Dicen que la Historia ―con mayúscula― la escriben los vencedores. Pero ¿quiénes son los vencedores y quiénes los vencidos cuando se habla de dictaduras, de conflictos armados o de genocidios? Con tantas vidas humanas perdidas en esos tránsitos, ¿hay realmente un “vencedor”? Sea como fuere, los seres humanos seguimos contando historias sobre nuestra Historia, a veces de forma académica, a veces valiéndonos del arte en todas sus expresiones. Sino que lo digan “La Ilíada”, de Homero; la pintura “El 3 de mayo en Madrid”, de Goya; la película “El juicio de Nuremberg” (1961) de Stanley Kramer y un incontable etcétera.
En el Perú, para contar cómo vivimos, sufrimos y entendimos esa parte de nuestra Historia llamada conflicto armado interno ―definición acuñada por el derecho internacional, no por cualquier “caviar” de a pie― podemos mencionar por ejemplo las maravillosas tablas de Sarhua, arte ancestral ayacuchano que ha servido de soporte para que quienes más sufrieron el terror de los años 80 – 90 plasmaran sus historias. Y, por supuesto, el cine y la literatura.
El ¿debate? que esta última semana ha generado el estreno de “La piel más temida”, la nueva película de Joel Calero, es bastante descabellado: nunca en mis clases de apreciación cinematográfica ―recibidas en una universidad pública― escuché que se podía criticar una película sin haberla visto. Las críticas, obviamente, no apuntan a la factura cinematográfica, producción o actuaciones. Las críticas apuntan a la historia. ¿Cómo se puede criticar una historia que no han visto y que no conocen? Porque al abordar “la época del terrorismo” creen que la conocen.
“La piel más temida” es una película de ficción que cuenta cómo una muchacha descubre que su padre no estaba muerto ―como le había hecho creer su madre―, sino en la cárcel cumpliendo condena por pertenecer a un movimiento terrorista. Más específicamente, a Sendero Luminoso. No estamos frente a un documental ni a una película propagandística, sino a una ficción que cuenta una historia perfectamente factible: una muchacha se entera repentinamente que es hija de un senderista y se enfrenta a ello con toda la carga emocional e histórica que conlleva. Los daddy issues llevados a su máxima expresión. ¿Cuál es el problema con esta historia? Por lo que he leído, visto y escuchado, el problema radica en que “se humaniza a los terroristas” y se habla de terrorismo de Estado, dos realidades que a la derecha negacionistas le encantaría borrar del mapa.
En el Perú vivimos un conflicto permanente con nuestra Historia y con las interpretaciones que de ella se hacen. Nos movemos bajo el razonamiento de “buenos vs malos” y “víctimas vs monstruos”. Pero el arte y la cultura se enfrentan a ese limitado entendimiento. Acusar a una película de “humanizar” a los miembros de Sendero Luminoso es negar lo básico de la existencia y hace perder de vista que tanto los terroristas como los miembros de las FFAA como las víctimas de la violencia son seres humanos. ¿Nos es imposible entender tal nivel de maldad en un ser humano como nosotros porque nos hace temer nuestra propia (in)humanidad? ¿No se quiere reconocer el terrorismo de Estado porque ante un malo indiscutible (la facción terrorista) la contraparte (el Estado y las FFAA) “tiene que” ser la buena?
El cine ha servido como herramienta para entender los procesos históricos de forma multidimensional desde su creación. Su papel en este entendimiento se ha ido complejizando con el paso del tiempo, a medida que avanzaba la tecnología y se exploraba su lenguaje. Los productos cinematográficos, entonces, como todos los productos culturales, son susceptibles al análisis y a la interpretación. En ese sentido, tenemos la potestad de elegir ver con ojo crítico los documentales propagandísticos nazis de Leni Riefenstahl o sencillamente mandarlos a la hoguera y desaparecerlos de la faz de la tierra. Podemos tener el mismo dilema con “Alias Alejandro” (2005), documental de Alejandro Cárdenas que narra la historia del realizador al enfrentarse al hecho de que su padre ―Peter Cárdenas― estaba encarcelado por ser uno de los cabecillas del MRTA. Voto por elegir ver estas y otras obras con ojo crítico, pues quemarlas, negar su existencia, no hace otra cosa que acrecentar el desconocimiento y el temor.
Al tildar al victimario de monstruo se le quita humanidad y responsabilidad, lo cual es un grave error porque así no se le da un real campo de acción a la justicia para funcionar como tal. También se reduce el campo de reflexión, de construcción de memoria y el ejercicio del pensamiento crítico. El reconocer la humanidad del “malo” ―¿vieron “La zona de interés”?― complejiza el panorama, no porque le de la gana al creador, sino porque compleja es la Historia y, como lo veo, no debería de haber espacio para simplificarla. Entenderla, sí. Simplificarla, no.
Entonces, la diatriba de Francisco de Piérola y la derecha en su conjunto contra “La piel más temida” ha propuesto simplificar el asunto y ha dado pie a un show en el que ya se lanzaron frases como “¿Para qué otra película sobre…?” además de los ya conocidos “fachos” vs “terrucos”. Los dimes y diretes en torno a este asunto solo son parte de un capítulo más de la batalla cultural que está librando la derecha peruana y que no es para nada inocente. Batalla que, como señala el historiador Steven Forti en su libro “Extrema derecha 2.0”, vienen dando las derechas alrededor del mundo y que tiene entre sus objetivos polarizar y fragmentar la sociedad para luego reconstruirla según su propia visión y su propia versión. Este tipo de batallas le da presencia social, cultural e incluso, a mediano plazo, electoral. A juzgar por la composición del poder estatal en nuestro país, son varias las batallas que hemos perdido quienes no estamos a la extrema derecha del barómetro político. El cultural es uno de nuestros últimos bastiones, defendámoslo con inteligencia.
Katherine Subirana Abanto es periodista.