
La narradora española visitó Lima para asistir a la última Feria Internacional del Libro y se dio tiempo para responder a LaEncerrona.pe sobre dos de sus últimos trabajos: El peligro de esta cuerda y Animales Difíciles en los que aborda temas como la salud mental y el paso del tiempo.
Por Emilio Camacho
Rosa Montero suele visitarnos en julio. Y cada vez que lo hace retrata nuestro invierno. Alguna vez mostró en una foto cómo se ve el ingreso al Country Club de San Isidro desde lo alto. Y este año hizo lo mismo con el blanco que domina la calle Choquehuanca. Es una costumbre, una manía. Sus fotos de viaje son atisbos a través de ventanas de hotel. Pero a veces la figura cambia. Y es ella la que deja que asomemos a su intimidad. En 2022, publicó El peligro de estar cuerda, mitad ensayo y mitad testimonio, un libro que habla de las dudas que tuvo sobre su cordura y del extraño cableado cerebral que tienen los que se dedican a las artes y la creación. Y ahora acaba de lanzar Animales Difíciles, la última aventura de Bruna Husky, su personaje más celebrado, que en clave de ciencia ficción, reflexiona sobre la brevedad de la vida humana. Son los temas a los que siempre recurre, dice ella. Y en esta charla navega un poco más por esas honduras.
¿Qué es la ciencia ficción para ti?
Bueno, lo primero es que ya no creo en los géneros. Nuestras madres y padres literarios han roto las paredes de las convenciones para que seamos libres para la escritura. Y desde luego yo no me voy a meter en un moldecito, obligada a responder a unas convenciones. Es decir, yo no soy una lectora de novela policiaca, pero de repente Patricia Highsmith, pues me parece Dostoyevski, ¿sabes? Lo que te dan los géneros clásicos son herramientas para escribir ficción. ¿Y para mí qué sentido tiene escribir? Pues es la búsqueda del sentido de la existencia. ¿Y qué pasa con la ciencia ficción? La ciencia ficción es una herramienta, te da una herramienta metafórica poderosísima para hablar del aquí y el ahora.
Es lo que decía Alan Moore, este famoso historietista inglés, que pensaba que la ciencia ficción es una manera de hacer un poco de crítica a la actualidad, pero poniendo a los hechos en el futuro.
No solo en el futuro, puede ser otro lugar paralelo u otra dimensión. Al alterar la rutina de nuestra mirada, puedes ver lo mismo que estamos viendo, pero de una manera novedosa y darte cuenta de las contradicciones que tiene la vida que vives. Es una herramienta metafórica maravillosa que me encanta como lectora y como escritora. Y mis novelas de Bruna (Husky) son en parte ciencia ficción, en parte novela negra y en parte, como todas mis novelas, relatos existenciales, porque tratan sobre todo de la muerte y del paso del tiempo y de lo que el tiempo nos hace y nos deshace.
Yo veía que la ciencia ficción también nos puede dar alertas. El año pasado me pegué con la serie Altered Carbon. No sé si la viste.
No, no.
Bueno, la serie jugaba con la idea de que podemos posponer la muerte pasando nuestra conciencia a otros cuerpos. Pero la idea subyacente era que, si esa tecnología existiera, solo unos cuantos tendrían acceso a ella.
Claro, eso es típico.
Sí, la idea de pobres versus ricos, que está ocurriendo ahora mismo.
Claro. Ahora, más que aviso, lo que haces es hablar sobre lo que te preocupa del presente. Por ejemplo, en mis novelas de Bruna hay un problema que les extraña a todo el mundo, que se paga una cuota por vivir en una zona limpia, porque no hay aire limpio. Eso es exactamente lo que está pasando ahora en el mundo y no hace falta pagar la cuota. Hay lugares en África en donde están los grandes vertederos electrónicos ilegales, parte de nuestros móviles terminan allí, alguno que ha pasado por tus manos estará allí. Y son tremendos vertederos ilegales en donde las ONGs han hecho análisis a los niños recién nacidos y ya tienen metales pesados en la sangre. Pues es lo mismo. No es que tengas que pagar una cuota, pero es que eres el más pobre y no puedes salir de allí. Es la realidad que vivimos ya, no es un mundo más distópico. Por eso creo que mis novelas de Bruna son las más realistas y describen el mundo de hoy.
Bueno, con Animales Difíciles Bruna llega a su aventura final, ¿te ha costado deshacerte de ella?
