Bajo algunos estándares, ya estamos en el año 8 de la 3GM, un conflicto global tan normalizado que has terminado participando sin darte cuenta.
Hay muchas citas falsas de Einstein rondando por Internet pero una que sí parece haber pronunciado es esa de
No sé con qué armas se peleará la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras.
Cuando era chico, la parte que más me llamaba la atención de esa frase era la primera. ¿Cómo que Einstein no sabía con qué armas se iba a pelear la 3GM? ¿No era evidente que se emplearía algún tipo de arsenal nuclear? ¿Qué otra cosa podía ser?
Ahora queda claro que Einstein no jugaba al azar con sus predicciones.
El físico alemán no tenía cómo imaginar su naturaleza precisa pero –hoy está más claro que nunca– la guerra moderna sigue unas reglas muy distintas a las de su época.
Miren esta frase de junio del año pasado, cuando muy pocos creían que Putin lanzaría una invasión a gran escala de un país vecino:
La guerra informativa solía respaldar la guerra real, pero ahora la guerra física respalda la guerra informativa.
Creo que esta definición es lo que separa la propaganda imperialista tradicional –como la gringa, por ejemplo– de la estrategia que está empleado Putin. La frase le pertenece a Olexsandr Korban, profesor asociado de la Universidad de Kiev, al Byline Times en un artículo sobre «la Guerra contra la Verdad» que Putin había lanzado y que, alertaba el informe, era una amenaza para la humanidad entera.
Korban había identificado unas 300.000 cuentas falsas con capacidad de llegar hasta a 100 millones de desprevenidos usuarios, con un presupuesto asignado de 5 mil millones de dólares. Esta tajada salía del 10% del presupuesto total de defensa ruso. Según su análisis, la guerra desinformativa que tenía a Ucrania como eje había llegado el año pasado al punto de maduración en el que tenían que salir los respaldos «del mundo real».
Y salieron.
Hay algo que necesita destacarse: el caos desinformativo generado por el gobierno ruso es parte de su estrategia militar. Es presupuesto de defensa. Y la participación del GRU, el servicio inteligencia militar ruso en estos ataques ha sido documentada una y otra vez desde el año 2014.
Carole Cadwalladr, la periodista de The Guardian que destapó el caso Cambridge Analitica, y que conoce como pocas el mundo de los ataques de fake news, puso contexto hace poco:
Fue la furia de Putin por la destitución del presidente ucraniano Yankovych en febrero de 2014 lo que inició todo. Las operaciones de información fueron el primer paso crucial en la invasión de Crimea y el Donbass. Un intento deliberado de distorsionar la realidad para confundir tanto a los ucranianos como al mundo.
Esto no era nuevo. Los soviéticos habían practicado «dezinformatsiya» durante años. Pero lo nuevo en 2014 fue la tecnología. Las redes sociales. Fue un momento transformador.
Cualquier persona que preste atención a este tipo de noticas habrá notado, precisamente desde 2014, que desde hace año se empiezan a documentar una serie de evidencias de trolls y hackers vinculados al GRU en distintos procesos políticos y sociales de Occidente. De hecho, el grupo de hackers «independientes» más famosos de Rusia iniciaron sus actividades globales con un ataque al parlamento alemán en diciembre de 2014.
La participación de granjas de trolls vinculadas al GRU en la desinformación de la opinión pública a través de las redes sociales ha venido siendo documentada desde hace años. El caso más famoso es el hackeo de los mails de Hillary Clinton –los vínculos con la inteligencia rusa fueron demostrados por el Reporte Mueller– pero la lista es inagotable: desde las elecciones francesas de 2017 hasta su participación en el proceso independentista catalán.
De hecho, la narrativa de esa interferencia en Francia explica la famosa mesa larguísima de Putin cuando, hace poco, recibió a Macron. Para intentar evitar su victoria, en el 2017, granjas de trolls rusos difundieron la versión de que Macron era gay. Alguien tan orgullosamente homofóbico como Putin tenía que marcar su distancia literal con lo que él considera un degenerado.
