Una peli sobre un monstruo chupasangres (que además también es vampiro).
Si ves el trailer de El Conde, película producida por Netflix en la que Augusto Pinochet es un vampiro de 250 años, es difícil no sentirse entusiasmado por verla.
Además de una cinematografía llamativa, la trama jalada de los pelos suena como una buena premisa para una parodia brutal sobre uno de los dictadores más sanguinarios y controversiales de Latinoamérica. ¿La figura histórica de Augusto Pinochet reinterpretada como un literal monstruo de la fantasía clásica? Encima, uno que prospera a través de la violencia que imparte en otros, nutriéndose de sangre ajena para mantenerse vivo. La metáfora parece encajar perfecto pero, aunque la película tiene mucho humor a costa de la familia y el legado de Pinochet, para una película que uno asumiría totalmente crítica del dictador, por momentos los mensajes que parece mandar resultan un poco enredados.
La trama parte de la premisa de que Augusto Pinochet fue originalmente un soldado realista durante la Revolución Francesa. Convertido en vampiro, presencia la muerte de María Antonieta y decide dedicar su vida inmortal a la lucha contra revolucionarios. Sus viajes lo llevan a Chile, donde se vuelve soldado y alcanza las más altas posiciones hasta volverse presidente y dictador de Chile. Ya viejo y desprestigiado por el peso de la historia, el viejo vampiro decide morir. Para este suceso se reúne su familia que, aunque aún 100% seres humanos, tienen actitudes igual de parasitarias que su patriarca. Los hijos, cínicos e indiferentes ante las consecuencias de las acciones de su padre, sólo se preocupan por conseguir la herencia; mientras tanto la esposa de Pinochet, Lucía, está ansiosa por hacer a su marido cumplir con una antigua promesa de volverla a ella en vampira también.
Sin spoilear mucho, también hay un personaje misterioso de una mujer llamada Carmen que está investigando las cuentas bancarias y posesiones de la familia Pinochet. Ella constantemente hace referencia a los crímenes cometidos por el dictador durante su gobierno, aunque la familia del ex-presidente parece absolutamente indiferente al tema. Por parte de Pinochet, no le molesta ser recordado como un asesino. Lo que realmente le preocupa es que le digan ladrón.
Como película, El Conde promete diversión. Su guión lleno de humor y cinematografía asomombra resultan en, como dice el periodista chileno Juan Cristóbal Guarello, “una mezcla entre Wes Anderson y Tarkovsky”. Chistes, violencia y situaciones ridículas situadas en pristino blanco y negro que le agrega cierta hegemonía al asunto. Viéndola como peruano era imposible no imaginar cómo sería una película así hecha en Perú. ¿La gente soportaría una parodia así de una figura como Alberto Fujimori? ¿O por ejemplo algún tipo de Alan García Frankenstein revivido entre los muertos para volver a postular? ¿Habrían columnas en todos los diarios llamándola vulgar y ofensiva? ¿Le pegarían al director en la calle?
Fuera del graffiti y la música (de hace 20 años), se me ocurren pocos ejemplos de crítica directa a las autoridades o figuras históricas o políticas del Perú en el arte peruano. En el cine sólo se viene a la mente Caiga quien caiga en la que Miguel Iza interpreta a un Vladimiro Montesinos obsesivo y un poco soporífero. Aún así, en su momento la película enojó mucho a Montesinos y también a Laura Bozzo que incluso tomó medidas legales contra la película por retratarla de una manera desfavorable. Pero mientras en Perú sin duda habría gente llamando a El Conde una película “terruca”, en Chile la respuesta de la crítica ha sido sorprendentemente distinta.
Pensando que me encontraría con una ola de elogios por parte de los críticos más liberales de Chile, más bien la respuesta a la película ha sido negativa ante la banalización de una figura como Pinochet. Considerando que aún hay muchos deudos de las violaciones humanas sin reparación, familiares con desaparecidos jamás encontrados y más, crear una caricatura de Pinochet parece haber caído muy mal. Extrañamente, a pesar de ser un literal vampiro, el personaje de Pinochet sí es el más humanizado de la película. Cansado y cascarrabias, rodeado de una familia disfuncional, recuerda a personajes como Royal Tenenbaum. Un mal padre con el que podemos empatizar y, más extrañamente aún, con el que la película te invita a empatizar.
Entonces, ¿qué es El Conde? ¿Una crítica mordaz de un dictador que permanece en la vida y política de Chile, o un elogio empático disfrazado de parodia? Queda verla y formar nuestras propias opiniones, supongo. Y mientras tanto, esperar con ansias que salgan nuevas películas nacionales que puedan al menos rozar estos puntos de debate respecto a nuestros políticos de la historia contemporánea. Bueno, a fines de Octubre sale la película basada en la carrera de Susy Díaz. Algo es algo.
Ray Ray Paprika (a) «Rafael Gutiérrez» es periodista y crítico de medios.