Lo que pasa es que son novelas autoconclusivas, no es una saga. No es que yo tuviera una historia tan larga que necesitara 27 libros, sino que yo lo que quería hacer era un mundo propio, con personajes estables, que pudiera visitar cuando yo quisiera. Y cuando empecé a escribir esta, pues me di cuenta de que iba a ser la última. En todas las novelas, Bruna, como es detective, tiene que resolver un misterio. Y el caso que resuelve aquí es especialmente crepuscular, oscuro y angustioso, porque además habla de un problema cierto para nosotros, para nuestro mundo. Pero, en segundo lugar, en esta novela, a diferencia de las otras, le he dado otro frente de batalla, que es el tener que adaptarse a un nuevo cuerpo. Antes medía dos metros, era una tecno-humana de combate y ahora le han pasado a una tecno-humana de cálculo, que es una birria. Y está tan desesperada con ese cuerpo que al principio de la novela se raja los muslos, con una disforia como la de cualquier adolescente desesperado que no se encuentra a sí mismo y que odia su propio cuerpo. Pues eso hace que la novela sea tremendamente épica para Bruna. Y enseguida me di cuenta de que no iba a ser capaz de escribir otra novela de Bruna que tuviera esa envergadura, esta especie de revolución. Así que dije: Es el momento de acabar. Y la dejo muy bien colocada. Siempre dije desde la primera novela que no la iba a matar, porque me parece una putada.
Pero sin embargo le pusiste una fecha de caducidad: 10 años.
Sí, mi personaje la tiene desde la primera novela. Y va contando ese tiempo desde que aparece. Viven diez años. Y por eso están tan obsesionadas por el paso del tiempo.
Que en realidad es una obsesión tuya.
El paso del tiempo es una obsesión mía, sí. Por eso siento tan cerca a Bruna. Pero como ella sabe cuándo va a morir, va haciéndose contar el tiempo que le queda. Entonces, en las tres primeras novelas, cuando tenía el cuerpo de replicante de combate, pues le quedaban tres años de vida. Ahora, al meterla en este otro cuerpo, le ha vuelto la cuenta arriba. O sea, que le quedan muchos más, le quedan nueve años.

Reunida con un grupo de lectoras durante la Feria Internacional del Libro. Fotografía: Planeta.
¿Y en este asunto de ponerle una fecha de caducidad hay algo de disfrute? ¿Una licencia de creadora para generarle angustia a tu personaje?
No, no, lo que quiero es precisamente hablar de eso. Todas mis novelas tienen en primer lugar la muerte como tema, hasta el punto de que los periodistas muchas veces me preguntan por qué hablo tanto de ella. Y a mí me da la risa, porque me pregunto si se puede hablar de otra cosa. Para mí es el tema esencial de la vida. La inmensa mayoría de las personas, incluyéndote a ti, seguro, viven como si fueran inmortales, salvo un puñado de neuróticos profundos, como Woody Allen y como yo, y como otros, como Cicerón, por ejemplo, que decía: Siempre he sabido que soy mortal. Ese era de los míos. Y yo siempre, desde niña, he sabido que soy mortal. Pues entonces, a mí lo que me interesa es reflexionar sobre eso. Y una manera de reflexionar sobre eso es crear un personaje, un ser vivo, que como sabe cuándo va a morir, no puede olvidarse de que es mortal. Entonces, eso trae a primera línea la reflexión sobre el tiempo que nos queda por vivir, sobre qué haces con ese tiempo, sobre el hambre de comerte la vida y el presente a bocados, que es lo que tiene Bruna, y que es lo que tengo yo también. Por eso Bruna es el personaje más parecido a mí.
¿Lo crees así?
Me siento muy cercana a ella, más que a ningún otro personaje que he hecho. En el fondo, claro, porque no tengo dos metros como las primeras Brunas, ni soy valiente físicamente, ni le pego dos tortas a uno. Pero ahora, cuando he hecho esta última, mis amigos han venido a decirme…
Sé lo que te han dicho. Te han dicho que esta Bruna se te parece un poco más.
Sí (se ríe), han venido destrozados de la risa y me han dicho: Bueno, ya te vale, ya la has hecho tú, completamente, le has dado tu tamaño. Y digo: Coño, es verdad. Te creerás que es imposible, pero no me había dado cuenta, porque uno escribe desde el inconsciente. Y en un momento dice ella, en la novela: Es que mido un metro 60, que es lo que mido yo. Encima la he puesto a escribir, por si faltara poco. Y dice cosas de la escritura que digo yo, así que mis amigos se han descojonado de risa. Me la he comido.
Te has sacado la máscara.