Todo esto puede sonar, comprensiblemente, a teoría de la conspiración. Me ha pasado. Aunque trabajo en este mundo de las redes hace ya un par de décadas y he visto en acción a hackers y trolls, recuerdo mi escepticismo cuando leí este artículo de investigación de Buzzfeed (de cuando Buzzfeed mantenía la que debe de haber sido la unidad de investigación periodística más ambiciosa de un portal web).
La campaña de Rusia para moldear a la opinión internacional sobre su invasión de Ucrania se ha extendido al reclutamiento y entrenamiento de un nuevo grupo de trolls que se han desplegado para difundir el mensaje del Kremlin en la sección de comentarios de los principales sitios web estadounidenses.
Adivinen de cuándo es este artículo: 2014. En ese momento, a pesar de que el reportaje era muy sólido y presentaba abundantes evidencias, yo no podía evitar la idea de que se trataban de paranoia residual de la guerra fría. Pero a lo largo de los años, las historias documentadas se han ido acumulando más y más y hoy resultaría ridículo pretender que no existen. De hecho, esa es quizás la gran victoria de la Primera Guerra Desinformativa (2014 – 2022): habernos hecho creer que no existe.
La estrategia de las granjas de trolls no es tan sencilla como uno creería. No es que se dediquen a atacar a una candidato particular. No. Eso sería muy fácil. Lo que hacen es agudizar las contradicciones. Salen a defender cualquier opinión extrema y, acto seguido, la misma granja sale a atacar esa postura con argumentos igual de extremos.
El típico caso: durante las protestas de Black Lives Matters, se crearon perfiles de afroamericanos falsos denunciando el racismo de determinados extremistas, pero luego esos mismos perfiles pedían asesinar a los racistas. Hay una fijación especial por exacerbar la «guerra cultural»: los derechos de los trans, el supremacismo blanco, el aborto, el veganismo, el hispanismo… Incluso se han metido en los debates de los fandoms frikis: se ha demostrado su injerencia en el debate sobre The Last Jedi, la película 8 de Star Wars.
Esto significa que los ataques han ido moldeando la opinión pública global desde distintos flancos (no solo en lo que entenderíamos como estrictamente «político») y conduciéndola hacia el extremismo. El mundo se ha polarizado en los últimos años y eso no nos lo tienen que contar a los peruanos. Repetiré el cuadro que puse hace unas semanas en una columna anterior:
De izquierda a derecha y de arriba a abajo tienes la evolución ideológica de los peruanos en solo seis años. Y, por suerte, la medición se inicia el 2014: está clarísimo allí que «el centro» viene siendo abandonado en favor de salidas extremas. En particular, la extrema derecha ha crecido hasta ser casi la mitad de lo que es el centro.
De hecho, la radicalización de Keiko en el 2016 (la primera vez que no aceptó su derrota) fue inspirada por la victoria de Trump un año antes. Esto es algo que decían abiertamente sus ideólogos como Vicente Silva Checa y Pier Figari. El trumpismo era su modelo (y lo siguió siendo hasta en el discurso del fraude, del año pasado). Y ya es de público conocimiento cómo Trump y Putin han jugado en pared todo este tiempo.
Por supuesto, las granjas de trolls rusas no son el único –ni siquiera el más importante– factor que explica la polarización mundial. Pero Rusia sí es la principal potencia en detectar las posibilidades de las redes y explotarlas (los gringos tienen una palabra más precisa: weaponize).
Hace un par de semanas, Politico entrevistó a Fiona Hill, Ph.D. en Historia por Harvard, y exasesora del Consejo Nacional de Seguridad de los Estados Unidos. Una de las personas a las que más atención hay que prestarle en asuntos de la Europa oriental. Cuando le preguntan si nos encontramos al borde de una Tercera Guerra Mundial, responde:
Ya estamos en eso. Hemos estado durante algún tiempo (…). Estamos ya en una guerra activa por Ucrania, que comenzó en 2014. La gente no debería engañarse pensando que estamos al borde de algo. Hemos estado verdadera y profundamente en esto durante un período de tiempo bastante largo.
Este es el momento en el que me gustaría que la frase de Einstein haya sido, en realidad, creación de una granja de trolls.