo. Hay que escuchar a los especialistas, sobre todo cuando vienen, como Prochazka, con un enfoque multidisciplinario. Un pozo es más eficiente mientras más profundo sea, pero se seca pronto si no tiene contacto con otras fuentes de agua.
Aquí es cuando quiero volver a Fátima.
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Un especialista nos diría que lo que se había implementado con esos voluntarios del Bicentenario no era un «verdadero» rastreo de contactos. Que tenía otras funciones; la ayuda social, por ejemplo. Y está bien. Eso falta. ¿Se puede implementar a través de este rastreo telefónico? Parece que no.
Pero eso no quita que esa estrategia no pueda reutilizarse de otra manera. Un programa como el descrito al inicio de esta columna difícilmente servirá para contener brotes en una ciudad enorme con movilidad activa, como Lima o Trujillo. Y quizás tampoco sirva para hacer llegar ayuda médica o social. Pero sí puede servir para hacerles llegar mensajes.
Comunicación. Yo soy solo periodista. Yo no tengo las respuestas, solo las preguntas. Pero algo sé de comunicación. Y lo vengo diciendo desde la primera semana: una estrategia de comunicación basada solo en los mensajes de Vizcarra es un error.
Lo ha dicho Perú21.
Y también lo ha dicho León Moya:
Varias veces el gobierno ha dado medidas que entran en contradicción ya no solo con otras políticas públicas, sino con su propio discurso oficial. Y la necesaria explicación nunca llegó. Antes las hacía Vizcarra. Con Vizcarra escondido, dejaron de existir.
El Estado lanzó a la gente a cuidarse por sí misma debido a la necesidad de reactivación, pero no informó debidamente de las medidas adecuadas para prevenir la enfermedad. No basta con que un ministro las enuncie: hay que repetirlas una y otra vez.
Si Cecilia Valenzuela y Carlos León Moya coinciden en algo, tienes que pedir un deseo. Estás ante un evento cósmico. Y ante un diagnóstico incuestionable.
¿Qué hacer? Una salida es que los medios llenen (llenemos) el vacío. Expliquemos la racionalidad de las medidas a la gente. Enfrentemos la desinformación. Insistamos, una y otra vez, con conceptos fáciles de asimilar (las Tres C o el mantra «mascarilla – distancia – ventilación a la vez»). Pero eso tiene límites. A los dueños de los medios no les interesa. Casi se mueren entregando una hora muerta de su programación a Aprendo en Casa. No esperen nada de ellos.
El gobierno tiene que asumir su rol. Y tiene que entender que las campañas de comunicación pueden perfectamente olvidarse de los medios masivos.
¿Por qué Vizcarra no graba un mensaje de WhatsApp para que se viralice entre la gente? Un mensaje de audio, de un par de minutos, hablándole directamente a los ciudadanos de una ciudad específica. Sería tan o más potente que sus conferencias iniciales. No le tomaría ni media hora llegar al teléfono de millones de peruanos de manera mucho más cercana que una conferencia televisiva.
¿Por qué no se adapta la experiencia de Fátima? Su experiencia original de «rastreo» era multidisciplinaria. Podría reeditarse, pero con expectativas más realistas.
Los «rastreadores» telefónicos voluntarios pueden volver a convocarse. Y sí pueden contribuir con una base de datos pero además –y, quizás, sobre todo–, pueden usarse para llevar los mensajes a la gente. Instrucciones específicas de qué deben hacer quienes vivan en casa con un contagiado. Protocolos para disuadir a quienes quieran automedicarse. Actualización sobre las normas de conducta. Llevar un solo mensaje a la población, en vez de las decenas de las peligrosas idioteces que difunden y estimulan las autoridades locales. Un contacto sostenido, diario, de alguien que te responde al otro lado de la línea, como el que tenía Fátima, es mucho mejor que un par de entrevistas ministeriales ofrecidas a canales de cable.
Cuando Chincha le pregunta a Mazzetti si hay evidencia que guíe las decisiones del gobierno, en el fondo, lo que está pidiéndole al Ejecutivo es que nos convenzan. Que no solo ordenen. Que expliquen sus órdenes. Que persuadan a la ciudadanía de que esta batalla que lleva casi medio año tiene una guía; que este sacrificio nos llevará a un objetivo. Que convoquen a la gente a la lucha, no que la arrimen al pasillo de un hospital.
Las experiencias, como las de Fátima, pueden ser frustrantes pero esa frustración es inútil si no se aprende de ellas. Y de ese aprendizaje se puede recoger información. Las malas experiencias también aportan evidencia, ministra Mazzetti, y, usted lo sabe bien, eso significa que en estos meses el Perú ha generado mucha, mucha data.