Sí, me he quitado la máscara. (Se ríe)
Hablando del final y de la muerte, hay una frase que leí en El peligro de estar cuerda que me pareció muy certera y a la vez atroz. Te la voy a leer y quiero que me la expliques un poco. Dice: En un ataque de pánico te espanta tanto la idea de la muerte, que, para no sufrir ese espanto, preferirías morir. ¿Cómo puede ser eso?
Bueno, primero no te espanta. Cuando estás en el ataque de pánico, creo que lo explico un poco mejor antes de eso, no sabes que lo que te da miedo es morir. Eso se aprende después. Entonces, simplemente es pánico puro, un pánico que te saca del mundo. El ataque de pánico, que es uno de los trastornos mentales más comunes, es un poquito más loco que su primo, el ataque de angustia. El ataque de angustia está más anclado en la realidad y en el ataque de pánico, que es muy parecido, hay mayor disociación del mundo. O sea, te vas del mundo de una manera mucho más clara y no entiendes nada. Deja de funcionar la representación del mundo que te da el cerebro. Entonces tienes pavor, porque de repente todo se convierte en ajeno. Ese es el inmenso pavor que sientes. El segundo pavor que sientes, un poco más racionalizado, es que piensas que estás loco.
Que también es sentirse fuera de todo.
Claro. Y ahí ya das una justificación a ese sentimiento. Pero no sabes que todo eso que te viene está originado por el miedo a la muerte. Y es verdad que luego lo estudias y tal. Pero de eso no eres consciente mientras tienes el ataque de pánico.
¿Recuerdas con detalle la primera vez que tuviste un ataque de pánico?
Sí, claro, perfectamente. Lo cuento en La loca de la casa y desde luego en El peligro de estar cuerda. Fue con 16 años y estaba en la casa familiar, donde yo vivía. Estaba en el comedor.
Con tu hermana, me parece.
No, estaba sola en el comedor. Estaba quitando la mesa de la cena, supongo. Estaba puesta la televisión, no había nadie en la habitación y de repente la habitación entera se fue al otro lado de un tubo, de un túnel negro. Ese es el efecto túnel, muy común. Es como si el mundo se fuera allá, a lo lejos. Y eso quiere decir que tú también te vas lejos del mundo.

Ilustración de Bruna Husky, la tecnohumana creada por Rosa Montero. Tomada de la revista de Calibre 38.
Bueno, la propuesta de El peligro de estar cuerda es que los creadores más grandes, más interesantes, más apasionados, en realidad tienen un problema en la cabeza. Como tú dices, en el cableado.
Exacto, es lo que dice Eric Kandel. Absolutamente todos los problemas mentales se originan en un fallo en el cableado neurológico. En la manera en que están unidas las sinapsis de las neuronas, digamos.
¿Y te sientes parte de ese grupo?
Sí, claro. Sin duda. Evidentemente. Yo tengo un trastorno mental. Tengo la cabeza cableada distinta de la mayoría. Eso está clarísimo. Por eso soy también una artista. En esto no entra la calidad. Los buenos y los malos artistas tienen la cabeza cableada igual. Pero hay que decir que efectivamente todos los que nos dedicamos a estas cosas creativas tenemos la cabeza cableada distinta.
Otra cosa que dices es que narradores y actores parecen más distraídos que los demás, que también te pasa.
Sí. Pero no es que parezcas más distraído. Es lo que se llama también el trastorno de déficit de atención. Pero no, no estás más distraído. Estás pensando en otras cosas simplemente. Es que las neuronas se juntan de otra manera. Y estás hiperconectado. Dentro del larguísimo proceso de maduración del cerebro humano, que toma hasta los 30 años, hay un paso importante que sucede en la primera pubertad, que es la poda de las conexiones neurológicas, porque hasta esa edad la cabeza del niño está hiperconectada. Esto es una tormenta eléctrica, es una sopa química, un revoltijo y por eso el niño también se despista. Y cuando se poda el cerebro, se concentra en lo útil y tal. Y yo lo que planteo es que hay un 20% o quizá más de la población que no pasa por esa poda.
Y ahí están los creadores.
Y ahí está la gente con trastornos mentales y la gente que nos dedicamos a estas cosas creativas.
Tú cuentas en tu libro que a veces olvidas las gafas en la nevera.
Ah, bueno, eso es fácil, porque estás pensando en otra cosa.
Y ahora que estamos conversando, ¿te pasa lo mismo?
