Tirarle sopa a los girasoles (por el cambio climático) o morir en el intento (por lo mismo).
Ya conocen el caso. Un par de activistas contra el cambio climático le tiraron sopa de tomate (como la de la lata inmortalizada por Andy Warhol) al que quizás sea el cuadro de girasoles más célebre de toda la serie de Vincent Van Gogh.
Eso ya lo saben. Lo que quizás no saben es que la protesta estaba calculada. El cuadro tiene un vidrio encima. Los de la National Gallery simplemente limpiaron la sopa y la pintura, como pueden ver en la nota de la BBC mostrada arriba, ya está de nuevo en la exhibición permanente.
O sea, nadie dañó un Van Gogh. Pero qué susto, ¿no?
El mismo susto que deben haber sufrido muchos, en el Louvre, cuando vieron que una anciana en silla de ruedas se ponía de pie, resultaba ser un tipo y le lanzaba un tortazo a la Mona Lisa. De más está decir que la pintura de Leonardo es la más protegida del planeta y no le pasó nada.
Pero qué susto, ¿no?
No han sido los únicos cuadros afectados por una reciente ola de cuasi-vandalismo (ninguna obra termina realmente afectada) destinada a llamar la atención por la crisis ecológica. Todas parecen inspiradas en informes como estos:
En verano, una pintura necesita un entorno de 23 grados y un 55% de humedad relativa. Algo difícil de conseguir cuando fuera de las salas el mercurio marca más de 40 grados, dentro están atestadas de turistas y falla el aire acondicionado.
Por supuesto, la mayoría de gente se queda con el susto del ataque. Leen el titular en un tuit y piensan que ya perdimos para siempre la obra de turno. Pero, como todo con la emergencia climática, no las perderemos de un momento a otro, sino poco a poco.
¿Son efectivos los sustos que nos dan los activistas? Parece discutible. En las redes hay toda una teoría de la conspiración acerca de Just Stop Oil, la organización detrás del último ataque. Como está financiada por Aileen Getty, heredera de la fortuna petrolera de la familia Getty, creen que más bien estos actos están destinados a desprestigiar la causa. Otra evidencia: Just Stop Oil pide donativos a través de criptomonedas, nefastas para el medio ambiente.
El Jerusalem Post tiene un buen artículo separando la paja del trigo. No se animan por un veredicto pero leyéndolo parece que se trata de una organización legítima. No sería la primera vez. Alfred Nobel se hizo millonario luego de inventar la dinamita y luego se pasó el resto de su vida destinando su dinero a causas pacifistas (incluyendo su famoso premio a la Paz). Científicos legítimamente preocupados (más bien, angustiados) por la crisis climática también le dan su aval.
O sea que, no.
No es un montaje. Es una protesta real. O un acto de desesperación.
De susto, ¿no?
La mayoría de activistas radicales por el cambio climático o son muy jóvenes o son científicos. Es decir, unos están preocupados por el estado del mundo cuando sean unos cuarentones como yo y los otros saben cómo será el estado del mundo cuando esos jóvenes dejen de serlo.
Tampoco es que haya que esperar tanto. Veamos las noticias de la semana.
Insisto que es una noticia reciente. No quise irme muy lejos. Producto de googlear «cambio climático» y husmear en la sección de Noticias. ¿Qué aparece? Mil millones de cangrejos han desaparecido solo en Alaska.
¿Muy específica? ¿Muy reducida a una sola especie, a una sola región?
Probemos con esta, de esta semana también:
Me gustaría insistir en que el informe habla de todo tipo de vertebrados. Peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos. El 70%. En 30 años. Menos de los que he vivido yo.
Ya, sí. Pobrecitos los animalitos. ¿Queremos consecuencias en los seres humanos? Olvidémonos por un momento que perder el 70% de los vertebrados altera todo nuestro entorno de una manera inconcebible. Asumamos que vivimos aislados de las otras especies. Entonces, veamos otra noticia de esta semana:
Sí, claro. Europa. Obviamente aquí el principal factor es la guerra. Pero el otro factor es que las temperaturas son cada vez más extremas. Se calienta el verano pero también se enfría el invierno. Se necesita más energía no solo para dar más calor, sino también para el aire acondicionado. Se necesita más energía, siempre. Cada vez más.
Más energía = más consumo = más contaminación = más cambio climático.
Un círculo perfecto.
Ya, pero es Europa. ¿A quién le importa?
Entonces, otra noticia de esta semana:
En el documental Guardianes y guardianas del agua, estrenado esta semana, se destaca cómo el cambio climático ya está secando las cuencas de las que sale el agua que llega a Lima.
Por suerte para los desprevenidos limeños, en Huarochirí, los comuneros han emprendido una lucha para proteger esas fuentes, recurriendo a prácticas ancestrales para «sembrar» y «cosechar» agua en las partes bajas de los Andes. No es una lucha altruista. Lo hacen por sus animales y por ellos. Pero los beneficiados colaterales son los capitalinos que, seguramente, saldrán a jugar carnavales en febrero.
Todo este mosaico catastrofista, insisto, ha sido elaborado sólo con novedades de esta semana. Después de leer todo esto, quizás tirarle sopa a un vidrio no parezca tan grave. Ciertamente no es la mejor forma de comunicar un mensaje pero tampoco diera la impresión de que, a estas alturas del desastre, exista una mejor forma.
Sin ir muy lejos, una de nuestras mayores expresiones artísticas, Chan Chan –gracias al cambio climático–, se encuentra en un riesgo mayor y más inmediato que cualquier obra de Van Gogh. Pero eso no es algo que vaya a llamar la atención de los peruanos ni aunque derramemos ríos enteros de sopa en la ciudadela. Así que podemos seguir encogiéndonos de hombros.
En fin. El caso es que si estabas preocupado porque en tu próximo viaje a Londres te perderías los girasoles, descuida. Están allí, todavía. Pero qué susto, ¿no?