No, hombre, no. Lo intentas, te relajas. Pero es curioso, cuando te relajas mucho, cuando estás con alguien como con tu pareja o con un amigo, te puede pasar mucho más. Y me podría pasar, pero ahora estoy intentando concentrarme en lo que me dices y contestar. Con mi pareja me pasaba muchísimo y se lo llevaban los demonios porque empezaba a decirle algo: “Oye, el otro día me dijeron…”, y de repente se me pasaba otra idea por la cabeza y me quedaba atrapada en esa idea, y me callaba y no había más. Entonces Pablo me decía: «¿Y qué te dijeron?» Y yo respondía: «¿El qué?» Y él estallaba: «Es que no lo soporto, empiezas a hablar y te callas». Pero es que te pasa esa idea como un barquito flotante y te subes y ahí vas (se ríe con ganas).
¿Y es cierto que los creadores tienen esta fascinación por los impostores, por la dualidad?
Sí, bueno, claro, sí. Porque ser escritor es una disociación, es vivirte en otros, vivirte en otras vidas. Lo que haces imaginariamente, de alguna manera es una impostura. Y no lo haces para engañar a nadie ni para ocupar un lugar en el espacio con eso. Por otro lado, esa tendencia a vivirte en otras vidas es algo que tenemos todos los humanos. No hay un solo humano que no haya tenido en algún momento la tentación de ser otro, de salir de su propia vida, aunque su vida le encante.
Y lo que a ti te ha pasado es algo singular, que has tenido una persona que te suplantó por un tiempo: Bárbara.
Sí, pero esto pasa muchas veces, cuando eres conocido y tal. Siempre aparece que te copian, salen impostores en redes, siempre hay. Y lo singular de esta historia que cuento es que se alarga mucho en el tiempo. Ahora bien, parte de lo que cuento es verdad literal y parte es ficción. Y no voy a decir qué parte es verdad y qué parte es ficción.
De acuerdo.
Pero te diré que algunas de las cosas que cuento de la impostora, que parecen alucinantes, son verdad.
¿Y es verdad que te gusta tanto la soledad que tienes un departamento en España para aislarte?
Tengo un departamento no en España, en Portugal. Pero vamos, sí. A mí me encanta la gente, es lo que más me gusta del mundo, por eso soy novelista. Para ser novelista te tiene que encantar la gente y para ser periodista también, porque la novela es un viaje al otro y el periodismo también. Creo que lo mejor que soy en la vida es amiga. Tengo amigos desde hace 50 años, los cuido. Y tengo amigos desde hace dos años, lo que quiere decir que estoy abierta a ese largo viaje, a esa larga inversión de tiempo de calidad para desarrollar una amistad, así que la gente me chifla, soy la antítesis del misántropo. Pero por otro lado me encanta la soledad, la necesito para escribir. Escribir es un trabajo muy solitario, entonces uno las dos cosas. Tengo una vida como muy desparramada de tiempos, que estoy de acá para allá, conozco doce mil personas y de repente, cuando puedo, pues cojo y me escapo.
Tu record son cinco semanas sin hablar con nadie.
Cinco semanas sin hablar con nadie. Bueno, con el del súper. Pero sí, y me llega hasta a dar miedo lo bien que estoy en esa misantropía total.

Lima vista a través de una ventana de hotel. Foto tomada de la cuenta de Facebook de Rosa Montero.
¿Por qué haces fotos de las ventanas de los hoteles en los que te alojas?
Se me ocurrió un día. Solamente lo hago cuando estoy de trabajo. Es decir, cuando estoy sola.
¿Empezaste después de la pandemia?
No, uff, llevaré doce años así. Desde que empecé con el Facebook, más o menos. Supongo que es una manera de compartir lo que te digo, que me gusta la gente. No tiene la ambición de ser una foto bonita. Es una foto testimonial, hecha con el móvil y sin buscar ni encuadrar lo bonito ni nada, si no decir: Aquí estoy, esto es lo que veo.
Vi la última de Lima.
La de Lima está muy bien, sí.
Última pregunta, ¿existen las personas normales?
Yo creo que no. La normalidad no existe. Lo que llamamos normalidad es un engaño. Nos dicen que es equivalente a lo más habitual, pero en realidad viene de normativo. No es más que un marco de valores que cambia con la sociedad, con el tiempo, con el grupo social. Y ya lo dijo un experimento que hicieron en Yale, que la normalidad no existe, que no es más que la media estadística de la gran variedad de respuestas que tienen los humanos frente a un tema. En todo ese abanico grande de respuestas, a la media estadística se le llama normalidad. Pero claro, no debe de existir una sola persona en el mundo que atine con la media estadística en todos sus parámetros, así que absolutamente todos somos divergentes. Lo normal es ser raro.
*Foto de portada: Planeta. La autora dio fin a las aventuras de Bruna Husky con el lanzamiento de Animales Difíciles (Seix Barral / 2025).